Pensando nuestra educación
Prof. Gabel Daniel Sotil García
La educación es un sistema de servicios cuyo producto final es la construcción de la personalidad de los educandos en función a las necesidades tanto del propio educando como de la sociedad de la que proviene.
Y
cuando hablamos de “la educación”,
hacemos referencia tanto a la actividad formativa que se realiza en el hogar y
la comunidad en la diversidad de ambientes que la conforman, y que se la
denomina educación espontánea o natural, como a aquella actividad que se
realiza en las denominadas, precisamente por eso, instituciones educativas, que
conocemos como educación formal.
Lo
que tienen de común ambas actividades es la intencionalidad formativa de la acción. Lo que denominamos
intencionalidad formativa se refiere al propósito de estimular las capacidades
de la persona para que logren un mayor nivel de calidad así como que sirvan a
mejorar las condiciones de vida de la comunidad, haciendo de dicha persona un
protagonista social, al predisponerlo para una actuación aportante a la
dinámica sociocultural productiva.
Lo
que las diferencia son solo las circunstancias, los instrumentos, los
ambientes, los sujetos, la intervención organizada de la sociedad, etc., pero
el fin es el mismo.
Sea
como actividad espontánea o como actividad formal, la educación responde a
necesidades estrictamente humanas: nuevos conocimientos, valores, actitudes, mejores
capacidades para actuar, etc.
Sólo
la especie humana realiza esta actividad para contribuir con el indetenible
proceso de mejoramiento de nuestras comunidades y, por ende, de nuestra
especie.
Es
ella, en consecuencia, uno de los mecanismos con los que la Humanidad se hace
más humana. Con ella, la Humanidad se realiza en su ser más profundo.
La
educación, pues, nos humaniza. Es a partir de ella que aprendemos, tanto en el
hogar y comunidad como en las instituciones educativas, a amarnos, respetarnos,
protegernos, ayudarnos, ser justos, sinceros, valorarnos, estimularnos, compartir,
conocer nuestro mundo, etc.
Es
a partir de ella que los seres humanos mejoramos nuestro estatus humano: aprendemos
a ser más humanos.
Contrariamente,
sin ella nos animalizamos; es decir, asumimos comportamientos impropios de un ser humano.
Es,
pues, la EDUCACIÓN, tanto natural como formal, un instrumento orientador de las
nuevas generaciones hacia la actuación concordante con los valores sociales del
propio grupo (al servicio del grupo), para evitar el colapso social e
individual, asegurando la continuidad del grupo humano y promoviendo la
trascendencia constructiva de los individuos dentro de su medio. Es ello lo que se evidencia cuando hacemos un
análisis crítico de la direccionalidad predominante de lo que llamamos progreso humano: buscar las mejores
soluciones a la satisfacción de nuestras necesidades como especie.
Todo
este preámbulo que acabamos de exponer no tiene sino la finalidad de evidenciar
la gran trascendencia o importancia que tiene la educación para una sociedad
cualquiera.
No
es ella una actividad cualquiera. Por las consecuencias que genera en una
colectividad, merece que le reconozcamos un estatus especial en la dinámica
social.
Asumirla
como tarea social implica reconocer su esencia como mecanismo tanto al servicio
del educando como de la colectividad.
Su
ejercicio en nuestra región amazónica tiene, en consecuencia, que ser sometido
a análisis, reflexiones profundas. No debemos ejecutarla como cualquiera otra
actividad.
Ejecutarla
sin que hagamos un profundo y exhaustivo análisis de su esencia e implicancias,
nos impide develar la trascendencia de su presencia en la sociedad. La
diversidad de aristas de enfoque, nos debe obligar a dedicarle un buen tiempo
para meditar sobre ella.
Es
esta reflexión la que nos va a permitir desbrozar los supuestos teóricos que
subyacen en su realización, cuyo rol muchas veces se nos escapa de nuestra
crítica, haciendo que actuemos sin una plena toma de conciencia de su presencia
en el desempeño de nuestra profesión.
Estando
a las puertas del inicio de un nuevo año escolar, invito a los miembros de
magisterio regional, mis colegas, a dedicar un tiempo a esta labor de
meditación, que puede ser hecha individual o grupalmente, para avanzar tanto en
el campo teórico como práctico de nuestra profesión.
Para
superar el pragmatismo (hacer sin reflexionar) en el que caemos luego de
algunos años de nuestro ejercicio docente.
No
debemos dejar de lado este sano ejercicio de pensar el cumplimiento de nuestra
labor profesional.
En
el caso de nuestra región es un deber moral, pues las grandes deficiencias que
se vienen evidenciando nos deben obligar a hacer los mayores esfuerzos para
encontrar las decisiones que nos permitan superarlas.
Debemos
asumir la responsabilidad de ser nosotros quienes construyamos esas respuestas,
dado que, por lo que ya hemos vivido, dichas soluciones no van a venir de
afuera. Quienes mejor conocemos nuestra realidad, somos quienes conformamos el
magisterio regional y, por lo tanto, somos quienes mejor capacitados estamos
para buscar y encontrar esas respuestas.
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