Prof.
Gabel Daniel Sotil García
En el desempeño de mi carrera profesional, el
tema de la interculturalidad llegó muy
tardíamente.
Maloca tradicional, centro ceremonial de las comunidades indígenas con gran significado espiritual. |
Es decir, supe, durante mi proceso de formación como profesor, que en nuestro país hay diversas culturas, y nada
más. Un dato, una información fría, inocua, sin mayor repercusión para mis
futuros compromisos socioprofesionales de mayor trascendencia. Se me informó en
el desarrollo de alguna asignatura y allí quedó como tal. Como tantos otros
datos: la forma de la Luna, los movimientos de la Tierra, la cordillera de los
Andes, etc.
Fue con esa perspectiva, asumida desde mi mismo
proceso de formación, como infelizmente es la que recibe la gran mayoría de
maestros que egresan de los centros de formación magisterial en nuestro país,
que abordé el desempeño de los primeros años de mi ejercicio profesional. Como
lo es, también, el de muchísimos profesionales.
Es decir, un desempeño aplicativo, acrítico, sumiso,
obediente, irreflexivo. Comprometido sólo conmigo mismo. Sin entorno de
referencia. En las nubes. Sin problemas que me exigieran responsabilidades de acción,
salvo las de “hacer mis clases”, sin preguntarme el para qué trascendente de ellas.
Profesor indígena exponiendo aspectos técnico-pedagógicos de la educación intercultural. |
Un primer toque de alarma, que me sacó de mi letargo
paradisiaco, lo viví en la época de la denominada Reforma Educativa del
gobierno Militar de la década de los setentas, en la que participé activamente.
Es que esta reforma, vilipendiada por unos y alabada por muchos más, partió de
un encuentro con nuestra realidad nacional, y, a partir de ella, construyó una
propuesta educacional que implicaba la ruptura de muchos paradigmas,
sólidamente establecidos en nuestras mentes, cuyas implicancias afectaban los intereses
de quienes nunca han querido ni quieren perder privilegios. He allí el porqué somos
impedidos de conocer nuestra realidad, aún hasta hoy.
Docentes indígenas, capacitándose para un mejor desarrollo de la educación intercultural. |
Sin embargo, no afrontó con el énfasis que
debió darle, el asunto de nuestra
diversidad cultural y sus implicancias en el campo de la educación. En
todo caso, no hubo el tiempo necesario para producir los cambios. Pero, sembró
la semilla.
Pasado ese período de efervescencia
ideológica y política, volvimos a los cauces anteriores y retomamos, todos los
maestros, nuestros antiguos paradigmas,
forzados por una clase gobernante que no quiere perder el control del poder
nacional.
Al verme en las circunstancias de tener que asumir
funciones en el nivel de enseñanza superior, en el área de formación
magisterial, fue cuando nuevamente sufro una nueva conmoción, proveniente de la
toma de conciencia de que la diversidad cultural de nuestro país no es sólo una
característica, un simple dato, sino algo mucho más trascendente: algo respecto
a lo cual debía yo tomar posición, pues
ella siempre debió ser uno de los referentes fundamentales para el
establecimiento de las políticas de estado y, por ende, de las todas las
políticas de nuestros gobiernos: tanto
las de carácter educacional como las laborales, de salud, jurídicas, etc.
Niñez y juventud indígenas que esperan ser educadas en el marco axiológico de sus propias culturas. |
Por cierto que no fue un autodescubrimiento.
Fue la confluencia feliz de diversos factores los que me posibilitaron esta
toma de conciencia: constataciones en la realidad, lecturas
científico-sociales, participación en el desarrollo de conferencias, amistad
con antropólogos, lingüistas, sociólogos, pedagogos, etc. Y empecé a
reflexionar sobre la diversidad cultural. Se convirtió, así, en un tema de gran
preocupación en mi vida profesional.
Mi actitud neutra, insípida, distante fue
transformándose en mi interioridad psicológica y adquirió color, sabor,
cercanía, calor. Terminé por involucrarme cognoscitiva y actitudinalmente en el
tema de la diversidad cultural. Empecé a verla como un problema que requería mi
involucramiento y el de toda la sociedad. Tomé conciencia de que la expresión
“diversidad cultural” no era un mero concepto, sino que hacía referencia a
personas y pueblos de carne y hueso. Con todos los atributos humanos. Pueblos y
personas injustamente marginados, postergados, “minorizados” por el poder y los
prejuicios. Poder y prejuicios contra los que debemos asumir una forma de lucha.
Entonces, la interculturalidad, y la
educación correlativa, se me hicieron una obsesión hasta sentir la necesidad de
participar en su afronte pasando a la acción, es decir, a desarrollar y
concretar ideas en la realidad. Asumí, pues, un compromiso.
Expresión de un modo propio de vivir, que debemos conocer y respetar. |
Y es que la EDUCACIÓN INTERCULTURAL, esa
educación para hacernos más humanos, respetuosos de las diferencias; esa
educación promotora de la armonía entre pueblos y culturas, que nos hace
capaces de valorar el pensar y actuar distintos es la que requerimos no sólo
para nuestra región sino para todo nuestro país, por lo tanto, su universo
conceptual doctrinario debe servir de referencia básica para la formación de
todos los profesionales en nuestra región y país, en especial, al magisterio.
Más allá de las simples palabras y
declaraciones, requerimos que ella pase a hacerse realidad en la acción concreta de las aulas y
el proceder cotidiano en nuestra sociedad, para quebrantar, de esa manera, la
columna vertebral del racismo.(*)
(*) Artículo publicado en semanario KANATARI, 21-10-12, www.ceta.org.pe
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