Más reflexiones sobre nuestra educación
Gabel
Daniel Sotil García
Una condición indispensable para el logro de nuestro desarrollo como región y como país es que logremos consensos mínimos que nos permitan plantearnos metas o propósitos compartidos.
Considerando
que nuestra región posee como
característica una prodigiosa diversidad de culturas y, por ende, con
diversidad de lenguas, lo mínimo que podemos hacer socialmente para hacer realidad dicho propósito es
promover las más óptimas relaciones entre todas las culturas, en especial las
que establece la cultura dominante (mestiza) con las originarias.
Por
cierto que esta exigencia no se logra de la noche a la mañana o por obra de
milagros de alguna deidad. Ella tiene
que ser producto del esfuerzo compartido
que hagamos, entre otras, instituciones rectoras de las fuerzas psicosociales
de una comunidad como lo es la Escuela, en
donde las nuevas generaciones aprendan a relacionarse armónica, respetuosamente
a pesar de sus diferencias culturales, reconociéndose miembros de una única
especie: HOMO SAPIENS, que se vierte sobre la faz de la Tierra en diversidad de
formas de actuar, ser y sentir.
Es
a esto lo que denominamos EDUCACIÓN INTERCULTURAL y que tiene en el DIÁLOGO
INTERCULTURAL su instrumento de mayor trascendencia sociocultural y política.
Pero,
¿qué es la educación intercultural? ¿Por qué es necesaria para nuestra
educación? ¿Qué repercusiones tiene en la dinámica sociocultural de nuestro
país y región?
Debemos
partir del reconocimiento de que, a lo largo de nuestro devenir prehistórico e
histórico, las relaciones entre los diversos mundos culturales no han sido
pacíficas, respetuosas de las diferencias. Al contrario, en la mayoría de los
casos en que han entrado en contacto culturas diferentes, la beligerancia se ha
impuesto como norma de relación, con consecuencias desastrosas para ambos
bandos. La causa de esta confrontación siempre ha sido una natural y espontánea
actitud: el etnocentrismo: toda
cultura se auto percibe como superior respecto a las otras culturas y, por
ende, con derecho a ser dominante.
El
punto culminante de estos enfrentamientos fueron las dos fatídicas guerras
mundiales en la primera mitad del Siglo XX.
Es
a partir de dichos acontecimientos que las mentes más lúcidas de las propias
naciones que se habían enfrentado y ante la comprobada inutilidad del desastre
causado, se reúnen en un foro
multinacional y pluricultural para elaborar un acuerdo que pusiera las bases
para una convivencia pacífica y respetuosa de las diferencias y para buscar
soluciones a los conflictos entre países sin recurrir al enfrentamiento bélico.
Para ello, se hace necesario educarnos en el pleno
reconocimiento de esta igualdad esencial de los seres humanos y orientarnos a
la práctica de un nuevo tipo de relaciones entre los individuos y entre las
culturas, a pesar de nuestras diferencias aparienciales.
En
el caso de nuestro país, se ha establecido que nuestra diversidad cultural, en
la actualidad se expresa en la existencia de, por lo menos, 54 culturas, la
mayoría de las cuales se encuentra en nuestra región amazónica y tiene un
origen milenario. Sí, objetivamente milenario. Ellas son las culturas
originarias.
Sin
embargo, es necesario que puntualicemos que, por razones estrictamente de
carácter político, es decir, del ejercicio del poder, las relaciones
actualmente vigentes que se han establecido entre estas culturas no son
armoniosas, respetuosas unas de otras.
Todo
lo contrario: entre las originarias y la que tiene el poder político, que es la
mestiza, hay toda una relación confrontacional, conflictiva, en detrimento de
aquéllas, que se inició en el momento mismo en que entraran en contacto el
mundo eurógeno con las culturas originarias.
Anima
esta relación un propósito homogeneizante, para hacer desaparecer a las
culturas ancestrales, bajo la falsa percepción de ser la causa de nuestro
subdesarrollo, razón por la cual, desde el inicio de esta relación los
gobernantes tuvieron como propósito la castellanización, evangelización y
modernización (europeización) de los pueblos indígenas.
Asumido
y ejercido el poder político por los miembros de la cultura de extracción
europea desde una perspectiva etnocéntrica, todo el aparato estatal fue
diseñado para la imposición de dicha cultura.
Luego
de la época colonial, los herederos republicanos del poder político no hicieron
sino continuar con estos propósitos que, bajo otras modalidades, siguen
actuando solapadamente unas veces y abiertamente en otras, hasta el presente,
como bien lo podemos comprobar.
El
hecho de la hegemonización de la cultura mestiza viene repercutiendo en el
progresivo debilitamiento de las demás culturas, tanto en lo cuantitativo como
en lo cualitativo.
La
progresiva desestructuración del mundo indígena, la invisibilización de su
diversidad, la pérdida de sus valores, por la agresividad de la cultura
dominante, la difuminación de su cosmovisión, la pérdida de sus territorios, la
afectación de sus modos de vida por la imposición de modelos económicos
incompatibles con su medio, el deterioro de los bienes con los cuales
satisfacen sus diversas necesidades para atender las demandas del mercado
internacional (extracción de gas, oro, petróleo, narcotráfico), el
fortalecimiento del extractivismo mercantilista como única forma de explotación
de los recursos naturales, la imposición de sistemas lingüísticos totalmente
ajenos a sus necesidades de comunicación, etc., son consecuencias negativas más
que evidentes de esta organización vertical que ha adoptado el país.
Es
este reconocimiento o toma de conciencia el que nos viene impulsando a promover una nueva forma de relación entre nuestras
diversas culturas, relación en cuyo marco cada peruano y cada pueblo se
perciban en un nivel de igualdad, que se exprese en un comportamiento
respetuoso de las herencias culturales de los demás. En que cada peruano se
sienta un valor en sí mismo por el hecho de pertenecer a una determinada
cultura con la que se identifica, como el agua de un manantial.
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