La leyenda de Musha Karusha (Lago Rimachi)
"KÁRUSA Y EL LAGO
MUSHA KARUSHA” (*)
(Relato para Edward, Noelia y Roberta, mis hijos y mi eterna compañera Jossy
Freyre)
Edward Rodríguez
Reátegui
“DESDE MI casa se alcanza a ver el lago Musha Karusha, la opacidad de sus
aguas y sus decenas de islas flotantes que en verano se mueven al compás de los
vientos. En el lago, sin embargo, se forman olas gigantes ni bien se aproximan
las tormentas, y cuando llega la calma parece que hasta el mismísimo arco iris
naciera de sus aguas.
El cielo de mi tierra es muy azul y a mí me gusta quedarme mirándolo, sobre
todo cuando estoy tendiendo la ropa en la mañana. Me gusta verlo porque algunas
veces se alcanzan a divisar algunas águilas pescadoras por encima de los
árboles.
También lo quedo contemplando por si me toca ver alguna garza de las que,
aunque pocas, todavía quedan alrededor del lago. Esas garzas son las mismas de
la leyenda de Kárusa, la bella muchacha Kandozi que vivió hace mucho tiempo y
que siempre estuvo enamorada del lago Musha Karusha.
Cuentan que un día unos guerreros de otro pueblo del Alto Pastaza llegaron
hasta el lago porque querían llevarse a Kárusa para casarla con Yóotamavo, un
jefe perverso, que no tenía mujer.
Kárusa se llenó de tristeza y fue a consultar al lago Musha Karusha.
El lago le escuchó con paciencia y luego le dijo: —Esta noche, mi hermosa
Kárusa, navega desnuda sin que nadie te vea. Y, apenas observas que ha salido
la Luna, rema de prisa hasta el centro y ahí salta al agua. Yo te voy a recibir
para que nadie te lleve jamás.
Y así lo hizo.
Cuando las sombras de la noche ya cubrían la Selva y una concurrencia de
estrellas resplandecía en el espejo del lago, Kárusa bogaba del todo desnuda en
su canoa a encontrarse con su amado. Y, precisamente, al distinguir una Luna
anaranjada que se asomaba en el hilo del horizonte se arrojó a las
profundidades de las aguas. Nadó y buceó hasta llegar hasta el fondo y se creyó
atrapada en un remolino, pero no era tal el remolino: eran los brazos del lago
Musa Karusha que le envolvían con fervor y ternura.
Por un momento Kárusa sintió un leve escalofrío que recorría todo su
cuerpo. Y, mientras más se le erizaba la piel, cerró los ojos y se vio
atravesando una abertura de nubes oscuras que le acarreaban hacia Kaniba, el
otro mundo que se ubica en el cielo.
Estuvo a punto de cruzar la puerta de este mágico lugar, cuando de pronto
escuchó una voz que le decía: “Todavía no es el momento, mi hermosa Kárusa”.
Entonces, al abrir los ojos, la muchacha se dio cuenta que se encontraba de
nuevo sobre la canoa, en el centro del lago. Luego se advirtió vestida de
blanco, emplumada, bella, ágil, convertida en garza. Y ahora, agitando las alas
y graznando, alzó vuelo entre las sombras de la noche y bajo la luz de la Luna
que comenzaba a brillar intensamente.
Por eso, desde niña, a mí siempre me ha gustado mirar el cielo, porque dice
la leyenda que cuando se acaben las garzas, el lago de Musha Karusha se va a
quedar sin su novia, se va a morir de tristeza, se va a secar.
Y cuando esto suceda, nosotros, los Kandozi, nos
estaremos extinguiendo, seguramente."
Nota: Esta es una leyenda, de las muchas que existen en los Pueblos Indígenas de nuestra Amazonía. Me la ha enviado el amigo Edward. Dada su belleza y significado cultural, siento la necesidad de compartirla, para que la conozcamos todos los que estamos interesados en los mensajes culturales regionales. ¡Gracias amigo Edward!
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