Gabel D. Sotil García
Algunas mañanas un sol esplendoroso alagaba de una dorada luz a nuestro pequeño caserío. Otras, una neblina misteriosa y tenue reptaba por todas nuestras calles hasta perderse allá en los árboles de los linderos del bosque.
Estábamos de vacaciones y para todos no había ocasión que perder para jugar en la cocha y árboles que, generosos, nos brindaban sus ramas para trepar y colgarnos a nuestro antojo.
Cuando llegó la nueva directora, ya se había generado un ambiente de expectativa en el caserío. Su llegada de noche y su sigiloso desembarco y traslado de sus cosas del puerto al local de la escuela, no hicieron sino aumentar nuestra curiosidad por ella.
Sus primeros contactos con la comunidad seguro que le permitieron notar este hecho al que, tal vez, no le dio mayor importancia, por considerarlo natural en un pueblo de pocas familias, en donde la vida apacible de la ribera se desarrolla con una alegre y forestal monotonía. Ligados al bosque en nuestra vida cotidiana, los vivientes sentíamos curiosidad por todo aquello que significara una alteración de nuestro diario quehacer.
Era natural que fuera así.
Como natural fue que las clases se iniciaran con la tradicional formación en el patio y con las canciones y rezos que, en todas las escuelas, dan inicio a un nuevo año escolar.
- Queridos niños- nos dijo entre otras cosas, nuestra directora - este año ustedes tendrán experiencias maravillosas. Experiencias que jamás olvidarán.
Como que efectivamente las tuvimos.
La primera se produjo luego de dos semanas de iniciadas las clases.
Bullangueros y juguetones, llegamos todos a la escuela.
Como era inicio de semana, hicimos nuestra formación.
Allí nuestra directora nos habló de muchas cosas bonitas y, para terminar, nos dijo que cantáramos una canción.
- Escúchenla bien para que la repitan:
"Osito, osito,
tierno y bonito.
dame tus manitas,
y juega conmigo"
Todos en coro la repetimos hasta que la directora consideró que ya la sabíamos.
Entonces nos ordenó pasar a nuestro salón. Pero, antes nos advirtió:
- No vayan a tener temor, porque es un animal muy mansito el que encontrarán en su salón- nos dijo, aumentando nuestra curiosidad.
-¿De qué animal nos habla? - me pregunté, intrigado.
Todos caminamos expectantes e inquietos y allí lo encontramos.
Dormía plácidamente sobre la mesa de la directora.
Todos nos miramos llenos de asombro, pero nos hicimos señas para no despertarlo.
- Queridos niños, - nos explicó al entrar apresurada la directora- este animalito es un osito. Es el osito al que acabamos de cantar. Es muy querido en todo el mundo por su ternura. Aquí también lo querremos y cuidaremos. ¡A ver! ¡Vamos a cantar nuevamente!
Y cantamos.
Cuando acabamos de cantar y como si hubiera entendido, el osito levantó su cabeza y nos miró somnoliento aún. Cuando quiso incorporarse, todos hicimos un gesto de huida que fue evitada por nuestra profesora.
- No se inquieten. No les hará daño- advirtió.
Desde aquel entonces, este bello animalito se hizo parte de nuestro diario vivir en la escuela, compartiendo con él todos nuestros momentos. Aprendimos a quererlo jugando con él.
Cuando ya nos habíamos acostumbrado al osito, tuvimos otra sorpresa.
Un lunes, cuando dábamos inicio a una nueva semana de clases y después de sus palabras en la formación en el patio, la directora nos invitó a cantar otra canción.
"Elefante graciosito,
larga tu trompita,
tiernos tus ojitos,
gruesos tus piesitos"
La repetimos muchas veces hasta aprenderla sin equivocarnos. Recién entonces nuestra directora nos dijo:
- Ahora, vayan a su salón y tendrán otra sorpresa, queridos niños. Les he traído otro animalito.
Todos corrimos empujándonos para ver la tal sorpresa.
Efectivamente, al lado del osito, que ahora caminaba tranquilamente en nuestro salón, otro animalito retozaba plácidamente con su larga trompa y sus pies grandotes.
No supimos como llamarlo hasta que llegó la directora para despejar el misterio.
- Este es el elefantito, al que le hemos cantado; todavía está muy tierno, pero cuando crezca se hará muy, pero muy grande. Se van a hacer buenos amigos y nos acompañará en nuestro salón de clases.
En verdad, nuestra directora sí que sabía despertar nuestra curiosidad. Tiempo después nos dio una nueva sorpresa. Nos hizo cantar en el patio y en nuestro salón encontramos a un león, tan melenudo como manso, que nos dejaba acariciar su suave pelaje mientras que abría sus fauces profundas y oscuras en un rincón del aula.
Las sorpresas continuaron hasta que dejaron de serlas. Ya sabíamos que cada vez que la directora nos enseñaba un canto con el nombre de un animal, lo encontraríamos en nuestro salón de clases, hasta hacer que éste más pareciera un zoológico muy extraño, lleno de animales que recién empezábamos a conocer, pero que cuidábamos con mucho esmero, dándole nuestro amor infantil.
Así, hasta que un día:
- Oye amigo, pero, ¿De dónde saca la directora estos animales?- preguntó intrigado Ashuco, mi compañero de asiento.- Cada vez que cantamos, - añadió- encontramos un nuevo animal.
- En verdad, yo también creo que aquí hay algo raro- añadí.
- Primero, el osito y luego el elefante, el león, el caballo, la llama y otros más.
- Mira que nuestro salón ya está lleno de estos animales.
- Y recuerda que nos ha dicho que el lunes nos va a enseñar una nueva canción- me hizo recordar.
- Tenemos que hacer algo para averiguar cómo es que trae estos animales la profesora. En el bote no caven porque son muy grandes.
- Se me ocurre una idea, Ashuco- lo improvisé.
-¿Cuál, Shamuco? - inquirió
- Seguro que este lunes nos va a dar la sorpresa que nos ha anunciado- supuse.
- Puede ser ¿no?- dudó mi amigo- ¿Y qué?- añadió.
- Pues que yo no iré al patio sino directo al salón, para ver qué sucede cuando ustedes cantan- le expliqué.
- Claro, tienes razón, Shamuco- aceptó Ashuco.
El lunes, todos se fueron al patio, listos para hacer la formación, menos yo, que me había retrasado a propósito, yéndome directo al aula, copada ya con tantos animales. Me acomodé en un rincón, lleno de intriga y emoción.
Luego de que hubiera cantado nuestro himno, rezaron en coro mis compañeros.
Al terminar su discurso, la directora anunció:
- Bueno, niñitos,- mi corazón tembló con sus palabras- hoy aprenderemos una nueva canción- Ya saben, yo la cantaré varias veces y ustedes escucharán con mucha atención para aprenderla.
Y empezó:
“Jirafita, jirafita
cabeza pequeñita,
pareces una torre
en tus patas paradita”.
Cuando la hubo repetido varias veces, nuestra directora pidió que la cantaran en coro.
Así lo hicieron una y otra vez.
Mientras mis compañeros estaban en el patio, yo, sentado en una esquina del salón, también repetía en voz baja la canción.
Estuve tan preocupado por repetirla, que no me di cuenta que cerca de mí se estaba formando un raro animal. Cuando me percaté de ello, ya casi era visible todo su cuerpo.
Incrédulo, miraba una y otra vez limpiando mis ojos, cuando en eso sentí que mis compañeritos llegaban al salón alegres y bullangueros como siempre.
Al entrar, ni se dieron cuenta de mi presencia porque ya el animal estaba completamente formado y atrajo la atención de cada niño.
La profesora, que llegaba detrás, nos dijo dirigiéndose a todos:
- Esta es la jirafa, a la que hemos cantado hoy día. ¿Qué les parece? ¿Les gusta?
Y así fue como nuestro salón recibió a un visitante más, con quien compartiríamos nuestro diario vivir en la escuela.
Pero, yo no estuve tranquilo.
Toda la mañana estuve preocupado por lo que había visto.
Cuando terminamos la jornada, le dije a Shamuco que deberíamos irnos a jugar en el wingo de su huerta.
En verdad, quería contarle lo que había sucedido en el salón.
Después que comimos, nos fuimos a su huerta y pude contarle todo cuanto vi.
- ¿Así que cuando nosotros cantamos se forma el animalito...? En verdad, no puedo creerte- me dijo Shamuco.
- Pues, esa es la pura verdad, Shamuco- me reafirmé- Hubieras estado tú allí para que me creas.
- Mira, ¿por qué no le contamos a Don Resho?- Él sabrá qué hacer- añadí.
Aquella noche, mientras una Luna brillante descansaba en el fondo de la cocha y una suave brisa mecía la copa de los árboles, nos fuimos a ver a don Resho para contarle nuestras preocupaciones. Después de escucharnos nos dijo:
- Tienen razón ustedes, niños ¿Cómo van a vivir allí con tantos animales raros?- nos dijo preocupado también - Yo nunca la he visto traerlos - agregó.
Don Resho era el abuelo de todos los niños del caserío. Todos lo respetábamos y todo se lo contábamos. Él, siempre con su palabra sabia y el consejo oportuno, nos daba la ayuda si la necesitábamos.
- Don Resho - interrumpí sus pensamientos - Y si le pedimos a nuestra directora que nos enseñe canciones de nuestros animales, ¿pasará lo mismo?
- Bueno, Ashuquito, creo que tienes razón, ¿por qué no probamos?.
- Le diremos a la directora que el lunes nos enseñe una canción al achuni o al majás o, mejor, el motelo, bueno, a cualquiera de ellos - dudé.
Aquel lunes, muy temprano, don Resho ya estaba en la puerta de la escuela, esperando a nuestra directora para pedirle que nos enseñara canciones de nuestro bosque. Al rato se retiró luego de que hubo hablado con ella.
Ese lunes, extrañamente, no entonamos ningún canto. Sospechando que nuestra Directora no conocía esas canciones, le pedí a mi abuelito que me enseñe una para llevársela.
Así lo hice.
Casi a fines de semana dije a la directora que Yo sabía una canción muy bonita y que me gustaría cantarla con todos mis compañeros. Aunque no de buenas ganas, ella me dijo que podría hacerlo al iniciar la semana.
Como de costumbre, el lunes nos congregamos en el patio para iniciar nuestras clases semanales.
Llegado el momento, la directora nos anunció que esa mañana un compañero enseñaría una nueva canción antes de ir al aula de clases. Y dijo mi nombre.
Aunque me había preparado, por un momento olvidé la letra, hasta que me hube calmado para dar inicio a mi canción:
“Somos los hijos del bosque,
hijos del río y del sol.
Somos niños que venimos
a cantarles nuestro amor.
Ni bien comencé a cantar, todos los demás niños lo hicieron. No sé cómo, pero todos sabían la letra de la canción. Sin darnos cuenta, nuestra voz se elevaba haciéndose una hermosa melodía.
Juguemos en las Tahuampas,
en las cochas y el matorral;
y el bosque al vernos felices,
él también se alegrará.
Cada día, cada mañana
nuestro amor debemos cantar,
cada día en nuestra escuela
con el bosque debemos jugar.
Lleno de lindas criaturas
el bosque por siempre estará
si todos juntitos cuidamos
nuestra bella naturaleza.
El patio de la escuela se hizo una caja de resonancia que multiplicaba nuestras agudas voces y las lanzaba hacia los árboles cercanos que rodeaban al local escolar.
Que vengan las aves, los peces,
seres de la restinga y el aguajal.
Estábamos ya por terminar de cantar cuando de pronto sentimos un ruido extraño proveniente del sector en donde los árboles eran más frondosos.
Que vengan todos para jugar
esta ronda forestal.
Todos, dejando de cantar, miramos hacia aquel lugar y pudimos distinguir una multitud de animales silvestres que venía con dirección a la escuela, unos volando, otros corriendo. Huanganas, sachavacas, sajinos, majases, venados, añujes, loros, guacamayos, paucares, etc., en tropel descontrolado, se dirigían hacia nosotros, que no atinamos sino a correr a nuestro salón de clases, incluyendo a nuestra Directora.
Habíamos olvidado que allí estaban los animales a los que habíamos mimado semana tras semana.
Abrimos la puerta en tropel y !oh sorpresa! no quedaba ni uno solo.
Nuestro osito mimado, el león melenudo, el elefante, la jirafa, todo, todo había desaparecido como por encanto.
No tuvimos ni tiempo para lamentarnos, porque ya los animales del bosque, que habían llegado al patio, retozaban juguetones ante nuestros ojos.
La escuela había sido invadida y nosotros mirábamos absortos al otorongo y al venado, la carachupa y el maquisapa, el paujil, la chosna, el pelejo y el manco, reunidos allí como si hubieran encontrado una nueva y generosa colpa.
Mientras mirábamos absortos desde la ventana, Shanti, el más chiquitín de nuestro salón, corrió diciendo:
- ¡Vamos a jugar con ellos!
Sin pensarlo dos veces, entre curiosos y temerosos, todos corrimos tras él.
Ya en el patio y con extraña confianza, todos nos pusimos a jugar en una algazara incontrolable de alegría y placer al ver que cada animal, con inmensa mansedumbre, se dejaba jalar, tocar y aupar a nuestro libre albedrío.
Fue el día más maravilloso.
¡Qué alegría inmensa! ¡Qué jolgorio indescriptible!
Todo se hizo más jocoso cuando vimos a nuestra directora intentando montarse en una sachavaca, que se inclinaba sobre sus patas delanteras para facilitarle la subida.
Jugamos hasta cansarnos.
Y, ya cansados, uno a uno, niños y animales, nos fuimos despidiendo.
Recuerdo aún al motelo, con paso cansino y reflexivo, penetrar al bosque y perderse en la hojarasca.
Fue el último en desaparecer, no sin antes levantar su cabeza como queriendo decir:
- ¡Y quién lo hubiera creído...!
Al día siguiente, en inusual reunión en el patio, pues era martes, nuestra profesora nos dijo:
- Queridos niños, desde hoy en adelante en esta escuela sólo podrán vivir los animales y plantas de nuestro bosque y todas nuestras canciones, cuentos y poesías invocarán sus nombres para conocerlos y aprender a amarlos.
Para terminar, nos pidió que volviéramos a cantar aquella canción que atrajo a los animales silvestres y así lo hicimos con lágrimas en los ojos y una profunda emoción.
Antes de entrar a nuestro salón de clases todos instintivamente miramos al bosque cercano y sentimos un claro influjo de presencia animal.
Nuestro corazón se alegró y una ráfaga de viento acarició nuestro rostro infantil, aquella mañana de frescor forestal.