22 de abril
Prof.
Gabel Daniel Sotil García
Nuestra MADRE TIERRA, en cuyo seno surcamos el espacio a velocidad vertiginosa. |
“Hace miles de lunas, cuando el mundo era sombra…” en un remoto
lugar de nuestro planeta, emergía un grupo de personas de un espeso boscaje tropical. Hombres,
mujeres y niños, asombrados y medrosos, miraban su entorno buscando alimentos,
que los cogían de los árboles, de los ríos, de las cochas, “hace miles de lunas, cuando el mundo era sombra”. (*)
Después vendría un largo y
milenario caminar esparciéndose por el horizonte infinito que se les antojaba
interminable, “…hace miles de lunas…”,
cuando nuestro planeta era aún inconmensurable.
Los ojos de aquellos humanos,
que nos precedieron en el tiempo, miraban absortos las verdes y grises inmensidades
y seguían caminando y esparciéndose bajo el manto azul guiados por aquellos
ojos luminosos que, desde muy alto, les inspiraban nuevas rutas interminables para seguir hacia lo
desconocido.
Siguieron al norte, siguieron
al sur.
Se fueron al naciente y
también al poniente.
Con su mirada acuciosa
abrieron caminos en suelos ignotos de promisorias lejanías.
Y así pasaron muchos miles de
noches plateadas y también de azabache, de días desafiantes, de caminares intensos, de sueños celestes, de dioses etéreos y grandiosas fantasías.
Cúmulo de galaxias que comparten el espacio cósmico conjuntamente con la Vía láctea. |
Luego, ararían la tierra, haciéndola
propicia para la siembra y cosecha de donde obtener su alimento.
Descansarían bajo los árboles
soñando aventuras que plasmarían en signos con mensajes que narraban
sus ansias, sus cuitas, sus recuerdos y esperanzas.
Recordarían las vivencias de
los caminos recorridos, de los encuentros con seres extraños, de los desafíos
que tuvieron que enfrentar e imaginarían cuánto pudieran hacer en el nuevo
amanecer.
Inventaron, entonces, el ayer
para recordarlo y el mañana para crearlo.
Y vendrían los villorrios, las
aldeas y las ciudades.
Así hasta hoy, en que hemos
cubierto las llanuras infinitas, los suelos escabrosos, las extensas cenagosas.
América del Sur, en donde se ubica nuestro país. |
Nos hemos dispersado en toda
la faz de la TIERRA, que nos esperó paciente para decirnos que ella es nuestra
morada; que ella se formó para ser el lugar que nos albergaría en el cosmos. Para
contarnos de las inmensidades insondables en las cuales navega solitaria a
velocidad vertiginosa. Para decirnos, confidente, que ha sufrido un larguísimo
proceso iniciado en la noche de los tiempos cósmicos padeciendo, resignada, colosales
transformaciones en su intimidad; pero todo, todo ello con una intención bien
precisa y anhelada: crear las condiciones para que brotara la vida en su seno.
Y, con ella, la de nuestra especie: LA HUMANIDAD.
Es así que la hicimos nuestra. Y aprendimos a
quererla con un sublime sentimiento de heredad natural.
Y fue, entonces, que nos dimos
cuenta de su grandeza al descubrirla promisoria, fértil, preñada de ilusiones,
desafiante.
Grandiosos sueños se incubaron
en nuestras mentes. Nuevos propósitos, nuevas posibilidades se abrieron a
nuestro actuar.
Desarrollando las capacidades
que ella misma nos brindara, la hicimos el refugio de nuestras esperanzas para
seguir surcando el espacio infinito aupados a
su grandiosa pequeñez en que la
hemos convertido, pues ya dejó de ser el
ámbito inconmensurable que imagináramos “…hace
miles de lunas cuando el mundo era sombra…” (*)
Y allí vamos.
Con pasos firmes, una veces; tambaleantes,
otras.
Aun cuando viejos fantasmas
nos asalten y nuevas amenazas vengan a nuestro encuentro, radiantes luces se prenden para mirar optimistas nuestro
futuro.
Hemos aprendido que como
especie somos un solo ser, pues las mismas raíces nos sustentan y los mismos
designios nos reserva el porvenir.
Por eso tenemos también que aprender que como especie
múltiples misterios aún nos acechan, esperando que nuestra inteligencia nos siga
guiando hacia su progresiva solución.
El inconmensurable cosmos del cual somos parte |
Despejaremos así las sombras
de donde emergimos encendiendo las luces de la razón y de la fe, que han de propalarse
a raudales en cada amanecer en que saludemos al universo, infinito que se nos
brinda como una tentación a nuestras inquietudes, hacia donde hoy miramos con
las ansias de quien espera encontrar las respuestas a las preguntas que impulsan nuestro caminar desde
que saliéramos hacia lo desconocido, pues confiamos en que iremos develando los
misterios que aún inquietan nuestra mente.
Entonces, podremos decir con
orgullo de humanos, “…Hace miles de lunas
cuando el mundo era sombra…”, (*) nació una especie que trajo la luz a este
planeta.
¡FELIZ DÍA MI GRAN MALOKA!
¡FELIZ DÍA MORADA PRODIGIOSA!
(*)
Calvo Soriano, César; “Amazona”, poesía.
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