Prof. Gabel Daniel Sotil García
Cuando escuchamos a los investigadores hablarnos de la realidad amazónica, tienen la virtud de encandilarnos describiendo la grandiosa riqueza ecológica, biológica, sociológica, cultural, lingüística y las infinitas potencialidades que en ella se incuban para lograr nuestro desarrollo a partir del uso pleno de nuestros recursos materiales y espirituales.
Casi nos anonadan cuando nos hablan de la complejidad de ecosistemas que conforman nuestra región, la diversidad de manifestaciones de vida animal y vegetal que en ellos se origina, la heterogeneidad de las creaciones culturales de los pueblos originarios de esta región, la peculiaridad de sus idiomas, costumbres, expresiones artísticas, mitos, religiones, etc. Por ellos hoy sabemos que somos una de las regiones con mayor biodiversidad en el mundo, que ocupamos tal o cual lugar de privilegio en cuanto a presencia de aves, peces, mariposas, monos, reptiles, etc. Que una flora prodigiosa es propia de nuestro ambiente (endémica la llaman ellos). Que nuestras variedades de madera son tantas que aún no las hemos inventariado totalmente. Que nuestros suelos merecen una especial atención. Que, en cuanto a raíces, cortezas, frutos, fibras, resinas, etc. abrigamos incalculables posibilidades industriales en los campos alimenticio, medicinal, ornamental, etc. Que la sola presencia de nuestros ríos, cochas, tahuampas, sacaritas, quebradas, restingas, amaneceres y atardeceres constituyen toda una riqueza aprovechable para el logro de mejores condiciones de vida que las que actualmente nos agobian, si es que aprendemos a darles un uso inteligente.
Pero, infelizmente todo ese cúmulo de información es sólo de dominio de especialistas nacionales o extranjeros, que la han obtenido gracias a sus esfuerzos, a veces ni siquiera bien recompensados y en condiciones malamente aceptables, pues las instituciones que deberían apoyarlos, apenas si lo hacen y el Estado (mejor dicho los Gobiernos de turno) casi los ignoran.
Pero el hecho es que ya existe guardada en una de las diversas formas en que hoy en día podemos codificar la información que vamos extrayendo de nuestra realidad: en material impreso y en su forma virtual.
Sin embargo, no está en donde también debería estar: en los ambientes académicos, en las instituciones educativas, para que se incorpore como agente condicionante del comportamiento individual y social; para que enriquezca nuestra visión social acerca de nosotros mismos.
Es que requerimos que ese fantástico universo de informaciones no sólo esté disponible para una élite o grupos selectos que lo disfruten, sino que se transforme en un bien de disfrute social e instrumento de cambio respecto a nuestra realidad.
Veamos sino qué información es la que circula en las instituciones llamadas educativas acerca de la Amazonía y comprobaremos que no sólo es deficiente y parcial, sino tergiversada; que termina por condicionar una actuación negativa, tanto de las personas como de los grupos sociales, respecto a nuestra realidad.
Veamos qué fauna es la que entra a las aulas como mensajes educativos. Veamos qué flora es la que conocen nuestros educandos. Veamos qué patrones climáticos son los que conocen ellos, y entonces comprenderemos que si hay algo más ajeno a nuestros centros educativos es la propia realidad amazónica.
Entonces, tenemos que proponernos hacer una adecuada difusión de nuestra riqueza para que sea conocida por los educandos de hoy, para que aprendan a valorarla y, finalmente, se comprometan en su conservación.
En este aspecto, los investigadores científicos tienen la obligación moral de socializar sus descubrimientos acerca de nuestra realidad. Hacerlos conocer por la colectividad. En una situación como la nuestra, no basta con hacer la investigación si no la difundimos adecuadamente para que alcance a la mayor cantidad de miembros de nuestra colectividad.
De nada nos vale ser los primeros a nivel mundial en biodiversidad, por dar un ejemplo, si somos los últimos, también a nivel mundial, en conocerla. La riqueza pasiva no es un bien social. Tenemos que darle un rol social, pero, para ello, debemos conocerla.
Y para ello, debemos transformarla en mensaje educativo. Debe ser parte de lo que aprenden nuestros estudiantes de todos los niveles. Así como nos preocupamos por hacerlos conocer realidades lejanas, mayor preocupación debemos tener para que conozcan la realidad en la que hacen su vida, para que la comprendan, para que la transformen en mensaje psíquico, para que les sirva de referente en toda su actuación social. Tiene que pasar a ser riqueza interior en cada uno de nosotros. La pobreza interior, finalmente, anula la riqueza exterior, tal y como podemos comprobarlo hoy en día. No estamos capacitados ni para comprenderla, menos para aprovecharla inteligentemente.
Y esto es válido no sólo para quienes vivimos en el ámbito amazónico, sino en todo el país, pues es claro que quienes tienen hoy el poder para tomar decisiones en los campos político y social a nivel nacional, lo hacen a partir de equívocos o falsedades que terminan por agredir y profundizar los problemas que hoy enfrentamos en esta región.
Requerimos, pues establecer una política de acercamiento y comprensión a esta compleja pero grandiosa realidad de nuestra región. De no ser así, será inútil pensar en nuestro desarrollo sostenible, pues éste sólo es posible cuando en la colectividad existe el necesario substrato psíquico que posibilita una actuación social adecuada de todos sus integrantes.
Mientras la información que nos permita conocer nuestra realidad amazónica siga encapsulada, controlada y siendo privilegio de unas cuantas personas o segmentos sociales, no será posible hacer de la educación el instrumento que debe ser para nuestro desarrollo, pues no podrá superar su inocuo teoricismo universalista que viene imposibilitando el logro de mejores niveles de vida en esta región, con tan asombrosa riqueza material y espiritual.
Foto: Niños en Jardín, del autor.
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