Gabel D. Sotil García
Por la imposición de la cultura dominante, entre cuyos paradigmas no tienen prioridad, hasta hoy, los relacionados con el AMBIENTE, cuando en nuestra región hablamos de EDUCACIÓN EN VALORES, generalmente obviamos los referidos a nuestro BOSQUE como escenario ambiental. Son los valores económicos, éticos (interpersonales), estéticos, etc. en los que centramos nuestro interés formativo de los educandos.
En realidad, los valores son un componente de gran importancia en las decisiones que tomamos en la dinámica cotidiana. Es decir, que de los valores que tengamos dependerá que elijamos una u otra opción cuando debamos decidir. Son los valores los que orientan nuestra acción, pues es a partir de ellos que damos mayor o menor importancia a las cosas u objetos de nuestro entorno o a las acciones que realizamos y realizan los demás, aceptándolas o rechazándolas.
Los valores están presentes en todas las culturas, pero, dado que existen en una amplia gama o diversidad, no todas ellas enfatizan los mismos valores. Unas sociedades otorgan una mayor jerarquía a los valores económicos, otras a los estéticos, así como a los éticos, a los científicos, a los religiosos, a los utilitarios, etc. Siendo variable esta jerarquía a través del tiempo.
A partir de una mirada panorámica a nuestra historia regional, podemos afirmar que en las culturas indígenas el valor ecológico de los elementos de su entorno fue asumido con una de las más altas jerarquías en el comportamiento de sus miembros. A partir de su milenario contacto con el bosque, que les proporcionó una rica experiencia y profundos conocimientos, los Pueblos Indígenas amazónicos, construyeron una forma de actuación, tanto individual como colectiva, respetuosa de su entorno natural. Intuitivamente asumieron un universo axiológico ambientalista, de defensa y preservación de su entorno existencial, que les aseguró su pervivencia social y cultural.
Es dicha experiencia la que les posibilitó apreciar, valorar, su entorno existencial; y así, de generación en generación, vía el ejemplo cotidiano, transmitieron a las nuevas generaciones este aprecio y respeto por el río, la cocha, la flora, la fauna, el suelo y cuanto componente descubrían en dicho entorno. Aprecio y respeto que fueran procesados y expresados en la integralidad de sus culturas.
Al incorporarse a este escenario amazónico la cultura de origen europeo, se incorporaron también sus jerarquías axiológicas, haciéndose hegemónicas en concordancia con el avance impositivo de dicha cultura mediante diversos mecanismos, entre los cuales se encontró la educación, tanto natural como formal.
Es así como aprendimos a percibir a nuestro ambiente de manera distinta y establecer nuevas relaciones con él. En concordancia con la nueva estructura de valores todos los elementos ambientales fueron reubicados en una nueva jerarquía y, entonces, el BOSQUE pasó a ser bosque, el RÍO pasó a ser río, la COCHA pasó a ser cocha, el ÁRBOL pasó a ser árbol, etc. pues pasaron a tener sólo un valor mercantil, para la compra y la venta, dejando de ser apreciados por su valor ecológico, pues el valor económico ocupó la cúspide de esa jerarquía.
Convertidos en simples mercancías pasaron a ser objetos de compra-venta. El BOSQUE devino en un conjunto de diversas maderas, resinas, cortezas, tintes, peces, aves, mamíferos, mariposas, etc. con valor sólo para ser extraídas y vendidas; es decir, en lo que es hoy: un bosque. Perdió su significado trascendente, de la mayor jerarquía, que tuvo para los Pueblos originarios.
En este marco axiológico todo ha adquirido sólo un valor económico. Mercantilismo puro. El ÁRBOL no es visto como ÁRBOL sino como algo que sólo sirve para transformarlo en madera, carbón, leña, etc., de manera que, puestos frente a un árbol, lo único que se nos ocurre es cortarlo o talarlo.
En nuestra actual sociedad no hemos aprendido a verlo y apreciarlo como parte integrante del paisaje natural. Ignoramos que naturalmente cumple funciones ambientales: produce oxígeno, amortigua las altas temperaturas, absorbe el monóxido de carbono y demás gases nocivos para la salud, viabiliza la evaporación de las aguas (por ello hay nubes y lluvias), retiene las aguas de las lluvias para liberarlas progresivamente (por ello existen los arroyos, quebradas, manantiales, etc.), protege al suelo (evita su erosión por las fuertes precipitaciones), sirve de hábitat a las aves en cuyas ramas anidan, se protegen y posan, nutre al suelo, ornamenta el paisaje, brinda una sombra refrescante, sus frutos alimentan a las aves y mamíferos (incluyendo a los seres humanos), …Todas ellas funciones de la mayor trascendencia en la dinámica ambiental, aun no valoradas.
Igual viene sucediendo con la cocha y el río, a los que sólo vemos como proveedores de peces para el consumo y la venta, pero no en su función ecológica como fuentes y hábitat necesarios para la diversidad de vida y, por lo tanto, los estamos convirtiendo en basureros de los pueblos y ciudades. A nuestro suelo sólo lo vemos como medio para producir cosechas y no en su interrelación con los árboles, el ambiente, la flora, la fauna, etc.
En resumen, no hemos aprendido a darle valor ecológico a nuestro bosque y todas sus riquezas. Dominados por el economicismo, en todas sus manifestaciones, nos hemos olvidado que entre los valores en los que debemos educar a las nuevas generaciones deben estar los VALORES ECOLÓGICOS en primer orden. Cuando hablamos de educación en valores, obviamos a los ambientales o les damos una bajísima importancia, como queda dicho. Venimos olvidando, también que somos hijos de la naturaleza y que si no frenamos la exacerbada artificialización, hacia la que nos dirigimos, seremos víctimas de nuestra propia destrucción.
Es este economicismo, mercantilismo puro, lo repetimos, el que nos está llevando a la peor catástrofe de la humanidad, generada por nosotros mismos. El cambio climático, cuyas evidencias se hacen cada vez más contundentes y catastróficas, nos tiene que obligar a un cambio profundo en nuestra actuación frente a la naturaleza. A nuestra TIERRA.
Cambio que sólo podrá ser logrado a partir de una EDUCACIÓN ECOLOGÍCA, en cuyo marco formativo las nuevas generaciones aprendan a valorar su entorno ambiental, adquieran profundos conocimientos de nuestra realidad forestal, de su complejidad, de su dinámica, etc.; nuevas capacidades de uso no destructivo de sus recursos; se comprometan con su preservación, etc.
La urgencia de esta EDUCACIÓN tiene que ser la respuesta a la toma de conciencia de la importancia que tiene nuestra AMAZONÍA en el contexto ambiental global.
Bien haríamos, pues, en incorporar los valores ecológicos: amor y respeto a la naturaleza, a la diversidad biológica, al ambiente, a nuestros recursos naturales, el cuidado de los jardines, de las plantas, del aire, de nuestras calles, de las aves, de las flores, de nuestra comunidad, etc., como referentes de primer orden para nuestro comportamiento individual y social.
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