Frontis del antiguo local de la UNAP, plaza "Serafín Filomeno", Iquitos. |
Una
de las premisas que fundamentan la existencia de nuestra universidad es su
necesario involucramiento, no adhesivo sino comprometido, en la dinámica de su
entorno, en este caso, nuestra Amazonía, pues, si hay una institución, entre
otras, con mayores compromisos con los intereses regionales, somos nosotros, la
Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, pues contamos en nuestro seno, con
profesionales de las más altas calificaciones y, por ende, con idoneidad, para
conocer y sentir en lo más profundo de su ser, las gravísimas agresiones de las
que viene siendo objeto nuestra región por parte de una diversa gama de agentes
que han asumido a la Amazonía como botín para satisfacer sus intereses, sin importarles
sus consecuencias destructivas.
Si
bien es verdad que por políticas estatales e iniciativas particulares, unas
individuales, otras institucionales, nuestra región siempre sufrió el embate
depredante de muy diversos agentes, para aprovecharse a cualquier costo de sus
riquezas físicogeográficas, ecobiològicas, socioculturales y espirituales, en
los actuales momentos de exacerbación de estas acciones se hace incomprensible
que una institución que representa el súmmum intelectual en cuanto a conocimiento y lucidez
de sus miembros, permanezca en silencio, indiferente y distante de la tragedia
que vienen viviendo los pueblos que han hecho de nuestro maravilloso bosque su
tradicional referente de vida individual y social, de la manera más integral
que pudiera concebirse.
¿Cuándo
esperamos pronunciarnos como corresponde a nuestros deberes y responsabilidades
sociales? ¿Cuando ya no haya bosque que talar, cuando el mercurio haya
contaminado todos nuestros ríos, cuando las petroleras hayan envenenado ríos y
cochas, cuando los buscadores de oro hayan dragado todos los lechos de ríos y
quebradas, cuando la siembra de cocales haya devastado nuestra floresta, cuando
los sembríos de palma aceitera hayan transformado en desierto nuestro llano
amazónico, cuando hayamos alterado todos los hábitats de la prodigiosa
biodiversidad que poseemos, cuando a todos los pueblos indígenas se les haya
arrebatado sus tierras, cuando nuestros ríos estén colmatados por la erosión, cuando los pueblos indígenas hayan sufrido el total arrebato de sus territorios?
¿No
contamos, acaso, con profesionales con idoneidad analítica e interpretativa de
nuestra realidad para que nos ilustren de la gravedad de la situación? ¿Esperamos,
acaso, pronunciarnos cuando ya no haya remedio para nada?
¿Qué
dicen nuestros profesionales biólogos, agrónomos, forestales, abogados,
enfermeros, médicos, químicos, docentes, etc., sin y con maestría y doctorado? ¿O es que nos
hemos insensibilizado ante la tragedia regional? La búsqueda de nuestra
acreditación académica no puede ser ajena al logro previo de nuestra
acreditación social. Si la colectividad a quien pretendemos servir no se siente
interpretada en sus problemas por la universidad cuyo funcionamiento logró con
luchas generacionales, careceremos del sustento moral y fáctico para pretender
actuar en nombre de ella.
Ámbito de acción de la UNAP. |
Somos
nosotros, por nuestras propias características, quienes estamos obligados
moralmente a generar corrientes de opinión, actitudes, valores a partir de las
expresiones de un pensamiento crítico y colectivo nacido en nuestra
interioridad institucional. Si queremos trascender significativamente nuestro
rol meramente académico, tenemos la obligación de crear condiciones
estimulantes para generar una ciudadanía activa, participante desde un pensamiento comprometido con nuestros
supremos intereses regionales. Tenemos que superar nuestro autismo
institucional y dirigir nuestra atención a nuestro entorno. Centrarnos,
excluyentemente, en nuestra interioridad institucional no hace sino consolidar
una inconcebible actitud solipsista en el marco de una tragedia regional en
indetenible y trágico proceso de agravamiento. Teniendo posibilidades de hacer
oír nuestra voz de protesta fundamentada, en cuanto foro o circunstancia sea posible,
estamos optando por un ominoso y doloroso silencio.
¿No
es acaso una responsabilidad social que tenemos todos los profesionales que
trabajamos en la UNAP el asumir una posición en defensa de nuestra región?
Expresar nuestra protesta institucional, es lo mínimo que podemos hacer, pues
nuestro silencio expresa aceptación, complicidad, con los agentes destructores,
salvo, lo que sería inconcebible, que no nos hayamos dado cuenta de la gravedad
de la situación.
Y
este silencio también implica a los estudiantes, quienes, se supone, se están
formando para luchar por los intereses de nuestra AMAZONÍA, más allá de lograr
su profesionalidad. Y a los trabajadores administrativos pues también son
usufructuarios de los bienes y servicios que nos brinda.
Frente
a este mutismo multilingüe y multilaboral la colectividad amazónica debe estar
preguntándose, ¿entonces, para qué tenemos un centro de estudios superiores? ¿Para
qué formamos profesionales?
Urge,
pues, que nuestra UNIVERSIDAD exprese y fije su posición jurídica, moral, científica,
principista, etc. frente a estos atropellos, oficiales y particulares, que
hacen de nosotros, pueblos y personas, simples cosas sin ningún valor frente a
las veleidades de quienes tienen los poderes económico y político.
Hagamos
respetar nuestra dignidad, que nunca hemos perdido, y hagamos sentir nuestra protesta
frente a cada atropello que se infiera a nuestra región amazónica. El silencio
ominoso nos descalifica moralmente.
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