A la memoria de un ser querido
El gato más hermoso que tuvimos |
Gabel
Daniel Sotil García
Solías mirarnos con tus ojos chinitos, somnolientos,
presas de un cansancio infinito, desde la cima de tu mueble predilecto. Nos
auscultabas por un momento y los volvías a cerrar, seguro que para disfrutar tus
pensamientos gatunos. Sonreías y te quedabas inmóvil en tu postura favorita de
gato engreído, sabiendo que nadie te disputaría esa envidiable condición en el
hogar.
Todos te queríamos. Mejor, te hiciste querer por toda
la familia, desde que llagaras aún tierno, necesitado de alimento y cariño materno,
que te dimos en abundancia.
Te vimos crecer, hasta hacerte un gato hermoso con el
amor de toda esta familia que hoy te extraña y que siente en su alma un inmenso
dolor por haberte perdido.
Nos bastaba mirarte en algún lugar de la casa para
sentirnos tranquilos. Nos bastaba escuchar tu maullido en alguna parte de la
casa para sentir que nada nos faltaba.
¡Ah! Pero cuando desaparecías por algún tiempo, todos
nos preguntábamos, ¿Y dónde está el misho? ¿Y dónde está el “tigro”? Pues el
“tigro” eras tú, ¿no lo sabías?, por tu raza felina.
Entonces aparecías campante, soberbio, con algunos
arañazos en tu rostro.
-
¡Seguro que has pasado la noche peleando! - Te
reprochaba mi esposa.
Y tú, con toda la tranquilidad del mundo, mirándola
con paciencia y comprensión, pasabas rozándole sus piernas como queriendo
decirle
-
¿Y qué quieres que haga?
Así eran nuestros días mientras viviste, misho amado.
¿Entiendes, ahora, por qué es dolorosa tu partida? ¿Por qué hablamos cada día
de ti como si estuvieras en la sala adormitado luego de una de esas noches de
peleas y maullidos estentóreos y agresivos, correteando por los techos?
Ahora que te has ido a otros mundos felinos, no sabes
cuánta pena nos dejaste. Cuánto dolor se respira hoy en nuestra casa, esa que
fue tuya también. En donde disfrutábamos cada día de tu silenciosa compañía.
Mis hijos te recuerdan pues ya no te ven en tus
lugares favoritos, de donde tenían que sacarte para que durmieras con más tranquilidad.
Ya sé que cada día hablaremos menos de ti, hasta que
seas un lejano recuerdo, pero debes saber, misho querido, que ocupaste un lugar
muy profundo en nuestro corazón familiar y que siempre reaparecerás en nuestras
mentes para dedicarte un recuerdo así como cuando te ibas de aventuras a
lugares que nunca quisiste que supiéramos.
Hoy todos quisiéramos seguir viéndote siempre
durmiendo, invitándonos al descanso, para luego ir a buscar tu comida, que te
esperaba siempre lista. Así te queríamos y así te seguiremos recordando.
En verdad, ya no tengo palabras para despedirme.
Quisiera seguir hablando de ti y tus inocentes ocurrencias; pero, ¿para qué alargar
más este dolor?
Sólo quiero despedirme con una sola palabra que aprendí de ti:
¡Miau!
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