Prof. Gabel Daniel Sotil García, FCEH - UNAP
Las influencias de los movimientos ecologistas e indigenistas y la
acción difusora de instituciones y personas comprometidas y sensibles a los
problemas ambientales, así como las constataciones históricas que venimos
haciendo en cuanto a las consecuencias
sociales, culturales, económicas y ecológicas del avance depredador de nuestra actuación social e individual, han
venido generando una gradual toma de conciencia de la gravedad del mismo, tanto
para nuestra propia región como para el planeta TIERRA, haciendo que sintamos
la necesidad de educarnos para establecer mejores relaciones con nuestro
entorno ambiental y asumir superiores comportamientos, tanto individuales
como sociales.
Es esta toma de conciencia de nuestras responsabilidades en el proceso
destructivo de nuestro ambiente como en la construcción de una sociedad
respetuosa de su hábitat, la que nos ha llevado a abocarnos, aún no
consensualmente pero sí gradualmente, a incorporar, como propósito socialmente
buscado, la educación de las nuevas generaciones para re-establecer y reconstruir las relaciones armónicas con nuestro
ambiente.
Preocupación que ya no es sólo nuestra,
sino de todos los Pueblos de la Tierra, quienes vienen reuniéndose cada cierto
tiempo para hacer los llamados a la conciencia de quienes tienen los poderes
políticos y económicos y cambien su comportamiento para no seguir afectándola.
En reciente reunión (Bolivia, 2009), se
elaboró un documento en cuyos párrafos iniciales se lee:
“Hoy, nuestra Madre Tierra está herida y el futuro
de la humanidad está en peligro.
De incrementarse el calentamiento global en más de 2º C, a lo que nos conduciría el llamado “Entendimiento de Copenhague”, existe el 50% de probabilidades de que los daños provocados a nuestra Madre Tierra sean totalmente irreversibles. Entre un 20% y un 30% de las especies estaría en peligro de desaparecer.
Grandes extensiones de bosques serían afectadas,
las sequías e inundaciones afectarían diferentes regiones del planeta, se
extenderían los desiertos y se agravaría el derretimiento de los polos y los
glaciares en los Andes y los Himalayas. Muchos Estados insulares desaparecerían
y el África sufriría un incremento de la temperatura de más de 3º C. Así mismo,
se reduciría la producción de alimentos en el mundo con efectos catastróficos
para la supervivencia de los habitantes de vastas regiones del planeta, y se
incrementaría de forma dramática el número de hambrientos en el mundo, que ya
sobrepasa la cifra de 1.020 millones de personas.
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Bajo el capitalismo, la Madre Tierra se convierte
en fuente sólo de materias primas y los seres humanos en medios de producción y
consumidores, en personas que valen por lo que tienen y no por lo que son.
El capitalismo requiere una potente industria
militar para su proceso de acumulación y el control de territorios y recursos
naturales, reprimiendo la resistencia de los pueblos. Se trata de un sistema
imperialista de colonización del planeta.
La humanidad está frente a una gran disyuntiva:
continuar por el camino del capitalismo, la depredación y la muerte, o
emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida”. (1).
Nuestra opción no
puede ser otra que el reencuentro armónico con nuestra Madre Tierra, para lo
cual debemos confiarle a la educación
la formación en nuevos valores, actitudes y conocimientos favorables a la
conservación de las condiciones propicias para el ser humano y la biodiversidad
prodigiosa de nuestra región, revitalizando la sabiduría de los Pueblos
Originarios quienes hicieron praxis social cotidiana de aquello que hoy
llamamos desarrollo sustentable.
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