Gabel Daniel Sotil García
Grande o pequeña, toda obra social es oportunidad para el actuar delincuencial. |
Los más grandes casos de corrupción, que actualmente
vienen saliendo a la luz del conocimiento ciudadano, no tienen como actores a
personas a quienes les falta “comprensión lectora” o un eficiente manejo de
razonamiento matemático. Al contrario, son personas con el más alto nivel de
preparación, de quienes no podríamos dudar de su capacidad para conocer,
interpretar y procesar sus lecturas y su realidad y pensar con precisión de
cálculo matemático, pues han sabido aprovechar las ventajas que brinda una
ubicación o puesto laboral, del más alto nivel, para sacar las ventajas que les
han permitido apropiarse de ingentes recursos financieros para enriquecerse a
costas del Estado y de la sociedad civil.
No son ignorantes a quienes la sociedad les negó la
educación, son, al contrario, personas con altos niveles educativos. No son
pobrecitos desocupados, viciosos, traumados por experiencias de déficit
afectivo, situaciones económicas deprimentes, castigados por la falta de
educación o de oportunidades formativas.
No.
No es el asaltante, el arrebatador de carteras, de celulares,
el marca, el sicario, el filicida, el feminicida, y un largo etc. del mundo
lumpenesco que actúa medrando en la oscuridad, en el descuido, en la
aglomeración, en el exceso de confianza, etc.
Pistas, reservorios, etc. sirven de pretextos para el actuar inmoral de funcionarios, empresarios, etc. que tengan que ver con la obra. |
Aquéllas son personas que han llegado a los más altos
niveles del prestigio social que los ha llevado a ubicaciones sobresalientes
por sus estudios, actuar político, influencias sociales, confianza de las
autoridades político-sociales, valoración de su eficiencia profesional, supuesta
vocación de servicio a la comunidad, aparente imagen de solvencia moral, etc.
Víctimas de un profundo desquiciamiento moral, son
personas que, en un momento de su vida fueron apreciadas como valiosas para la
gestión social, política, cultural, económica, profesional, administrativa y
otros tantos factores que generan la confianza de la sociedad en sus muy
diversos niveles y facetas.
Personas de quienes no se podría pensar sino que
tendrían un desempeño ético en sus respectivos cargos, poniéndose al servicio
de la colectividad dentro del ámbito de sus responsabilidades. Personas de
quienes no se podría dudar; personas en las que la sociedad depositó su confianza
plena, por cuya razón se hace difícil su detección oportuna.
Ni nuestros recursos naturales se escapan de las garras de la delincuencia de "cuello y corbata". |
Son estas personas las que conforman esos enormes
contingentes delictuosos que poco a poco van siendo descubiertos en sus andares
inmorales y apareciendo conforme la desconfianza social se agudiza y avanzan
los mecanismos de detección de sus fechorías.
Resultado: miles de millones que se dejan de invertir
en la atención de las necesidades sociales y que pasan a sus arcas para su
enfermizo disfrute.
Políticos, presidentes de gobiernos regionales,
alcaldes, jueces, policías, congresistas, empresarios, funcionarios, profesionales,
empleados, etc. conforman este conjunto de personas que, con un universo
axiológico retorcido, trastocado, perturbado hoy son parte de quienes vienen
siendo juzgados por haber transgredido las normas de convivencia para la
búsqueda del bienestar social, defraudando la confianza en ellas depositada por
la comunidad nacional y apropiándose de lo que no es suyo.
Son ellos los que conforman esta élite de delincuentes
de “cuello y corbata”, calificados así desde antigua data, que ahora se empeña
en reaparecer fortalecida por leyes que favorecen su actuar corrupto dentro de
un ordenamiento jurídico propiciatorio para el desempeño delictuoso por su
ineficiencia, su inoportunidad y su carencia de instrumentos adecuados. En
suma, leyes y ordenamiento jurídico cómplices de la corrupción.
Porque, ¿cómo explicar la enorme cantidad y las muy
diversas formas inventadas para apropiarse, al margen de las leyes y la ética,
de recursos ajenos, utilizando mecanismos impensados por la propia sociedad?
¿Cómo explicar que haya tanta gente que ha puesto su inteligencia, pues sí que
son inteligentes, al servicio de la maldad?
Toda obra de beneficio social trae su colita de otros "beneficiarios". |
Claro que son inteligentes pero para hacer el mal,
para sacar ventaja, para apropiarse, de formas inéditas, de lo que no es suyo, para
torcer decisiones, para organizarse eficazmente para delinquir en las diversas
e ingeniosas formas en que hoy lo vamos descubriendo, para enriquecerse por el
solo afán de tener más y satisfacer un orgullo enfermizo de sentirse poderosos
con recursos mal habidos. Para disfrutar de su corrupción.
Entonces, tenemos que aceptar que es un problema de
malformación psicológica, en lo que a escala de valores se refiere.
Y siendo así, tenemos, también, que aceptar que la EDUCACIÓN,
actualmente vigente, tiene mucho que ver en la generación de esta situación.
Habría, entonces, que pensar no solo en la
priorización de la comprensión lectora y la estimulación del razonamiento
matemático, como lo venimos haciendo por órdenes del Ministerio de Educación.
¿No será mucho más necesario, en orden a los
beneficios, al progreso y a la justicia sociales que incluyamos en las
prioridades educacionales el fortalecimiento de una explícita formación ética y
desbordemos las medidas remediales y punitivas (policiales), como lo venimos
haciendo, y avancemos hacia la prevención formativa mediante una educación
previsora, que instale en la intimidad psicológica de cada peruano la
convicción y necesidad del actuar moral en su vida cotidiana?
Sea en el área urbana o rural, toda obra siempre es víctima de la defraudación por parte de quienes intervienen en su realización. |
Los valores, lo sabemos, una vez instalados en nuestra
intimidad, orientan e impulsan nuestro actuar social, entonces, ¿Por qué no
preocuparnos, también, de esta dimensión formativa de la acción educacional?
¿Por qué no darle prioridad?
Creo yo que, dadas las actuales circunstancias, que
bien podríamos calificar de emergencia ético-axiológica, ante el grave fenómeno
de la corrupción generalizada que vive nuestro país, debemos enfatizar las
acciones de una educación en nuevos valores, una formación ética para una
actuación social en donde los intereses tanto sociales como los individuales se
conjuguen armónica y racionalmente.
Para construir una nueva sociedad.
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