Gabel Daniel Sotil García
RESISTENCIA EN LA SELVA CENTRAL
Indígenas el Pueblo Ashaninka en la Selva Central. Foto: El Ojo Verde (Telefónica-Formabiap) |
En el
Gran Pajonal, en las orillas de los ríos Perené, Apurimac, Ene, Tambo y
Urubamba quedó, y aún permanece, en la memoria colectiva de los pueblos
indígenas, principalmente de los Asháninkas la imagen del gran rebelde Juan
Santos Atahualpa de 1742, cuyo regreso, según la tradición campa, tendrá que
realizarse algún día, para liberar a las comunidades nativas de la injusticia
de que son objetos, desde la llegada de los conquistadores hasta el momento. En
los años del proceso republicano es muy poco lo que se ha hecho en beneficio
del desarrollo de las comunidades nativas de la Selva Central a pesar de la
cercanía a la capital de la República, salvo el asombrarnos cada vez que
“redescubrimos" su situación.
En 1869,
durante el gobierno de José Balta, se contrató al ingeniero sueco Juan Nistron,
para hacer un estudio de la realidad nacional y hacer planteamientos de
desarrollo. Después de su viaje por la Selva Central, dio la curiosa conclusión
en estos términos: “El modo más económico, pacífico y seguro de conquistar a
estos salvajes es construyendo un puente (sobre el Perené en Quimiri); los
chunchos se retirarían al interior, y si algunos se quedasen tendrían que
doblegarse a la civilización, sea cambiando artículos de utilidad doméstica o
sucumbir cambiando flechas por balas” (Larrabure y Correa, op. cit, . T. II p.
485). Como vemos, las palabras “salvajes” y “chuncho”, que tienen una carga y
significado de bárbaro, se usaban como una forma despectiva, pero natural, para expresarse en relación a estas culturas
ancestrales de la Amazonía.
La rebelión de Juan Santos Atahualpa aún permanece viva en el pueblo Ashaninka. |
Incisiones en el árbol del caucho o siringa (Hevea Brasiliensis) para extraer el latex. |
En
1896, herederos del libertario Juan Santos Atahualpa, los asháninkas quisieron una vez más luchar por la
liberación de su región, motivados esta vez por la fundación de la misión
franciscana de Pangoa, por el maltrato
de los colonos y por la humillación causada por los terratenientes al campa
Pachamanqui, a quien habían rapado por completo. Fueron muchos los motivos para
que los campas enardecidos dieran un plazo de diez días para que los blancos
abandonaran la misión, comenzando el ataque en abril de 1896. La misión de Pangoa fue defendida por los
misioneros, soldados y colonos, por lo que los campas no pudieron entrar en
ella, pero fue abandonada por sus defensores, situación de la que aprovecharon
los indígenas para quemar todas las instalaciones de la misión y deciden no
consentir jamás la presencia de colonos en ese lugar.
En 1914, los asháninkas se rebelan
contra los caucheros de la zona de Aporoquiali, reclamando sus pagos atrasados
“desde años antes”. Los caucheros huyeron y se refugiaron en el convento, hasta
donde llegaron los atacantes, obligando a los caucheros y misionero P. Fr. Ignacio Arana, a abandonar la misión.
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