Años después: El Festival del Bosque
Gabel Daniel
Sotil García
Muchas aguas ya se fueron pero, esta vez, para no volver. Muchos árboles
han caído, pero, esta vez, para jamás retoñar. Innúmeros arroyos se han secado
pues los bosques y matorrales que les daban vida han sido incomprensiblemente
destruidos. La prodigiosa diversidad de seres vivos con la que fuera dotada
nuestra ubérrima naturaleza, hoy es víctima de nuestra irracionalidad social.
Agua, aire, bosque, suelo, subsuelo, paisajes, todo, todo cae bajo nuestra
voracidad mercantilista.
¿Y todo eso para qué?
Hoy sabemos, con más certeza que hace
años, que destruir nuestro bosque es destruir uno de los tesoros de la
humanidad y, es también, una de las formas más seguras de auto eliminarnos como
especie de la faz de este planeta prodigioso al que no hemos aprendido a
conocer, amar, respetar y conservar.
Sin embargo, seguimos irresponsablemente empeñados en talar cuanto árbol
encontremos en nuestra ruta, ruta que, parece, hemos trazado sin hacernos la
pregunta fundamental: ¿hacia dónde queremos ir?
Creado con la convicción de que la forma más segura de orientar la
actuación social de las personas es desde el sistema educativo formal, el
FESTIVAL DEL BOSQUE nació, sobre todo para el magisterio amazónico, como una
propuesta para invitarlo a crear nuevas formas de educar en consonancia con las
demandas sustanciales de nuestra región; sobre todo, las de carácter ambiental,
pues ya eran desastrosas las consecuencias de los conflictos actitudinales,
cognoscitivos y valorativos que la sociedad dominante venía desarrollando con
el ambiente amazónico, generados por la minusvaloración del tejido axiológico
construido por los Pueblos Indígenas y la sumisión a las demandas mercantilistas
propias del sistema económico internacional, al que habíamos privilegiado en
nuestra sociedad regional y nacional.
Hoy, muchos años después, la situación regional, nacional y mundial se
han agravado en lo que concierne al ambiente. El problema ambiental se ha
redimensionado y tiene alcances planetarios, aunque aún la incredulidad sigue
sirviendo de capa protectora a quienes,
países, instituciones y personas, no han sabido asumir compromisos que desborden
su individualismo y sus ambiciones más prosaicas.
Por ello es que, quienes hemos asumido las propuestas e implicancias de
este FESTIVAL DEL BOSQUE que, felizmente, somos cada vez más en nuestra región,
reino de las aguas y los árboles, debemos fortalecer nuestro compromiso con su
celebración, para que siga siendo el foco irradiante, desde la intimidad de las
instituciones educativas, de nuevas inspiraciones para crear formas renovadas
de educar a las generaciones venideras con un nuevo equipamiento cognoscitivo y
actitudinal-valorativo, que garantice una renovada actuación social de pleno
respeto a nuestro entorno ambiental.
Máxime ahora en que ya hay mayores convicciones sobre la necesidad de
prácticas pedagógicas dirigidas a superar el centralismo agobiante y
frustrante, causante, entre otros, de nuestro subdesarrollo socio-económico y
de la baja calidad educacional que nos flagela, con las lógicas consecuencias
destructivas de nuestras más caras conquistas culturales: diversidad de
pueblos, diversidad de esperanzas y sueños y diversidad de futuros por
construir.
Considero, entonces, que, si hace
veintiocho años era contundente su necesidad como festividad escolar y
comunal, hoy las urgencias sociales y culturales no dejan dudas de que “… lo que debemos hacer en las escuelas, en todos los CENTROS
EDUCATIVOS, es enseñar a conocer mejor
el bosque. Conocer lo que tiene; las plantas y animales, que viven allí. Pero,
también, a amar todo lo que constituye nuestro ambiente, para poder defenderlo
y conservarlo. Para que nadie lo destruya. Para que no contaminemos sus ríos,
sus cochas, su aire (que es el que
respiramos todos). Para que siga
brindándonos la belleza de sus paisajes. Para que sus árboles no sean talados
hasta su extinción.
La escuela
debe enseñarnos a AMAR al BOSQUE, porque él nos da la vida. Porque él nos da
abrigo. Pues porque por él vivimos.
Por todo ello
es que debemos, en algún momento de cada año, expresar nuestra INMENSA ALEGRÍA
de vivir en esta región que es un BOSQUE INMENSO. Y es la escuela quien debe
enseñarnos a alegrarnos, a rendirle homenaje a nuestro BOSQUE; a expresarle
nuestro compromiso con su defensa.
SI VIVIMOS EN
EL BOSQUE, PUES APRENDAMOS Y ENSEÑEMOS A
AMAR AL BOSQUE.
¡POR ESO ES
QUE DEBEMOS CELEBRAR EL FESTIVAL DEL BOSQUE!”
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