GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA
ÉRASE UNA VEZ un bosque inmenso.
Grandioso.
Grandioso y portentoso.
Poblaban sus entrañas hombres, plantas y animales que, en las noches de Luna llena, contábanse sus cuitas y alegrías y, en las horas tempestuosas, protegíanse mutuamente.
El bosque amó al hombre.
A la sombra de sus árboles, en los cantos de sus cochas y el borde de sus ríos, el bosque le dio abrigo, sustento y un lugar para amar, luchar y descansar.
Y amó el hombre al bosque.
Su cuerpo se hizo pájaro, mariposa y pececillo y, también, puma, lagarto y jaguar.
Los trinos inspiraron sus cantos, el silbar del viento, sus melodías; las noches rugientes, sus temores y los silencios misteriosos, una celeste fantasía.
Las tempestades se hicieron danzas; los truenos, dioses muy severos; las aguas profundas, moradas tenebrosas y el boscaje espeso, un espíritu viviente.
Los ríos y las cochas se impregnaron en sus telas. Las aves montaraces se posaron en su cuerpo.
Entonces, eran uno solo.
Se hicieron uno solo: el bosquehombre, el hombrebosque.
Los hombres enseñaron a sus hijos.
Los hijos lo hicieron con los suyos.
Y así pasaron años; siglos, mejor dicho.
PERO... sucedió que otros hombres, nuevos hombres, llegaron sigilosos y admiraron su belleza.
La vieron deslumbrante; pero, más que su belleza, desearon su riqueza.
- ¡ Esto es una despensa!
- ¡ Esto es inagotable!
- ¡Hay que llamar a otros hombres!
Y vinieron más hombres, que invadieron al bosque.
- ¡Aquí hay caucho! - dijo uno.
- ¡Por acá, hermosas pieles! - dijo otro.
- ¡También valiosas maderas! - añadió alguien.
- ¡Exóticos animales! ¡Vendámoslos!
- ¡ Oh! ¡Petróleo! ¡Petróleo!- gritaron todos.
Y el bosque silencioso entregó su riqueza.
Embriagados por la abundancia, los hombres nuevos se olvidaron del hombrebosque; se olvidaron del bosque mismo.
La armonía se rompió.
Un nuevo lenguaje, que los árboles no entendieron.
Cantos nuevos. Música nueva. Ritmo nuevo.
Todo tan diferente...
Y el bosque quedó olvidado. La Luna, brillante antaño, se hizo tenue, casi invisible; el sol, fuente de vida, se hizo fuente de calor; el rugir de las fieras, antes respetado y temido, se hizo denuncia.
Entonces vinieron las ciudades.
Quitaron los árboles. Ahuyentaron a las aves.
Y el bosque se fue retirando.
Lenta, imperceptiblemente, el bosque ordenó a sus árboles recoger sus raíces, plegar su ramaje y emprender la retirada.
- Veamos qué hacen sin nosotros. Ignorantes estos hombres, no saben que somos la vida.
Grandioso.
Grandioso y portentoso.
Poblaban sus entrañas hombres, plantas y animales que, en las noches de Luna llena, contábanse sus cuitas y alegrías y, en las horas tempestuosas, protegíanse mutuamente.
El bosque amó al hombre.
A la sombra de sus árboles, en los cantos de sus cochas y el borde de sus ríos, el bosque le dio abrigo, sustento y un lugar para amar, luchar y descansar.
Y amó el hombre al bosque.
Su cuerpo se hizo pájaro, mariposa y pececillo y, también, puma, lagarto y jaguar.
Los trinos inspiraron sus cantos, el silbar del viento, sus melodías; las noches rugientes, sus temores y los silencios misteriosos, una celeste fantasía.
Las tempestades se hicieron danzas; los truenos, dioses muy severos; las aguas profundas, moradas tenebrosas y el boscaje espeso, un espíritu viviente.
Los ríos y las cochas se impregnaron en sus telas. Las aves montaraces se posaron en su cuerpo.
Entonces, eran uno solo.
Se hicieron uno solo: el bosquehombre, el hombrebosque.
Los hombres enseñaron a sus hijos.
Los hijos lo hicieron con los suyos.
Y así pasaron años; siglos, mejor dicho.
PERO... sucedió que otros hombres, nuevos hombres, llegaron sigilosos y admiraron su belleza.
La vieron deslumbrante; pero, más que su belleza, desearon su riqueza.
- ¡ Esto es una despensa!
- ¡ Esto es inagotable!
- ¡Hay que llamar a otros hombres!
Y vinieron más hombres, que invadieron al bosque.
- ¡Aquí hay caucho! - dijo uno.
- ¡Por acá, hermosas pieles! - dijo otro.
- ¡También valiosas maderas! - añadió alguien.
- ¡Exóticos animales! ¡Vendámoslos!
- ¡ Oh! ¡Petróleo! ¡Petróleo!- gritaron todos.
Y el bosque silencioso entregó su riqueza.
Embriagados por la abundancia, los hombres nuevos se olvidaron del hombrebosque; se olvidaron del bosque mismo.
La armonía se rompió.
Un nuevo lenguaje, que los árboles no entendieron.
Cantos nuevos. Música nueva. Ritmo nuevo.
Todo tan diferente...
Y el bosque quedó olvidado. La Luna, brillante antaño, se hizo tenue, casi invisible; el sol, fuente de vida, se hizo fuente de calor; el rugir de las fieras, antes respetado y temido, se hizo denuncia.
Entonces vinieron las ciudades.
Quitaron los árboles. Ahuyentaron a las aves.
Y el bosque se fue retirando.
Lenta, imperceptiblemente, el bosque ordenó a sus árboles recoger sus raíces, plegar su ramaje y emprender la retirada.
- Veamos qué hacen sin nosotros. Ignorantes estos hombres, no saben que somos la vida.
Y los arroyos se secaron. Las avecillas canoras fugaron con sus nidos y sus crías. No hubo más flores en el campo, ni croares nocturnos, ni ruidos misteriosos.
Todo se hizo silencio, calor insoportable, sopor insufrible, monotonía asfixiante.
- ¡Que viva la Primavera!
- ¡La Primavera ha venido! ¡La Primavera está aquí!
- ¡Oh, Primavera! ¡Estación de vida, de flores, de color!
Los niños cantaban en coro, alegres, bulliciosos. Paseaban su alegría por toda la ciudad. Vestían de mariposas, de avecillas, de pecesitos, de flores.
Y el bosque, desde su lejanía, miraba absorto, escuchaba incrédulo.
- Así no son mis flores, ni mis mariposas, ni mis aves. Yo no tengo primavera. En primavera estamos siempre. ¿Qué sucede con los hombres? - terminó preguntándose.
- ¡Nos ignoran! - dijo un árbol.
- ¡Se han olvidado de nosotros! - dijo otro.
- ¡Ya no saben cómo somos! - añadió un tercero.
- ¡Déjenlos! Ya se darán cuenta. Tendrán que aprender del hombrebosque. Detendremos nuestra brisa. Nuestra sombra no será más fresca. La lluvia derruirá sus campos, sus riberas... Callaremos todos y, entonces... - meditó el bosque.
- ¡Ojalá que no sea demasiado tarde! - agregó una amasisa que se inclinaba, al borde del colapso, sobre el río.
Y fue así.
Un amanecer mustio, cuando la lluvia se precipitaba a torrentes, horadando los campos y las riberas indefensas, el trueno sonó horrendo, el relámpago iluminó al bosque y los árboles se hicieron brillantes.
Fue entonces cuando... .
- ¡El bosque! - dijo alguien.
- ¿El bosque? - le respondieron
- Sí, ¡el bosque! ¡El bosque se está yendo!
- ¡Oh, sí, tienes razón! Se está yendo. Se está yendo de nuestras casas, del campo, de la ciudad.
- No sólo de allí; de nosotros mismos. Ya no nos pertenece. Es un extraño. Nos está abandonando lentamente.
- ¿Y de nuestros niños? - preguntó.
- No, no sabemos. Veamos qué dicen, qué saben, cuánto aman al bosque.
Entonces fueron a un jardín. Miraron, preguntaron. Nadie dijo nada del bosque. Ninguna referencia. Nadie habló del bosque. En los muros, en las aulas, en los cuentos, nada del bosque. Ni una canción referida al bosque.
- ¡Vayamos a la escuela!.
Y llegaron a la escuela.
Libros grises, sin el verde intenso de su flora ni el azul profundo de su cielo, sin colores. Libros sin ríos caudalosos, ni cochas misteriosas. Libros sin trinos de la selva, sin el calor de su clima. Fríos, muertos. Sin nada de bosque. Sin vida.
Preguntaron a un niño:
- ¿De qué color es la sachavaca?
- Este...
- ¿Para qué sirve el bosque?
- Este...
Preguntaron a otros niños más grandes:
- ¿Qué es el bosque? ¿Para qué sirve?-
- Allá viven los indios - dijo uno.
- Allí llevan a los turistas - dijo otro.
Llamaron a un joven:
- ¿Dónde queda el bosque? - le preguntaron.
- ¡Por allá! - dijo señalando con su índice el lejano horizonte.
A otro le preguntaron:
- ¿Para qué sirve el bosque?
- De allí sacamos madera, peces de colores, pieles de animales, petróleo, resinas... - respondió.
Entonces el hombreciudad se dio cuenta. Se angustió. Llamó a gritos al hombrebosque.
- !Enséñame a vivir en el bosque, a dialogar con él! - le imploró.
- Necesitamos tiempo - sentenció el hombre bosque- No el tiempo tuyo, el tiempo del bosque. El tuyo lo has perdido, el suyo está intacto.
- Vuelve sobre tus pasos - continuó el hombrebosque -. Aprende de él, conócelo. Que tus hijos lo amen, que le canten, que le hablen, que descansen bajo su sombra, que corran por sus campos, que coman sus frutos. Los árboles te aman hombreciudad.
- Sí, hombreciudad, todos te amamos. Nosotros los árboles te damos frescor, vida, frutos; los pajarillos que regalan sus trinos jugueteando en las mañanas - confirmó un árbol.
- Sí, hombreciudad, te lo aseguramos. Los animales que vivimos en el bosque, los arroyos, las tahuampas, todos te amamos. Las orquídeas te adoran, te dan belleza, hombreciudad - agregó un venado tras un matorral.
- Anda, entra al bosque. Lleva tu casa, lleva tu escuela, lleva tu iglesia y ponlas en el bosque. Abrázate a él y dile que volverás a amarlo.
Aquella tarde, después de mucho tiempo, el Sol brilló sobre el río y el crepúsculo incendió al bosque de mil colores.
La Luna esperó impaciente para subir esplendorosa.
- De allí sacamos madera, peces de colores, pieles de animales, petróleo, resinas... - respondió.
Entonces el hombreciudad se dio cuenta. Se angustió. Llamó a gritos al hombrebosque.
- !Enséñame a vivir en el bosque, a dialogar con él! - le imploró.
- Necesitamos tiempo - sentenció el hombre bosque- No el tiempo tuyo, el tiempo del bosque. El tuyo lo has perdido, el suyo está intacto.
- Vuelve sobre tus pasos - continuó el hombrebosque -. Aprende de él, conócelo. Que tus hijos lo amen, que le canten, que le hablen, que descansen bajo su sombra, que corran por sus campos, que coman sus frutos. Los árboles te aman hombreciudad.
- Sí, hombreciudad, todos te amamos. Nosotros los árboles te damos frescor, vida, frutos; los pajarillos que regalan sus trinos jugueteando en las mañanas - confirmó un árbol.
- Sí, hombreciudad, te lo aseguramos. Los animales que vivimos en el bosque, los arroyos, las tahuampas, todos te amamos. Las orquídeas te adoran, te dan belleza, hombreciudad - agregó un venado tras un matorral.
- Anda, entra al bosque. Lleva tu casa, lleva tu escuela, lleva tu iglesia y ponlas en el bosque. Abrázate a él y dile que volverás a amarlo.
Aquella tarde, después de mucho tiempo, el Sol brilló sobre el río y el crepúsculo incendió al bosque de mil colores.
La Luna esperó impaciente para subir esplendorosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario