Reflexiones acerca de nuestra realidad
Gabel Daniel Sotil García
Foto Estelita Ruiz |
En nuestro planeta, la vida se manifiesta en
tres formas básicas distintas: la vegetal, la animal y la humana. Distintas sí,
pero complementarias e interdependientes, pues una cadena de interrelaciones
las une en una secuencia preestablecida de acuerdo a leyes de la madre
Naturaleza.
A diferencia de las demás, la vida vegetal tiene su
símbolo representativo en el ÁRBOL.
El ÁRBOL, como los demás seres vivos, nace, crece, se
reproduce y muere. Ley natural, y por lo tanto inmutable, ésta.
En ese lapso de vida, de relativa duración, el ÁRBOL
entrega sus beneficios a los demás seres vivos y también a los inertes. No es
indiferente, no es pasivo, no es
egoísta, pues nos brinda, generoso, frescor, agua, oxígeno, verdor, belleza y
muchos otros beneficios más.
Construido por la naturaleza en un proceso de millones de
años, ha venido respondiendo, en sus características y funciones, a la dinámica
de aquélla, evolucionando de formas primigenias hasta alcanzar exuberancias
existenciales que hoy podemos constatar en una fase de su evolución.
Una muestra de ellas queda aún en nuestra región, en donde
lo podemos encontrar en presencia asombrosamente multiforme, conformando ese
abigarrado, pero aún poco comprendido, mundo que llamamos BOSQUE, que supera
los límites de nuestra imaginación, significando todo un reto para lograr su
conocimiento y comprensión.
Compartió su existencia, desde épocas remotas, con los
animales, a los que aún permite disfrutar de este planeta. Luego, vendríamos
los seres humanos, que también buscaríamos su protectora y beneficiosa
presencia.
Cuando comenzó a poblarse este continente, ya su presencia
era imponente, tanto que los primeros pobladores no hicieron sino reconocer sus
beneficios. Y aprendieron a respetarlo. Los pueblos originarios establecieron
una relación especial con él.
Luego, vendrían malas épocas para él, cuando una nueva
cultura, de origen europeo, se entronizara en nuestro país y región. Entonces
el ÁRBOL sufriría graves vejaciones que le han causado también graves
deterioros a su presencia física y a su significado.
Hoy, el ÁRBOL, aunque se escriba con una pequeña palabra,
que pareciera no traducir su verdadera trascendencia, requiere ser reivindicado
y resarcido por los vejámenes causados. Pero quienes en realidad tienen que
reivindicarse ante él, somos nosotros los seres humanos, pues hemos perdido el
sentido de su importancia, sin darnos cuenta que sin él, integrando el
maravilloso bosque en el que vivimos, ponemos en peligro nuestra propia
existencia como especie.
Empecinados
como estamos en la práctica de un mercantilismo incomprensible y sin sentido,
pues significa autodestrucción social, todo ha adquirido sólo un valor
económico, material. Es así como el
ÁRBOL no es visto como ÁRBOL sino como algo que sólo sirve para
transformarlo en madera, carbón, leña, etc., que nos permita obtener dinero, de
manera que, puestos frente a un árbol,
lo único que se nos ocurre es cortarlo o talarlo para sacarle “el mayor
provecho”.
En nuestra actual sociedad no hemos aprendido a
verlo y apreciarlo como parte integrante del paisaje natural. Seguimos, con
terquedad digna de mejor causa, expulsándolo de nuestras ciudades con el peor
de los tratos, ignorantes de sus beneficios.
Recién
estamos aprendiendo que naturalmente cumple funciones ambientales de la mayor
importancia para la especie humana, de las cuales depende la preservación de
nuestro planeta: produce oxígeno,
amortigua las altas temperaturas,
absorbe el monóxido de carbono y demás gases nocivos para la salud,
viabiliza la evaporación de las aguas (por ello hay nubes y lluvias), retiene
las aguas de las lluvias para liberarlas progresivamente (por ello existen los
arroyos, quebradas, manantiales, etc.), nos cobija en horas tempestuosas, protege
al suelo (evita su erosión por las fuertes precipitaciones), sirve de hábitat a
las aves en cuyas ramas anidan, se protegen y posan, nutre al suelo, ornamenta
el paisaje, brinda una sombra refrescante, sus frutos alimentan a las aves y
mamíferos (incluyendo a los seres humanos), …Todas ellas funciones de la mayor
trascendencia en la dinámica ambiental, aún pendientes de valoración.
Valoración
que nos urge reconocer, pues el Cambio Climático ya no es una simple amenaza
sino una monstruosa realidad, en proceso de agravamiento si seguimos
empecinados en desconocer la trascendencia de este gran amigo: EL ÁRBOL.
Por ello es que es
necesario que nos eduquemos para aprender a conocerlo, valorarlo, cuidarlo,
propiciar su perduración, defenderlo de las agresiones tanto en el campo como
en las ciudades, en donde recibe tratos vejatorios infames.
Hagamos todo lo posible para no dañarlo; para reconocer su
valor, para apreciarlo en sus múltiples formas en que se nos presenta en la faz
de nuestro planeta, planeta configurado para ser nuestro hábitat privilegiado,
a pesar de lo cual, lo venimos destruyendo.
En fin, formémonos para comprenderlo en su más plena
dimensión tanto para nosotros los seres humanos como para nuestra GRAN MALOCA,
la Tierra.
Es
decir, tenemos mucho que conocer y aprender del ÁRBOL, con quien tenemos la
gran felicidad de compartir nuestra vida individual y social en esta región.
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