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Iquitos, Loreto/Maynas , Peru
- Nací en el departamento Ica, Provincia Palpa, Distrito Río Grande, Caserío "San Jacinto", 1941. Egresado de la UNM "SAN MARCOS", Facultad Educación, especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, Docente Facultad Ciencias de la Educación y Humanidades-UNAP. Colaboro en: - Diversas revistas que se publican en Iquitos DISTINCIONES •PALMAS MAGISTERIALES, Grado de Maestro •PREMIO NACIONAL DE EDUCACIÓN “HORACIO”, 1991, Derrama Magisterial. •PREMIO NACIONAL EDUCACIÓN, “HORACIO”, 1992, Reconocimiento Especial •DIPLOMA RECONOCIMIENTO DE LABOR POR PUEBLOS INDÍGENAS- AIDESEP •PREMIO NACIONAL I CONCURSO NACIONAL LIT. INFANTIL, ÁREA EXPR. POÉTICAS, MED •RECONOCIMIENTO MÉRITO A LA EXCELENCIA Y PRODUCCIÓN INTELECTUAL -UNAP. . Reconocimiento con la distinción "LA PERLITA DE IQUITOS", UNAP (2015), Reconocimiento por SEMANA DEL BOSQUE, Sub-Ger. Prom. Cultural, GORE LORETO., Condecorado con orden "CABALLERO DEL AMAZONAS" por el GORE LORETO (06.07.16), condecorado con la orden "FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS", Moyobamba, San Martín (24-09-2016). Palmas Magisteriales en grado AMAUTA (06-07-17) MINEDU. DIPLOMA DE HONOR, por Congreso de la República. 21-03-2019

jueves, 15 de noviembre de 2007

NECESIDAD DE INCORPORAR EL CONOCIMIENTO DE NUESTRA REGIÓN EN EL CURRÍCULO NACIONAL



GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA

Como es de nuestro pleno conocimiento, toda la educación nacional carece de la presencia de la Amazonía. Es decir, para nuestro sistema educativo, nuestra región no merece mayor atención. Como si se dijera a la niñez y juventud peruanas que en la Amazonía no hay nada que valga la pena conocer en el marco del sistema formal, no hay nada que tenga potencialidad formativa para ellos: no hay una historia, no hay una geografía, no hay pueblos que deban ser estudiados y comprendidos, etc.

Esto quiere decir que lo más ausente en todo el panorama de relaciones entre nuestr país y esta región es la necesidad de conocerla y de promover su conocimiento certero, real, más allá de perjudiciales fantasías, que no hacen sino tergiversar nuestra realidad, y, por ende, generar incorrectas decisiones, cuyas nefastas consecuencias las sufrimos todos.

Esta ausencia de la Amazonía en la educación nacional es tan grave, que bien podemos afirmar que en estos momentos la Amazonía es la gran desconocida en nuestro país, desconocimiento que lo compensamos atribuyéndole características y condiciones irreales, tanto que los peruanos hemos hecho de la selva el depósito de nuestras fantasías, de nuestros sueños irrealizados, de nuestros deseos de aventuras, de nuestros impulsos frustrados, etc. Es posible que, como país, necesitemos un sueño colectivo y le hayamos dado a la selva este significado, como lo fueran en su oportunidad “El Dorado” o “El País de la Canela” que, como lo sabemos, no tuvieron efectos beneficiosos para nuestra región.

Como consecuencia de este vacío hay en el imaginario nacional una falsa imagen de Amazonía en la mente de los peruanos, con componente mórbido incluido.

Esta omisión educacional por cierto que tiene como consecuencia que nuestra región siga siendo vista a través de viejos y obsoletos filtros ideológicos, que han condicionado que nuestra región sea destinataria de graves falsedades y tergiversaciones, tales como que nuestros recursos son inacabables, que somos una despensa para el Perú (en donde tenemos guardado todo lo que podemos utilizar en cualquier momento), que nuestra región se desarrollará sólo si exportamos nuestras materias primas, que en ella se hace dinero rápida y fácilmente, que tenemos un suelo prodigiosamente fértil al que podemos hacerlo producir talando los árboles, que la selva es un infierno verde, que es una inmensidad despoblada y sin dueños, de la que podemos disponer a libre albedrío de los que tienen el poder político y económico (id est, concesiones forestales, lotizaciones petroleras), etc.

Falsedades que sólo expresan la gran ignorancia que tenemos los peruanos acerca de la más extensa región de nuestro país y la de mayores posibilidades, pues sus recursos son renovables; es decir, inagotables si los administramos racionalmente.

Por esta ignorancia o falso conocimiento es que las más grandes depredaciones de que es objeto el bosque amazónico no provienen de los pueblos originarios o indígenas, pues éstos tienen un milenario respeto y conocimiento acerca del mismo, sino de quienes se acercan a él con fines mercantilistas, víctimas de aquellas falsedades, pues en el imaginario social vigente nuestros recursos naturales sólo tienen valor mercantil, es decir, para extraerlos y venderlos; nuestro bosque sólo sirve cuando se lo transforma en campo de cultivo y para extensos pastizales.

Realidad trágica ésta que ha llevado al Dr. Antonio Brack Egg, insigne ecologista peruano, a decir que la mayor estupidez que estamos haciendo los peruanos es talar nuestra riqueza forestal para realizar actividades agropecuarias y ganaderas, queriendo con ello trastocar la natural vocación de nuestro bosque que es la de seguir siendo bosque.

Hoy vemos, con mucho dolor, cómo se deforestan extensas superficies de bosque para extender la frontera agrícola y ganadera, que sólo brindarán frutos pocos, muy pocos años, luego de los cuales serán abandonadas por la irrecuperable pérdida de fertilidad, pasando a engrosar los suelos en proceso de desertificación, que ya llegan a millones de hectáreas. Con ello no sólo perdemos árboles, sino suelos, biodiversidad, agua en los ríos y cochas, evaporación, lluvias, regularidad climática, belleza paisajística, atractivos turísticos y cuanto servicio forestal nos puede brindar el bosque, servicios a los que en la actual educación no les brindamos ninguna importancia.

En consecuencia, para la superación de estas deficiencias del sistema educativo nacional, será necesario que las autoridades regionales y el magisterio tomen las medidas adecuadas, para que en el nivel interno se enfatice y priorice el estudio de nuestra región y en el externo exigir al Ministerio de Educación que, en el currículo nacional, la selva merezca un sitial relevante, pues, con toda seguridad, a las instituciones educativas de las demás regiones no llegan mensajes de la realidad amazónica, con lo cual se fortalece y profundiza el más grande vacío de los peruanos respecto a la realidad nacional, pues hemos construido y estamos construyendo un Perú sin la verdadera Amazonía.

Lo cual constituye un imperdonable engaño nacional, frente a lo cual no debemos quedarnos indiferentes, pues ese desconocimiento y esa indiferencia han hecho posible que aquí, en esta región, hayamos perdido, sin mayor dolor de los peruanos, sin la menor culpabilidad nacional, 776 000 kilómetros cuadrados de nuestro territorio exclusivamente amazónico en los últimos 150 años, se venga talando inmensas extensiones de bosque, se contamine innumerables ríos y cochas, se agreda a los Pueblos Indígenas, se extermine nuestra diversidad biológica, etc.

Silenciarnos ante dicho Ministerio por esta omisión no es sino traicionar nuestros compromisos para con nuestra Amazonía, pues esta ausencia es la más grande agresión a nuestra región.

Más aún cuando hoy sabemos que las agresiones que le inferimos tienen un efecto desencadenante de muy graves consecuencias en el sistema climático de nuestro planeta, contribuyendo a ese fenómeno global llamado cambio climático que, si no lo afrontamos con estrategias apropiadas, va a causarnos gravísimos problemas; estrategias entre las que se encuentra, ineludiblemente, una adecuada y pertinente educación.

Art. publicado en semanario KANATARI, 11-11-07

viernes, 9 de noviembre de 2007

“MI TIERRA AMAZÓNICA” Y LA EDUCACIÓN FORESTAL


Gabel Daniel Sotil García

La historia de las relaciones que hemos venido estableciendo los diversos Pueblos asentados en esta región con nuestro entorno ambiental, evidencia que, hasta el momento, hemos pasado por dos fases nítidamente distinguibles: una larguísima, milenaria, época de relaciones armoniosas, respetuosas con nuestro bosque mientras fueron lo Pueblos Indígenas los protagonistas; a la cual le ha sucedido una fase de relaciones conflictivas, que ya se prolonga por casi quinientos años, con gravísimas consecuencias para nuestro entorno natural, pues en estos momentos se encuentra al borde del colapso por las agresiones de que es objeto por parte de instituciones y personas de la cultura dominante. Fase ésta de carácter totalmente depredatorio

Sin embargo, a partir de la toma de conciencia, que se viene operando en la propia cultura mestiza, de la importancia que tiene el ambiente para nuestra supervivencia individual y social y de la trascendencia que tienen las culturas indígenas en sí mismas y como depositarias de una milenaria sabiduría de trato armónico con el bosque, en nuestra región se viene produciendo todo un cambio de perspectiva en lo que concierne a la defensa y preservación de nuestro ambiente que nos anuncia que pronto, muy pronto, debe iniciarse una nueva fase en estas relaciones, a la que podríamos desde ya denominar de relaciones racionales con nuestro bosque, caracterizada por la recuperación de la unión umbilical entre la sociedad y la naturaleza, la praxis de actividades socioeconómicas respetuosas del ambiente, revalorando la sabiduría de los pueblos originarios expresada en la plena vigencia social del desarrollo sostenible, el mismo que debe llevarnos a la praxis de una nueva axiología y el uso de nuestros recursos con sentido social.

Todo lo cual ya viene exigiendo que en el proceso de educación, tanto formal como informal, se considere a la educación ambiental o forestal como el eje generador de nuevos conocimientos y formador de nuevas actitudes en las futuras generaciones, para aprender a ver a nuestro bosque con el valor intrínseco que tiene.

Felizmente, ya hay diversas instituciones, personas y medios de difusión que se han comprometido plena y vitalmente con la construcción de esta nueva fase en las relaciones con nuestro ambiente.

Es el caso de “MI TIERRA AMAZÓNICA”(*), revista que ha asumido el compromiso de impulsar una nueva visión de nuestras riquezas forestales en su valor ecológico, social, estético, económico, etc. pero con criterio de sostenibilidad. En las páginas de sus 25 ediciones, hasta hoy publicadas, sus colaboradores han venido entregando lo mejor de sus conocimientos, de sus reflexiones, de su compromiso para hacer que nuestro BOSQUE recupere el sitial valorativo que nunca debió perder y para que siga siendo BOSQUE.
(*) Revista dirigida por la Prof. IDA CASANOVA BARTRA

sábado, 3 de noviembre de 2007

EL HOMBRE Y EL BOSQUE


GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA


ÉRASE UNA VEZ un bosque inmenso.
Grandioso.
Grandioso y portentoso.
Poblaban sus entrañas hombres, plantas y animales que, en las noches de Luna llena, contábanse sus cuitas y alegrías y, en las horas tempestuosas, protegíanse mutuamente.
El bosque amó al hombre.
A la sombra de sus árboles, en los cantos de sus cochas y el borde de sus ríos, el bosque le dio abrigo, sustento y un lugar para amar, luchar y descansar.
Y amó el hombre al bosque.
  

Su cuerpo se hizo pájaro, mariposa y pececillo y, también, puma, lagarto y jaguar.
Los trinos inspiraron sus cantos, el silbar del viento, sus melodías; las noches rugientes, sus temores y los silencios misteriosos, una celeste fantasía.
Las tempestades se hicieron danzas; los truenos, dioses muy severos; las aguas profundas, moradas tenebrosas y el boscaje espeso, un espíritu viviente.
Los ríos y las cochas se impregnaron en sus telas. Las aves montaraces se posaron en su cuerpo.
Entonces, eran uno solo.
Se hicieron uno solo: el bosquehombre, el hombrebosque.
Los hombres enseñaron a sus hijos.
Los hijos lo hicieron con los suyos.
Y así pasaron años; siglos, mejor dicho.
PERO... sucedió que otros hombres, nuevos hombres, llegaron sigilosos y admiraron su belleza.
La vieron deslumbrante; pero, más que su belleza, desearon su riqueza.

- ¡ Esto es una despensa!
- ¡ Esto es inagotable!
- ¡Hay que llamar a otros hombres!

Y vinieron más hombres, que invadieron al bosque.

- ¡Aquí hay caucho! - dijo uno.
- ¡Por acá, hermosas pieles! - dijo otro.
- ¡También valiosas maderas! - añadió alguien.
- ¡Exóticos animales! ¡Vendámoslos!
- ¡ Oh! ¡Petróleo! ¡Petróleo!- gritaron todos.

Y el bosque silencioso entregó su riqueza.
Embriagados por la abundancia, los hombres nuevos se olvidaron del hombrebosque; se olvidaron del bosque mismo.
La armonía se rompió.
Un nuevo lenguaje, que los árboles no entendieron.
Cantos nuevos. Música nueva. Ritmo nuevo.
Todo tan diferente...

Y el bosque quedó olvidado. La Luna, brillante antaño, se hizo tenue, casi invisible; el sol, fuente de vida, se hizo fuente de calor; el rugir de las fieras, antes respetado y temido, se hizo denuncia.
Entonces vinieron las ciudades.
Quitaron los árboles. Ahuyentaron a las aves.
Y el bosque se fue retirando.
Lenta, imperceptiblemente, el bosque ordenó a sus árboles recoger sus raíces, plegar su ramaje y emprender la retirada.

- Veamos qué hacen sin nosotros. Ignorantes estos hombres, no saben que somos la vida.



Y los arroyos se secaron. Las avecillas canoras fugaron con sus nidos y sus crías. No hubo más flores en el campo, ni croares nocturnos, ni ruidos misteriosos.
Todo se hizo silencio, calor insoportable, sopor insufrible, monotonía asfixiante.

- ¡Que viva la Primavera!
- ¡La Primavera ha venido! ¡La Primavera está aquí!
- ¡Oh, Primavera! ¡Estación de vida, de flores, de color!

Los niños cantaban en coro, alegres, bulliciosos. Paseaban su alegría por toda la ciudad. Vestían de mariposas, de avecillas, de pecesitos, de flores.
Y el bosque, desde su lejanía, miraba absorto, escuchaba incrédulo.

- Así no son mis flores, ni mis mariposas, ni mis aves. Yo no tengo primavera. En primavera estamos siempre. ¿Qué sucede con los hombres? - terminó preguntándose.
- ¡Nos ignoran! - dijo un árbol.
- ¡Se han olvidado de nosotros! - dijo otro.
- ¡Ya no saben cómo somos! - añadió un tercero.
- ¡Déjenlos! Ya se darán cuenta. Tendrán que aprender del hombrebosque. Detendremos nuestra brisa. Nuestra sombra no será más fresca. La lluvia derruirá sus campos, sus riberas... Callaremos todos y, entonces... - meditó el bosque.
- ¡Ojalá que no sea demasiado tarde! - agregó una amasisa que se inclinaba, al borde del colapso, sobre el río.

Y fue así.
Un amanecer mustio, cuando la lluvia se precipitaba a torrentes, horadando los campos y las riberas indefensas, el trueno sonó horrendo, el relámpago iluminó al bosque y los árboles se hicieron brillantes.
Fue entonces cuando... .

- ¡El bosque! - dijo alguien.
- ¿El bosque? - le respondieron
- Sí, ¡el bosque! ¡El bosque se está yendo!
- ¡Oh, sí, tienes razón! Se está yendo. Se está yendo de nuestras casas, del campo, de la ciudad.
- No sólo de allí; de nosotros mismos. Ya no nos pertenece. Es un extraño. Nos está abandonando lentamente.
- ¿Y de nuestros niños? - preguntó.
- No, no sabemos. Veamos qué dicen, qué saben, cuánto aman al bosque.

Entonces fueron a un jardín. Miraron, preguntaron. Nadie dijo nada del bosque. Ninguna referencia. Nadie habló del bosque. En los muros, en las aulas, en los cuentos, nada del bosque. Ni una canción referida al bosque.

- ¡Vayamos a la escuela!.

Y llegaron a la escuela.
Libros grises, sin el verde intenso de su flora ni el azul profundo de su cielo, sin colores. Libros sin ríos caudalosos, ni cochas misteriosas. Libros sin trinos de la selva, sin el calor de su clima. Fríos, muertos. Sin nada de bosque. Sin vida.
Preguntaron a un niño:

- ¿De qué color es la sachavaca?
- Este...
- ¿Para qué sirve el bosque?
- Este...

Preguntaron a otros niños más grandes:

- ¿Qué es el bosque? ¿Para qué sirve?-
- Allá viven los indios - dijo uno.
- Allí llevan a los turistas - dijo otro.

Llamaron a un joven:

- ¿Dónde queda el bosque? - le preguntaron.
- ¡Por allá! - dijo señalando con su índice el lejano horizonte.

A otro le preguntaron:


- ¿Para qué sirve el bosque?
- De allí sacamos madera, peces de colores, pieles de animales, petróleo, resinas... - respondió.

Entonces el hombreciudad se dio cuenta. Se angustió. Llamó a gritos al hombrebosque.

- !Enséñame a vivir en el bosque, a dialogar con él! - le imploró.
- Necesitamos tiempo - sentenció el hombre bosque- No el tiempo tuyo, el tiempo del bosque. El tuyo lo has perdido, el suyo está intacto.
- Vuelve sobre tus pasos - continuó el hombrebosque -. Aprende de él, conócelo. Que tus hijos lo amen, que le canten, que le hablen, que descansen bajo su sombra, que corran por sus campos, que coman sus frutos. Los árboles te aman hombreciudad.
- Sí, hombreciudad, todos te amamos. Nosotros los árboles te damos frescor, vida, frutos; los pajarillos que regalan sus trinos jugueteando en las mañanas - confirmó un árbol.
- Sí, hombreciudad, te lo aseguramos. Los animales que vivimos en el bosque, los arroyos, las tahuampas, todos te amamos. Las orquídeas te adoran, te dan belleza, hombreciudad - agregó un venado tras un matorral.
- Anda, entra al bosque. Lleva tu casa, lleva tu escuela, lleva tu iglesia y ponlas en el bosque. Abrázate a él y dile que volverás a amarlo.

Aquella tarde, después de mucho tiempo, el Sol brilló sobre el río y el crepúsculo incendió al bosque de mil colores.
La Luna esperó impaciente para subir esplendorosa.

jueves, 1 de noviembre de 2007

LA EDUCACIÓN EN VALORES ECOLÓGICOS



Gabel D. Sotil García

Por la imposición de la cultura dominante, entre cuyos paradigmas no tienen prioridad, hasta hoy, los relacionados con el AMBIENTE, cuando en nuestra región hablamos de EDUCACIÓN EN VALORES, generalmente obviamos los referidos a nuestro BOSQUE como escenario ambiental. Son los valores económicos, éticos (interpersonales), estéticos, etc. en los que centramos nuestro interés formativo de los educandos.

En realidad, los valores son un componente de gran importancia en las decisiones que tomamos en la dinámica cotidiana. Es decir, que de los valores que tengamos dependerá que elijamos una u otra opción cuando debamos decidir. Son los valores los que orientan nuestra acción, pues es a partir de ellos que damos mayor o menor importancia a las cosas u objetos de nuestro entorno o a las acciones que realizamos y realizan los demás, aceptándolas o rechazándolas.

Los valores están presentes en todas las culturas, pero, dado que existen en una amplia gama o diversidad, no todas ellas enfatizan los mismos valores. Unas sociedades otorgan una mayor jerarquía a los valores económicos, otras a los estéticos, así como a los éticos, a los científicos, a los religiosos, a los utilitarios, etc. Siendo variable esta jerarquía a través del tiempo.

A partir de una mirada panorámica a nuestra historia regional, podemos afirmar que en las culturas indígenas el valor ecológico de los elementos de su entorno fue asumido con una de las más altas jerarquías en el comportamiento de sus miembros. A partir de su milenario contacto con el bosque, que les proporcionó una rica experiencia y profundos conocimientos, los Pueblos Indígenas amazónicos, construyeron una forma de actuación, tanto individual como colectiva, respetuosa de su entorno natural. Intuitivamente asumieron un universo axiológico ambientalista, de defensa y preservación de su entorno existencial, que les aseguró su pervivencia social y cultural.

Es dicha experiencia la que les posibilitó apreciar, valorar, su entorno existencial; y así, de generación en generación, vía el ejemplo cotidiano, transmitieron a las nuevas generaciones este aprecio y respeto por el río, la cocha, la flora, la fauna, el suelo y cuanto componente descubrían en dicho entorno. Aprecio y respeto que fueran procesados y expresados en la integralidad de sus culturas.

Al incorporarse a este escenario amazónico la cultura de origen europeo, se incorporaron también sus jerarquías axiológicas, haciéndose hegemónicas en concordancia con el avance impositivo de dicha cultura mediante diversos mecanismos, entre los cuales se encontró la educación, tanto natural como formal.

Es así como aprendimos a percibir a nuestro ambiente de manera distinta y establecer nuevas relaciones con él. En concordancia con la nueva estructura de valores todos los elementos ambientales fueron reubicados en una nueva jerarquía y, entonces, el BOSQUE pasó a ser bosque, el RÍO pasó a ser río, la COCHA pasó a ser cocha, el ÁRBOL pasó a ser árbol, etc. pues pasaron a tener sólo un valor mercantil, para la compra y la venta, dejando de ser apreciados por su valor ecológico, pues el valor económico ocupó la cúspide de esa jerarquía.

Convertidos en simples mercancías pasaron a ser objetos de compra-venta. El BOSQUE devino en un conjunto de diversas maderas, resinas, cortezas, tintes, peces, aves, mamíferos, mariposas, etc. con valor sólo para ser extraídas y vendidas; es decir, en lo que es hoy: un bosque. Perdió su significado trascendente, de la mayor jerarquía, que tuvo para los Pueblos originarios.

En este marco axiológico todo ha adquirido sólo un valor económico. Mercantilismo puro. El ÁRBOL no es visto como ÁRBOL sino como algo que sólo sirve para transformarlo en madera, carbón, leña, etc., de manera que, puestos frente a un árbol, lo único que se nos ocurre es cortarlo o talarlo.

En nuestra actual sociedad no hemos aprendido a verlo y apreciarlo como parte integrante del paisaje natural. Ignoramos que naturalmente cumple funciones ambientales: produce oxígeno, amortigua las altas temperaturas, absorbe el monóxido de carbono y demás gases nocivos para la salud, viabiliza la evaporación de las aguas (por ello hay nubes y lluvias), retiene las aguas de las lluvias para liberarlas progresivamente (por ello existen los arroyos, quebradas, manantiales, etc.), protege al suelo (evita su erosión por las fuertes precipitaciones), sirve de hábitat a las aves en cuyas ramas anidan, se protegen y posan, nutre al suelo, ornamenta el paisaje, brinda una sombra refrescante, sus frutos alimentan a las aves y mamíferos (incluyendo a los seres humanos), …Todas ellas funciones de la mayor trascendencia en la dinámica ambiental, aun no valoradas.

Igual viene sucediendo con la cocha y el río, a los que sólo vemos como proveedores de peces para el consumo y la venta, pero no en su función ecológica como fuentes y hábitat necesarios para la diversidad de vida y, por lo tanto, los estamos convirtiendo en basureros de los pueblos y ciudades. A nuestro suelo sólo lo vemos como medio para producir cosechas y no en su interrelación con los árboles, el ambiente, la flora, la fauna, etc.

En resumen, no hemos aprendido a darle valor ecológico a nuestro bosque y todas sus riquezas. Dominados por el economicismo, en todas sus manifestaciones, nos hemos olvidado que entre los valores en los que debemos educar a las nuevas generaciones deben estar los VALORES ECOLÓGICOS en primer orden. Cuando hablamos de educación en valores, obviamos a los ambientales o les damos una bajísima importancia, como queda dicho. Venimos olvidando, también que somos hijos de la naturaleza y que si no frenamos la exacerbada artificialización, hacia la que nos dirigimos, seremos víctimas de nuestra propia destrucción.

Es este economicismo, mercantilismo puro, lo repetimos, el que nos está llevando a la peor catástrofe de la humanidad, generada por nosotros mismos. El cambio climático, cuyas evidencias se hacen cada vez más contundentes y catastróficas, nos tiene que obligar a un cambio profundo en nuestra actuación frente a la naturaleza. A nuestra TIERRA.

Cambio que sólo podrá ser logrado a partir de una EDUCACIÓN ECOLOGÍCA, en cuyo marco formativo las nuevas generaciones aprendan a valorar su entorno ambiental, adquieran profundos conocimientos de nuestra realidad forestal, de su complejidad, de su dinámica, etc.; nuevas capacidades de uso no destructivo de sus recursos; se comprometan con su preservación, etc.

La urgencia de esta EDUCACIÓN tiene que ser la respuesta a la toma de conciencia de la importancia que tiene nuestra AMAZONÍA en el contexto ambiental global.

Bien haríamos, pues, en incorporar los valores ecológicos: amor y respeto a la naturaleza, a la diversidad biológica, al ambiente, a nuestros recursos naturales, el cuidado de los jardines, de las plantas, del aire, de nuestras calles, de las aves, de las flores, de nuestra comunidad, etc., como referentes de primer orden para nuestro comportamiento individual y social.