ALEGRÍA EN LAS TAHUAMPAS
Prof. Gabel Daniel Sotil García, FCEH - UNAPLos ríos amazónicos continúan incrementando su caudal por las continuas lluvias que caen en los Andes. Foto WCS |
Y es que la creciente, insinuada en
noviembre, ya se ha declarado en diciembre, dando inicio así a un nuevo ciclo
climático en nuestra región, de acuerdo con las leyes de nuestra especial naturaleza.
Naturaleza
que se manifiesta en una grandiosa diversidad de expresiones que, aunque de
cíclica repetición, nunca dejan de sorprendernos ni pierden el mensaje de su
belleza en cada una de sus formas.
En
enero, la creciente se viene apresurada.
Las aguas se desbordan buscando la
sombra refrescante y protectora de los árboles.
El monte se
alaga y una nueva vida se incuba y bulle en su seno. Vida que se expresa en una maravillosa
diversidad de plantas y animales, que es todo un reto para nuestra imaginación
y un desafío a nuestro actuar colectivo para preservar su existencia.
Vida acuática y forestal, de existencia
milenaria, originada en esa unidad vital que forman el agua y el árbol, cuya
conservación depende de que la acción humana no altere el delicado equilibrio
de la relación de sus componentes.
Deslizamientos de las riberas por el empuje de las aguas. Foto: WWF |
Reino
en donde, aletargadas por el sopor, discurren embelesadas disfrutando de la vegetación
que se extiende hasta el infinito, hacia donde se desplazan con rumbos
serpenteantes para hacer más placentero su tranquilo paso por estos dominios
del calor, de las lluvias y del sol.
Y del verdor imponente que conjuga su belleza
con un cielo profundo y azul, que se entrega complaciente al deleite pasajero
de infinitas formas de nubes veleidosas, pródigas en frescores con que acarician
incesantes los rostros que los ríos les ofrecen.
Aguas
que llegan, entre murmullos suaves y susurrantes plegarias matutinas, al
disfrute de la inmensidad frondosa, que
se ofrece generosa a su libre y lento discurrir.
Esas
son las aguas del enero forestal.
Aguas
de esperanzas.
Aguas de ilusiones que nos llegan en las gotas deleitosas de las lluvias refrescantes en los días de intensa calidez.
Lluvias
que nos caen desde extensos y tupidos mantos grises o de espesos nubarrones
que, empujados por vientos procelosos, se desplazan vigorosos estremeciendo al
bosque con furor.
Pero también, aguas que, en sus horas de
arrebato, con silente pero incontrolable
violencia, devoran caseríos y poblados cuyos intrépidos vivientes, en actitud
de resignada comprensión, persisten buscando un nuevo lugar en donde puedan
seguir escuchando el rumor de las aguas al pasar.
Y
es que de ese rumoroso discurrir, el viento recoge melodías que las estrellas
van creando en las noches de calma sideral.
Son
ellas el secreto de su afecto por el río y su fortaleza espiritual.
En
enero se esparce en el ambiente un perfume que proviene de las entrañas mismas
del bosque, que nace en la corteza de los árboles, en las hojas, en las flores,
en los huayos ya maduros.
Perfume
a hierba fresca y a hojarasca transformándose en nutrientes, para dar origen a
nueva vida forestal.
Una diversa fauna acuática disfruta de las aguas nuevas que van llegando con la creciente. Foto WCS. |
Aroma
que proviene de la floresta maravillosa en la que conviven infinidad de formas
de vida, siempre pródigas en dones para la nuestra.
Es
en enero cuando la calma y el silencio nos extasían en las noches de luna primorosa.
Noches
en las que la tipishca se engalana con trinos, cantares y exóticos perfumes para expresar
la alegría que la invade por el reencuentro
con el río que retorna cauteloso a brindarle sus caricias.
Reencuentro anhelado, orlado de palmeras y de
encantos forestales en las horas de silencios tintineantes y de brumas vesperales.
En
este mes se abren las puertas del bosque.
Se
abren para mostrarnos sus riquezas, para decirnos que podemos disfrutarlas como
lo hicieran aquellos hombres y mujeres que llegaron hace muchos, muchos siglos,
a recorrer con asombro estos espacios.
Espacios
que intuyeron promisorios, y con los que aprendieron a vivir en armonía para
entender sus mensajes que, luego, serían transformados en portentosas culturas.
Remo en mano, el ribereño impulsa su canoa para disfrutar de la intimidad del bosque. Foto: J. Álvarez A. |
Culturas
que construyeron su historia tejiendo las fibras del tiempo según su memoria y prendieron del viento hermosas canciones, que cantan al amor y expresan las
más limpias y férreas pasiones.
Culturas
que hoy nos dicen que esa entrada libre a la intimidad del bosque no debe estar
guiada por una ambición mercantilista y destructora de lo que ha costado miles
de años construir por acción de las fuerzas naturales para hacer propicia
nuestra existencia.
Para
que la lupuna y el aguaje, el cedro y la caoba, la moena y el ishpingo, el huacapú y el palisangre
sigan también disfrutando de la brisa, de las lluvias y del sol.
Enero,
pues, nos invita a vivir en inteligente armonía con nuestra selva.
Tomado de: "Omagua, canto al reino de las aguas y los árboles", Gabel D. Sotil G., Iquitos, CETA, 2007
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