En su 56° aniversario
Gabel Daniel Sotil García
Acompañando
a las crecientes y vaciantes de nuestra región Omagua en los últimos
cincuentiséis años, la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana – UNAP,
viene discurriendo por el cauce del tiempo cual flujo indetenible que surca
hacia el futuro de nuestra región, desplazando su caudal por la intimidad más profunda de nuestro portentoso
bosque.
Y así, adentrándose en aguajales, restingas y
colinas, va formando muyunas, tipishcas y
meandros en nuestra prodigiosa
orografía, pues, la UNAP, nacida de la confluencia feliz de las demandas de los
pueblos de nuestra región, se enrumba hacia nuevos horizontes de infinito
verdor.
Respondiendo
a esos mandatos sociales, se ha consolidado como la institución formadora del
potencial profesional en nuestra región, de acuerdo a las urgencias, paradigmas
y aspiraciones que fueron sus referentes en los tiempos por los que ha
discurrido su actuar institucional.
De
su decurso viene quedando en el recuerdo social la gesta de muchas generaciones
que dieron vida y sentido a su actuar
transformador. Muchas de ellas ya no están en estas dimensiones, pero nos
dejaron las estelas de sus esfuerzos por darle grandeza a su presencia en
nuestra selva.
Hoy,
en su fecha de aniversario en que, mirando el cauce recorrido, nos atrevemos a
intuir su futuro, nos encontramos en la obligación moral de expresar, más que
descriptiva, interpretativamente, su significado social, cultural, ecológico e
histórico que se viene materializando en su actuar institucional desde que
fuera creada por Ley 13498, un ya lejano 14 de enero de 1961.
Y
es así como hoy, retrotrayéndonos en el tiempo, la vemos aún en ciernes
prefigurándose como una lejana aspiración de las colectividades que
ambicionaban un centro de formación de los profesionales que habrían de labrar
las condiciones para vivir mejor en estos espacios naturales, en donde, siendo
la pobreza un imposible, sin embargo nos lacera en lo más profundo de nuestro
ser social.
Luego,
la veríamos adquiriendo formas físicas en donde albergar a quienes le darían la
dinámica que las circunstancias requerían, que luego iría acrecentándose al compás de las normas y requerimientos
sociales.
Al
impulso de la dinámica que adquiriría nuestra región, iría también dando nuevas
respuestas a las condiciones surgentes para expresar su raigal compromiso con
los destinos superiores de pueblos y villorrios ribereños.
Hoy,
en las actuales circunstancias, está dando inicio a una nueva etapa que debe
caracterizarse por un acendrado compromiso con el desarrollo de los pueblos
originarios y mestizos para responder, cada vez con mayor decisión, a la plena
satisfacción de sus necesidades de profesionales que engarcen, con plena
coherencia, con sus aspiraciones de
contar con un potencial que perciba su desarrollo desde las fibras culturales
de sus creaciones ancestrales y sepan mirar a su mundo y al mundo desde los
compromisos de mayor trascendencia con la preservación de su integridad
espiritual, para crear riqueza desde sus propias entrañas.
Para ello necesitamos que nuestra UNAP,
agente de transformación y preservación a la vez, asuma un mayor compromiso de
presencia en la intimidad misma de nuestra sociedad amazónica, teniendo siempre
presente que nuestra universidad “Nació y germinó en el
humus de las frustraciones sociales que las generaciones de una época
experimentaran frente a un sistema político-social marginante y despectivo con
nuestra región; pero, también como una propuesta de esperanza y optimismo para
demostrar que en este reino de los árboles también se pueden construir sólidas
estructuras que desafían al tiempo, para demostrar nuestras capacidades
colectivas para dar forma cultural a nuestros anhelos más sentidos y abonadas
por la fortaleza reivindicativa que insufla el poder marginante y centralista”.
(*)
Es,
por lo tanto, un reto de primer orden el propiciar que nuestra región eleve su
estatus de reconocimiento en el consenso nacional. Que, de esa situación
incolora, difuminada que hoy nos lacera, como si nuestro país careciera de su
existencia, nuestra universidad debe proponerse, conjuntamente con otras
instituciones, darle relieve a su presencia en las dimensiones psicoafectivas e
intelectuales de los pueblos de nuestro país. Vivir en una situación de casi
anonimato, repercute en una especie de semiclandestinidad frente a los poderes
legales de nuestra nación, lo cual posibilita una visión de segundo orden en
cuanto a las prioridades que se establecen en el manejo político-administrativo
nacional.
Por
otra parte, se hace indispensable fortalecer nuestra presencia en la dinámica
del tejido sociocultural de nuestras comunidades regionales. No es suficiente
que la colectividad “sepa” que existimos como institución sino que nos “vea” en
acción de orientación, de estímulo, de creación, de injerencia planteando,
generando respuestas, apoyando iniciativas ciudadanas, generando opiniones,
orientando la búsqueda de soluciones a los problemas, ayudando a pensar,
opinando, pronunciándonos, dejando oír nuestra voz, marcando rutas
intelectuales. En este aspecto es necesario asumir un rol de mayor presencia en
el concierto de la ciudadanía amazónica.
Contando
con el potencial académico-investigativo del cual hoy dispone la UNAP, que le está permitiendo
consolidar su rol de institución formadora de profesionales, su presencia, más
allá de los alcances burocráticos debe traducirse en un mayor dinamismo de
apoyo al pensar y actuar ciudadanos.
Dinamismo
que debe expresarse en una gestión más agresiva para superar el extractivismo
mercantilista de carácter exportador (primario) que hoy signa toda la actividad
económica regional, con todos los efectos depredantes de nuestras riquezas
materiales y culturales que venimos observando. La diversificación de nuestra
dinámica productiva tiene que contar con nuestra presencia de una manera
sobresaliente a través de nuestros
egresados, quienes deben ser equipados psicológicamente para dar un óptimos uso
a nuestros recursos.
Hay
que tener presente que el desarrollo regional, sustentable, endógeno e
intercultural de nuestra región solo será posible con la más plena
participación de nuestra universidad. Marginarnos de esta responsabilidad o
mediatizarla, solo significará traicionar nuestro compromiso moral.
Debemos, en consecuencia,
prepararnos para responder a la necesidad de construirnos de la mejor forma
para responder con coherencia, tanto interna como externa, a las demandas que
nos plantean los tiempos actuales.
(*)
“UNAP, 50 años en la historia de Loreto”, págs. 14 – 15, Iquitos.
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