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Iquitos, Loreto/Maynas , Peru
- Nací en el departamento Ica, Provincia Palpa, Distrito Río Grande, Caserío "San Jacinto", 1941. Egresado de la UNM "SAN MARCOS", Facultad Educación, especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, Docente Facultad Ciencias de la Educación y Humanidades-UNAP. Colaboro en: - Diversas revistas que se publican en Iquitos DISTINCIONES •PALMAS MAGISTERIALES, Grado de Maestro •PREMIO NACIONAL DE EDUCACIÓN “HORACIO”, 1991, Derrama Magisterial. •PREMIO NACIONAL EDUCACIÓN, “HORACIO”, 1992, Reconocimiento Especial •DIPLOMA RECONOCIMIENTO DE LABOR POR PUEBLOS INDÍGENAS- AIDESEP •PREMIO NACIONAL I CONCURSO NACIONAL LIT. INFANTIL, ÁREA EXPR. POÉTICAS, MED •RECONOCIMIENTO MÉRITO A LA EXCELENCIA Y PRODUCCIÓN INTELECTUAL -UNAP. . Reconocimiento con la distinción "LA PERLITA DE IQUITOS", UNAP (2015), Reconocimiento por SEMANA DEL BOSQUE, Sub-Ger. Prom. Cultural, GORE LORETO., Condecorado con orden "CABALLERO DEL AMAZONAS" por el GORE LORETO (06.07.16), condecorado con la orden "FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS", Moyobamba, San Martín (24-09-2016). Palmas Magisteriales en grado AMAUTA (06-07-17) MINEDU. DIPLOMA DE HONOR, por Congreso de la República. 21-03-2019

jueves, 19 de enero de 2017

CONGRESO LATINAMERICANO DE HUMANIDADES



EDUCACIÓN, CIENCIA Y CULTURA

Coordinadoras
Josefa Alegría Ríos Gil y 
Martha Vergara Fregoso

Fondo Editorial Universitario - UNAP
2016

Prólogo

APORTES A LA REFLEXIÓN  EN NUESTRA AMÉRICA LATINA

Hacer de nuestra América Latina el referente de las preocupaciones  intelectuales para construir un discurso descriptivo, explicativo, reflexivo y propositivo respecto a sus características constitutivas y posibilidades de ser en el tiempo, es una deuda que  aún tenemos pendiente  pues, por la vigencia de esquemas mentales  heredados de las épocas colonial y republicana, por las que hemos transitado todos los países que la conformamos, nuestras preocupaciones han estado  centradas en la asimilación del universo cognoscitivo construido con material y metodología foráneas, extra regionales, de supuesta o aparente similitud, que nos fueran presentados como referentes a imitar.

Es fácil, entonces, colegir que los modelos de acción intelectual han tenido un origen exógeno y se los ha implantado sin mayores preocupaciones por la coherencia con nuestras realidades ecológica, social y cultural, pese a sus particularidades, de las cuales recién estamos tomando conciencia.

El resultado de ello es que no hemos logrado un pleno conocimiento y adecuada comprensión de sus características, lo cual imposibilita la elaboración de planes de desarrollo funcionales con las mismas.

Por lo tanto, durante todo el trayecto hasta hoy caminado en nuestra historia latinoamericana no hemos sino replicado fórmulas de estudio exógenas, profundizando la marginación e ignorancia de nuestras realidades locales, pues debemos tener muy presente que, desde la época colonial, estas diversas realidades nacionales no han sido motivo de preocupación para conocerlas sino de dominación para extraer y aprovechar sus recursos, como lo siguen siendo hasta el presente. Diversos pensadores de nuestro subcontinente nos han puntualizado al respecto, advirtiéndonos de sus peligros e incongruencias.

Por todo ello es que es aleccionador el desarrollo de este CONGRESO LATINOAMERICANO DE HUMANIDADES en el que una pléyade de científicos investigadores del campo de las humanidades ha expuesto el resultado de sus trabajos orientados a hacer la exégesis de nuestras diversas realidades prevalentes en nuestra región, enfatizando la búsqueda del entendimiento de la dimensión humana en cada una de ellas, con el propósito de dar forma a lo que podríamos llamar “humanidad latinoamericana”, que exprese una manera peculiar de ser humanos, dentro del marco situacional de las características y esencias que compartimos milenariamente desde el tiempo en que comenzaran a llegar los primeros grupos humanos a desplazarse por este continente.

En el marco de nuestra prodigiosa heterogeneidad subcontinental, los trabajos aquí expuestos reflejan muy diversos intereses investigativos, obedeciendo a circunstancias propias de cada país y en concordancia con prioridades que surgen de su particular situación respecto a su contribución a la concreción de políticas nacionales.

Emana de lo dicho, el interés de los investigadores tanto para construir un corpus de conocimientos de alcances  supranacionales como para contribuir con la solución de problemas o situaciones propias de cada realidad nacional.

Con ello, el material que conforma este documento sirve tanto para la construcción a futuro de un marco teórico que pudiera expresar las particularidades del conjunto latinoamericano como para proveer elementos de base para la toma de decisiones en cada realidad particular, habida cuenta que la base experiencial sobre la que se asienta cada trabajo se ubica en una realidad concreta y situada, generada por la peculiaridad de la acción socio-cultural a lo largo de su historia particular.  

Diversos son los campos que se ven beneficiados por las investigaciones aquí expuestas; sin embargo, es el educacional el campo hacia donde confluyen la mayoría de ellas, tanto en su nivel fáctico como el teórico, de tal manera que los temas abordados se transforman en un venero inagotable para diseñar políticas educativas en diversas realidades del escenario escudriñado.

En consecuencia, la riquísima temática abordada por sus respectivos autores, intelectuales y dirigentes de instituciones de formación humanística, nos provee de un material que debe ser analizado a la luz del propósito de fortalecer el entendimiento de nuestras diversas realidades que, como países, hemos construido a lo largo de nuestras respectivas rutas históricas, tratando de superar deficiencias y desigualdades socioculturales, políticas y económicas que aún laceran a nuestros países latinoamericanos.


Prof. GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA

miércoles, 11 de enero de 2017

LA UNAP: OTEANDO SU FUTURO

En su 56° aniversario

Gabel Daniel Sotil García

Acompañando a las crecientes y vaciantes de nuestra región Omagua en los últimos cincuentiséis años, la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana – UNAP, viene discurriendo por el cauce del tiempo cual flujo indetenible que surca hacia el futuro de nuestra región, desplazando su caudal por  la intimidad más profunda de nuestro portentoso bosque.

Y  así, adentrándose en aguajales, restingas y colinas, va formando muyunas,  tipishcas y meandros en nuestra  prodigiosa orografía, pues, la UNAP, nacida de la confluencia feliz de las demandas de los pueblos de nuestra región, se enrumba hacia nuevos horizontes de infinito verdor.

Respondiendo a esos mandatos sociales, se ha consolidado como la institución formadora del potencial profesional en nuestra región, de acuerdo a las urgencias, paradigmas y aspiraciones que fueron sus referentes en los tiempos por los que ha discurrido su actuar institucional.

De su decurso viene quedando en el recuerdo social la gesta de muchas generaciones que dieron  vida y sentido a su actuar transformador. Muchas de ellas ya no están en estas dimensiones, pero nos dejaron las estelas de sus esfuerzos por darle grandeza a su presencia en nuestra selva.

Hoy, en su fecha de aniversario en que, mirando el cauce recorrido, nos atrevemos a intuir su futuro, nos encontramos en la obligación moral de expresar, más que descriptiva, interpretativamente, su significado social, cultural, ecológico e histórico que se viene materializando en su actuar institucional desde que fuera creada por Ley 13498, un ya lejano 14 de enero de 1961.

Y es así como hoy, retrotrayéndonos en el tiempo, la vemos aún en ciernes prefigurándose como una lejana aspiración de las colectividades que ambicionaban un centro de formación de los profesionales que habrían de labrar las condiciones para vivir mejor en estos espacios naturales, en donde, siendo la pobreza un imposible, sin embargo nos lacera en lo más profundo de nuestro ser social.

Luego, la veríamos adquiriendo formas físicas en donde albergar a quienes le darían la dinámica que las circunstancias requerían, que luego iría acrecentándose  al compás de las normas y requerimientos sociales.

Al impulso de la dinámica que adquiriría nuestra región, iría también dando nuevas respuestas a las condiciones surgentes para expresar su raigal compromiso con los destinos superiores de pueblos y villorrios ribereños.

Hoy, en las actuales circunstancias, está dando inicio a una nueva etapa que debe caracterizarse por un acendrado compromiso con el desarrollo de los pueblos originarios y mestizos para responder, cada vez con mayor decisión, a la plena satisfacción de sus necesidades de profesionales que engarcen, con plena coherencia, con sus aspiraciones  de contar con un potencial que perciba su desarrollo desde las fibras culturales de sus creaciones ancestrales y sepan mirar a su mundo y al mundo desde los compromisos de mayor trascendencia con la preservación de su integridad espiritual, para crear riqueza desde sus propias entrañas.

Para ello necesitamos que nuestra UNAP, agente de transformación y preservación a la vez, asuma un mayor compromiso de presencia en la intimidad misma de nuestra sociedad amazónica, teniendo siempre presente que nuestra universidad “Nació y germinó en el humus de las frustraciones sociales que las generaciones de una época experimentaran frente a un sistema político-social marginante y despectivo con nuestra región; pero, también como una propuesta de esperanza y optimismo para demostrar que en este reino de los árboles también se pueden construir sólidas estructuras que desafían al tiempo, para demostrar nuestras capacidades colectivas para dar forma cultural a nuestros anhelos más sentidos y abonadas por la fortaleza reivindicativa que insufla el poder marginante y centralista”. (*)

Es, por lo tanto, un reto de primer orden el propiciar que nuestra región eleve su estatus de reconocimiento en el consenso nacional. Que, de esa situación incolora, difuminada que hoy nos lacera, como si nuestro país careciera de su existencia, nuestra universidad debe proponerse, conjuntamente con otras instituciones, darle relieve a su presencia en las dimensiones psicoafectivas e intelectuales de los pueblos de nuestro país. Vivir en una situación de casi anonimato, repercute en una especie de semiclandestinidad frente a los poderes legales de nuestra nación, lo cual posibilita una visión de segundo orden en cuanto a las prioridades que se establecen en el manejo político-administrativo nacional.

Por otra parte, se hace indispensable fortalecer nuestra presencia en la dinámica del tejido sociocultural de nuestras comunidades regionales. No es suficiente que la colectividad “sepa” que existimos como institución sino que nos “vea” en acción de orientación, de estímulo, de creación, de injerencia planteando, generando respuestas, apoyando iniciativas ciudadanas, generando opiniones, orientando la búsqueda de soluciones a los problemas, ayudando a pensar, opinando, pronunciándonos, dejando oír nuestra voz, marcando rutas intelectuales. En este aspecto es necesario asumir un rol de mayor presencia en el concierto de la ciudadanía amazónica.

Contando con el potencial académico-investigativo del cual  hoy dispone la UNAP, que le está permitiendo consolidar su rol de institución formadora de profesionales, su presencia, más allá de los alcances burocráticos debe traducirse en un mayor dinamismo de apoyo al pensar y actuar ciudadanos.    

Dinamismo que debe expresarse en una gestión más agresiva para superar el extractivismo mercantilista de carácter exportador (primario) que hoy signa toda la actividad económica regional, con todos los efectos depredantes de nuestras riquezas materiales y culturales que venimos observando. La diversificación de nuestra dinámica productiva tiene que contar con nuestra presencia de una manera sobresaliente a través de  nuestros egresados, quienes deben ser equipados psicológicamente para dar un óptimos uso a nuestros recursos.

Hay que tener presente que el desarrollo regional, sustentable, endógeno e intercultural de nuestra región solo será posible con la más plena participación de nuestra universidad. Marginarnos de esta responsabilidad o mediatizarla, solo significará traicionar nuestro compromiso moral.  
Debemos, en consecuencia, prepararnos para responder a la necesidad de construirnos de la mejor forma para responder con coherencia, tanto interna como externa, a las demandas que nos plantean los tiempos actuales.

(*) “UNAP, 50 años en la historia de Loreto”, págs. 14 – 15, Iquitos.


martes, 3 de enero de 2017

UNA APROXIMACIÓN AL CONOCIMIENTO HISTÓRICO DE IQUITOS

 A propósito del nuevo aniversario de la declaración de Iquitos como
puerto fluvial sobre el Amazonas
Prof. Gabel Daniel Sotil García


En verdad, Iquitos no tuvo una fundación formal como sí la tuvieron otros núcleos demográficos de nuestro país y región, y que hoy han alcanzado la categoría de ciudades.

Iquitos nació bucólico, humilde y forestal,  arrullado por los trinos y cantares de diversas y bellas aves silvestres que revoloteaban en el ramaje de una floresta exuberante y protectora y mirando siempre a su río entrañable, a veces ingrato y casquivano, pues se va y regresa silente a brindarle su incansable discurrir.

Fueron ignotas voces las que surcaron primigeniamente su espacio de azul profundo, allá en un tiempo que la memoria ya no registra. Pero eran voces claras, firmes, que expresaban la alegría de vivir en estos parajes  en aquellos tiempos aurorales. En su suelo ya no quedan huellas físicas de aquellos primeros vivientes, pero aún subsisten sus mensajes refugiados en la entraña más profunda del bosque. Es decir, de lo que queda de él.

La historia convencional nos dice que lo que hoy conocemos como Iquitos ciudad, fue allá por el siglo XVIII el escenario de una Reducción o Pueblo Misional formado por los Jesuitas con indígenas mayoritariamente Iquitos y Napeanos que hacia 1761 se ubicara en la planicie alta que hoy ocupa esta  ciudad, con el nombre de San Pablo de Nuevo Napeanos, organizada por el P. Bahamonde.  Seguramente que miembros de las etnias Omagua y Cocama compartieron esta reducción, que tenía sus antecedentes en otras que desde 1740 habían comenzado a organizarse en el ámbito ancestral de los Iquitos.

Según la relación que, en 1785, hiciera Dn. Francisco de Requena, Gobernador de Maynas por aquella época, casi veinte años después de que las  Reducciones fueran desactivadas por la expulsión de los Jesuitas, entre los pueblos establecidos a las orillas del Marañón y el Amazonas aparece el nombre de uno llamado Napeanos, ubicado en el lado norte de la explanada en donde hoy se encuentra nuestra ciudad, habitado aún por miembros de ambas etnias: Iquitos y Napeanos, indígenas sumamente emparentados entre sí.

Pero, en los documentos oficiales que elaborara dicho Gobernador a partir de dicho año, aparece sólo la denominación de IQUITOS, para referirse a este poblado, dado que, al parecer, los indígenas napeanos, iban abandonándolo progresivamente, dejando en mayoría a los iquitos.

Ya en el informe del Obispo de Maynas de aquel entonces, P. Hipólito Sánchez Rangel, que en 1808 elaborara sobre la cantidad de habitantes de los pueblos de Maynas colonial, el caserío de los Iquitos aparece mencionado con 171 habitantes. Seis años después, en el censo hecho por el mismo Sánchez Rangel, en 1814, Iquitos aparece con 81 pobladores: 51 varones y 29 mujeres, todos nativos, y 1 varón español. Podría suponerse que la disminución poblacional se debió a pestes o al abandono de los Napeanos.

Hasta esta fecha la presencia de pobladores nativos fue predominante, como puede verse en los números reportados. Sin embargo,  en 1840 habría de suceder un hecho que tendría grandes repercusiones en la composición demográfica de Iquitos y, por lo tanto,  su configuración cultural: el pueblo de Borja, fundado dos siglos antes, fue atacado y destruido por la furia rebelde  de Wampis (Huambisas) y Awajún (Aguarunas). A los sobrevivientes no les quedó sino huir, dejándose llevar por las aguas del Marañón y recalar en estos terrenos altos, de los cuales ya tenían referencia.

Las familias refugiadas encontraron en Iquitos,  un pequeño caserío en ese entonces,  el pueblo que querían y se quedaron. El Iquitos de entonces recibió un nuevo contingente cultural: los mestizos.

El notable incremento demográfico que significó la llegada de las familias borjeñas, posibilitó que, a pedido del Obispo de Maynas, P. José María Arriaga, el 8 de junio de 1842, el hasta entonces caserío de Iquitos fuera elevado a la categoría de Pueblo y de Distrito, siendo su primera autoridad política Dn. Liberato Rengifo hasta 1846. Luego, sería reemplazado por Dn. José Ramírez  hasta 1850. En esos momentos, Iquitos ya contaba con cerca de 200 habitantes, la mayoría mestizos, pues los indígenas Iquitos, incómodos con la presencia de los mestizos, buscaron otros lugares, lejos de los recién llegados, refugiándose en el medio y alto Nanay.

Desde estos momentos, en las intimidades pueblerinas de Iquitos bullen nuevas inquietudes, otros referentes, ya no salidos del bosque plenamente como hasta entonces, que serían el germen de lo que, con el paso de los años,  alcanzaría formas conceptuales que hoy se están concretando.

Por ello es bueno conocer que en el Siglo XIX, cuando aún Iquitos  era una aldea plenamente rural, fue visitada por varios científicos que habían hecho del mundo el escenario de su peregrinaje para satisfacer sus ansias de conocer diversos pueblos y culturas. Al pasar por estos lugares recogieron testimonios que constituyen hoy valiosísimas fuentes de información para conocer los inicios de la que es hoy nuestra ciudad, en aquellos tiempos en que recién se animaba  a dar sus primeros pasos en búsqueda de sus rutas propias.

Uno de estos ilustres viajeros fue el francés Paul Marcoy, quien al promediar el siglo XIX (más o menos 1848) pasó por Iquitos y nos dejó esta descripción:

“Visto desde una distancia, Iquitos aparece como un muro vertical cubierto de cortinas de vegetación, plantas trepadoras y lianas de la más caprichosa apariencia ...
            Visto de más cerca, Iquitos aparece como un conjunto de chozas colgadas y desgarradas en partes, semejando a un viejo marinero con sus mechones de cabello escaso. Estas chozas, 32 en número, forman dos agrupaciones distintas que los lugareños llaman barrios.
            La población consiste en 85 individuos, de ambos sexos, quienes viven y se multiplican bajo la recelosa mirada del Alcalde, a quien dan el título de Corregidor, con tanta adulación como temor.
            De 1791 a 1817 esta aldea de misiones, que ahora es nada más que un pobre centro de comercio, estuvo situada tierra adentro, compuesta de personas de la nación Iquitos.
            Los Iquitos se habían mezclado con los Omaguas y los Cocamas, sus vecinos de la derecha, y con los Ticuna sus vecinos a la  izquierda. No resulta exagerado afirmar que la sangre de las cuatro tribus se halla mezclada en sus venas.
            “De las 32 chozas que constituyen la aldea, y la cual, como hemos dicho, se divide en dos distintos barrios, 19 corresponden a la población nativa. Las 13 restantes están pobladas por algunos indios pobres y mestizos de español, a quienes los Huambizas del Pastaza arrojaron hace algunos años de las villas de Borja y Barranca, tras saquear y quemar sus propiedades.
            La mayor circunspección norma las relaciones entre los dos barrios. Por igual que los descendientes mestizos de los españoles, los pobladores de las 13 chozas se dirigen uno al otro con los títulos de don y de doña, considerándose ellos mismos como pertenecientes a la raza blanca, aunque sus colores varían bastante entre el marrón y el claro. Tomarían como una subvaluación confundirlos libremente con los de piel indígena.
            Estos representantes de la aristocracia iquiteña llevan una corta camisa y pantalones azules y un sombrero de paja fabricado por ellos mismos; corrientemente van descalzos por carencia de zapatos. Todos cultivan un pequeño trozo de tierra para sostenerse.” (*)

Es decir, Iquitos ya empezaba a respirar y transpirar nuevos humores culturales.

Otro viajero que nos visitó y nos dejó por escrito sus observaciones fue don Joao Wilkens de Mattos,  quien pasó por nuestra ciudad  en 1872, es decir, unos veinte años después de Marcoy.  De Iquitos dice lo siguiente:

“Antes de ser instalada la Comandancia General del Departamento Marítimo- Militar, Iquitos era apenas una aldea en decadencia, que contenía poco más de 200 moradores. En 1854 era una población de pescadores, con 227 habitantes de los cuales 98 mestizos borjeños, que  emigraron de San Borja, y de otros puntos del Alto Marañón, perseguidos por los Huambisas.
Después de 1864, Iquitos comenzó a prosperar y hoy su comercio es importantísimo. Consta de unas treinta empresas de comercio, pero sólo cinco son importadoras y efectúan un  movimiento económico de mil millones de reales cada año.
Posee también Iquitos 4 talleres de sastrería, 3 zapaterías, 3 panaderías y una confitería.
La iglesia es espaciosa, pero está por acabar y carece de ornamentos.
Con excepción de una media docena de casas  con techo de tejas, las demás están aún cubiertas de paja, lo cual presenta un aspecto menos agradable. Con todo, su edificación es sólida y confortable.
La población iquiteña es superior a los dos mil habitantes.
El clima es magnífico; el suelo arenoso y plano. Produce excelente caña de azúcar, tabaco y café. Lamentablemente, la falta de brazos es la causante que la agricultura de estos productos no llegue a una mayor escala.
Es Iquitos lugar de gran futuro. Así los indios de la provincia podrán gozar directamente de los beneficios de las normas que el Gobierno de la República dicta en los últimos tiempos a fin de proteger a esta gente nativa contra los vejámenes que sufría de parte de algunas autoridades.”  (*)

Podemos colegir que ya para esta época, nuestra ciudad contaba con una población compuesta por nativos y por mestizos, tanto borjeños y sus descendientes como los funcionarios traídos para la administración estatal, pues el estado peruano ya se hacía presente luego de la declaración de Iquitos como puerto fluvial sobre el río Amazonas, entrando en funcionamiento con la llegada, en 1864, de los barcos que mandara construir el Mariscal R. Castilla.  Pero, es a partir de aquí que el panorama demográfico y cultural se hará más diverso en cuanto a composición, pues ingresarían los migrantes chinos hacia 1880, momento en que también se iniciaría la época de explotación del caucho (boom del caucho). En la siguiente década estarían llegando los migrantes judíos y otros migrantes tanto europeos como nacionales, atraídos por el llamado “oro negro”. Recordemos que hacia el final del siglo (1897) don Nicolás de Piérola declara a Iquitos capital del Departamento de Loreto, en reemplazo de Moyobamba.
De allí en adelante, Iquitos sufrirá una metamorfosis social, cultural, política, económica, etc., que continúa hasta el presente.

(*) Citas tomadas de:
VEGA, J. J.;  Viajeros ilustres en Iquitos en   el Siglo XIX (obra inédita).

Obra consultada:
Morey Alejo, Humberto y Gabel D. Sotil García. Panorama histórico de la Amazonía Peruana, una visión desde la Amazonía. Imp. Amazonas, Iquitos, 2000.