ACERCA
DE LA PRIMAVERA (*)
Gabel
Daniel Sotil García
Por características ecológicas, en nuestra Amazonía no pueden darse las estaciones climáticas de otras zonas terráqueas. |
En nuestro calendario anual
existe una fecha de un singular significado: el 23 de setiembre. Con ella se
inicia la PRIMAVERA; lo cual es motivo de grandes celebraciones, especialmente
a nivel escolar, durante las cuales manifestamos nuestra alegría por su llegada
y le rendimos honores por la belleza que ella representa y que se expresa a
través del canto de los pajarillos, el florecer del campo, amaneceres más
hermosos y en una sublime alegría de la naturaleza que podemos captarla por
doquier. En los textos escolares se la describe profusamente y se le dedica
varias poesías que los profesores nos esmeramos en hacer que nuestros niños
aprendan y luego las reciten en una ceremonia celebratoria que organizamos en
nuestros centros educativos presidida, invariablemente por una alumna “Reina de
la Primavera”.
A nuestros alumnos les
enseñamos que la primavera es la estación más hermosa del año porque, durante
los meses que dura, hay algo muy especial en la naturaleza que nos infunde
alegría, mayores energías, una mejor disposición de espíritu para afrontar los
problemas y, en fin, muchas cosas más. Su significado es mucho más notorio si
la comparamos con el Otoño, estación durante la cual , decimos a los niños, la
naturaleza se pone triste, tristeza que dura todo el invierno, para luego,
trocarse como por encanto, en una explosión de alegría y color en plenitud: es
la PRIMAVERA.
En verdad de verdades, todo
lo que decimos de la primavera es rigurosamente cierto. No hay nada falso
porque, efectivamente, la Primavera como el Otoño, el Invierno, el Verano son
cuatro momentos en el ciclo anual terráqueo que se presentan muy
distinguiblemente en ciertas zonas de nuestro planeta. No en todas. Sólo en las
zonas intermedias o templadas. Pero no en las zonas polares y, menos, en las
tropicales.
En un bosque húmedo y tropical, es un contrasentido celebrar la fiesta de la Primavera como estación climática. Foto: Biólogo José Álvarez A. |
Nuestro país, por su
ubicación geográfica, no tiene primavera.
Nuestra región selvática es absolutamente tropical, por tanto, tampoco tiene primavera. Basta hacer un
recuento anual de los cambios que se producen en la naturaleza que nos rodea y
quedaremos convencidos que en setiembre nada de aquello que hemos descrito se
produce. Lo que sí se produce, y a todas luces lo podemos constatar , es un
periodo de creciente de los ríos y otro de vaciante, que tienen profundas
consecuencias económicas y socio-culturales en nuestra actividad, tanto en el
área rural como urbana, en un ciclo repetitivo anual, con fechas de inicio y
término bastante precisables.
Entonces, ¿cómo explicamos
el especial esmero que ponemos los profesores al celebrar la llegada o el
inicio de un fenómeno anual que no tiene
lugar en nuestra realidad? ¿Por qué creamos en nuestros niños y jóvenes la
percepción de algo que no se da en nuestro medio? ¿Por qué inducimos en ellos
una realidad ficticia?
No creemos que basta decir
que, como los libros de texto hablan de la primavera, así como de las demás estaciones, la celebremos. Tampoco creemos que sea por disposición de las
autoridades educativas, quienes nos obligan a celebrar un fenómeno natural, que
no es natural para nosotros.
Creemos que la explicación
radica en algo más profundo, sobre lo cual los profesores debemos meditar,
también, profundamente. Nos referimos al rol que tradicionalmente viene
cumpliendo la educación formal frente a nuestra realidad, rol dentro del cual
los profesores tenemos una función muy específica.
Veamos nuestro caso, el caso
de la educación en la selva.
Para nadie es un secreto que
nuestros niños y jóvenes más conocen la historia de las culturas andinas y
costeñas que de las culturas nativas. La palabra Chimú tiene mayor significado
que la palabra Asháninka, por ejemplo. Más conocen los niños y jóvenes
loretanos del elefante o del león que de la sachavaca o del puma. Los niñitos
en los jardines se extasían cantando al “elefante que se balancea sobre la tela
de una araña”. Sin embargo, al tuqui-tuqui no le dedican ningún canto, ni una
poesía, ni una adivinanza. Las palabras
rey, reina, príncipe, princesa, abundan en los cuentos que relatamos a los
niños. ¿Alguien de nosotros ha conocido alguna vez a una princesa?
Sólo son distinguibles las épocas de vaciante y creciente en nuestra región. |
En el proceso educativo de
nuestra niñez y juventud, el gran
ausente es nuestra realidad natural y sociocultural. Así como no enseñamos
nuestra historia regional, nuestras culturas nativas, tampoco promovemos el
aprendizaje de nuestra flora y nuestra fauna. En los textos escolares, por ser
hechos a nivel nacional, nuestra realidad amazónica es soslayada. Apenas hay
referencias vagas, tangenciales, de la realidad selvática. Y nosotros los
profesores caemos en el juego de los textos y también ignoramos nuestro
contexto circundante y, en vez de promover, dirigir y consolidar un proceso de
profundo enraizamiento en nuestra realidad natural y sociocultural a partir de su conocimiento, lo que hacemos
es estimular un profundo enajenamiento de nuestros alumnos respecto a dicha
realidad amazónica. Sus adivinanzas deberían referirse a lo nuestro, al igual
que las poesías, fábulas, trabalenguas, cuentos, etc.
Todos los medios pedagógicos
deberían servir para portar mensajes educativos de nuestro mundo existencial
inmediato.
Pero, infelizmente, no es
así. En nuestra praxis educativa formamos educandos para otra realidad,
realidad ajena, desubicándolos, enajenándolos de la suya. Y con ello los
hacemos dependientes y admiradores de otras realidades, otros valores, otras
culturas, despreciando lo nuestro. Entonces pues, dentro de este tipo de
educación alienante, no es nada raro que celebremos con tanta dedicación y
esmero, la fiesta de la primavera. Podríamos decir que, precisamente, tenemos
en esta celebración la muestra más contundente de la función alienante que
cumplimos los profesores en el proceso formativo de nuestros niños y jóvenes.
¿Por qué no celebramos el
inicio de la vaciante de los ríos? ¿O de la creciente? ¿Quién de nosotros
ignora la gran importancia que tienen
ambos fenómenos en nuestra vida?
Estos sí son fenómenos
naturales que nos afectan directamente.
Son fenómenos que vemos con la contundencia de la realidad. La agricultura, la
pesca, la extracción de madera, en fin, toda actividad económica de nuestra región,
está signada por tales fenómenos naturales.
Sin embargo, en el devenir
de los Jardines, y Escuelas, pasan ignorados tales fenómenos, como si no
tuvieran lugar en nuestra realidad. En los Colegios, igualmente.
Bendecidos por la NATURALEZA, debemos aprender y enseñar a celebrar las características de las que nos dotó. |
No podemos, nosotros los
profesores, eximirnos de la
responsabilidad que tenemos en este proceso de alienación. Somos nosotros, en
el trabajo curricular diario, quienes generamos, dirigimos y mantenemos este
desligamiento de nuestros educandos de su realidad inmediata con la consecuente
formación de una personalidad dependiente.
Por ello, creemos, que en
algún momento tenemos que iniciar la búsqueda de comportamientos magisteriales
más coherentes con nuestra realidad natural y sociocultural. Tenemos que
comprometernos en la construcción de una educación acorde con nuestras características,
nuestras necesidades, nuestras aspiraciones propias.
El encuentro de una praxis
educativa con características regionales, pasa por el abandono de muchos
prejuicios que nos hacen conducir un proceso formativo de nuestros niños y
jóvenes que sólo acentúa nuestros
problemas sociales antes que contribuir a solucionarlos.
(*) Artículo publicado por el autor el 11-09-1988, en el semanario KANATARI, pág. 3, para fundamentar la propuesta de celebrar un Festival del Bosque en nuestra región, festival que fuera aprobado por la Dirección Regional de Educación de Loreto, mediante RD N° 02642-2000-CTAR-DREL-D, del 22-06-2000.
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