En la rama cimera de un árbol cercano
y orlando el silencio tintineante,
el urcututu, con sonido misterioso,
ha lanzado su cántico ondulante.
Con sus ojos abiertos a lo arcano
y evocando tiempos extinguidos,
su canto me suena melodioso,
ritual, de augurios muy temidos.
Y al conjuro de ese canto milenario
silvestres sombras se convocan,
surgiendo informes, presurosas,
a expresarle reverente pleitesía.
Y la noche, madre fantasía,
poblada de formas sigilosas,
se llena de seres que provocan
miedo, pavor y encanto temerario.
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