Gabel Daniel Sotil García
La pregunta podría parecer una impertinencia, pero, no lo es a estar por los temas privilegiados por nuestra clase política, para la cual, al parecer, nada de lo que conocemos como Amazonía peruana existe. Es decir, nuestro grandioso bosque, el río más extenso y caudaloso del mundo, al que nosotros le damos el nombre de Amazonas, los ríos Ucayali, Marañón, Huallaga, Napo, Putumayo, etc. no existen. Esa prodigiosa masa de agua dulce, hábitat de una de las más grandes diversidades biológicas de nuestro planeta, no existe. Los Pueblos Indígenas no existen así como tampoco existen nuestras cochas, los pueblos ribereños, las balsas, las canoas, las tahuampas, etc. Nuestra extensísima línea fronteriza, tampoco existe. Es decir, la región cuya extensión es mayor al 60 % de nuestro territorio nacional, no existe; que, para el caso, quiere decir que no merece mayores preocupaciones de parte de quienes vienen luchando por hacerse del poder político en nuestro país.
En realidad, esta ausencia del “tema” AMAZONÍA, en la mente y el discurso de la clase política de nuestro país nos tiene que preocupar profundamente, no sólo a quienes vivimos en este espacio, que lo sabemos merecedor de las más serias preocupaciones y planteamientos, sino a todo el país, pues revela una gravísima patología mental que sufren quienes han aprendido a percibir al Perú conformado sólo por Costa y Sierra, visión heredada desde las épocas coloniales en las que el ámbito de acción de las clases dominantes fue, precisamente, dichas regiones
En la Costa estuvo y sigue estando la sede del centro del poder político; es obligatorio pensar en ella; en la Sierra, los asientos mineros que, desde antaño, dieron renombre al Perú; por lo tanto, es ineludible pensar en ella. Desde entonces, Perú quería decir costa y sierra. Costa para la agricultura y Sierra para la minería. La Selva, extensísima e ignorada para fines de aprovechamiento económico y objetivo de planteamientos de política, no pasó de ser un fuerte color verde en los mapas.
Salvo el aprovechamiento de algunos de sus recursos, desde la segunda mitad del S. XIX, para fines de exportación, nuestra región aún no merece atención política de primera por su insignificancia para propósitos agrícolas y mineros, propósitos que, de concretarse, significarían su total destrucción.
Y seguirá siendo así mientras no aprendamos a vernos como un país forestal, con ingentes recursos provenientes de un bosque prodigioso pletórico de potencialidades renovables, si es que logramos superar nuestra actual agresividad social incentivada por una educación de donde emanan “las órdenes” para destruir nuestra naturaleza.
Aprender a vernos como país forestal es una de las mayores prioridades nacionales, pues como ya se dijo, más de las dos terceras partes de nuestro territorio están comprendidas dentro de lo que se denomina Amazonía; es decir, somos un país AMAZÓNICO.
Y vernos como país forestal y amazónico exige nuevas estrategias político - económicas, muy diferentes a las que exige la visión agro – minera.
Es el cambio de este paradigma el que aún no se produce en nuestra clase política. Asumir esa nueva realidad nacional nos exige aprendizaje de nuevas estrategias para promover su desarrollo, aprendizaje que aún, también, no lo abordamos.
Aun cuando, hasta hoy, las estrategias de desarrollo agrario y minero han fracasado en nuestro país por su impertinencia, pues la pobreza y su secuela, el subdesarrollo socio - económico, se siguen profundizando, son las que más conocemos y se nos han transformado en los únicos referentes para dinamizar nuestros recursos nacionales.
Nuestra clase política, por lo tanto, ”elude” el tema Amazonía por su ignorancia acerca de su realidad, es decir, no conoce sus características, las leyes que gobiernan sus componentes, sus potencialidades materiales, culturales y espirituales, su historia, sus perspectivas, la idiosincrasia de sus Pueblos, etc. Y, por lo tanto, carece de propuestas para un trabajo político en un territorio que le representa una gran interrogante.
La propia clase política regional viene jugando un papel cómplice por no haber sabido enseñar “Amazonía” y “Forestalidad” a los partidos y movimientos políticos nacionales, habiendo preferido la comodidad de la adhesión a propuestas políticas incongruentes con nuestra realidad.
Sin embargo, la experiencia nos lo dice, dicha clase política va a seguir atreviéndose a dar leyes de vigencia nacional que colisionarán con nuestra región, pues no serán elaboradas teniendo en cuenta sus características. Una cosa es pensar, aunque malamente, en un país sólo agrario y minero, y otra, muy distinta, es pensar en un país también forestal.
La pregunta podría parecer una impertinencia, pero, no lo es a estar por los temas privilegiados por nuestra clase política, para la cual, al parecer, nada de lo que conocemos como Amazonía peruana existe. Es decir, nuestro grandioso bosque, el río más extenso y caudaloso del mundo, al que nosotros le damos el nombre de Amazonas, los ríos Ucayali, Marañón, Huallaga, Napo, Putumayo, etc. no existen. Esa prodigiosa masa de agua dulce, hábitat de una de las más grandes diversidades biológicas de nuestro planeta, no existe. Los Pueblos Indígenas no existen así como tampoco existen nuestras cochas, los pueblos ribereños, las balsas, las canoas, las tahuampas, etc. Nuestra extensísima línea fronteriza, tampoco existe. Es decir, la región cuya extensión es mayor al 60 % de nuestro territorio nacional, no existe; que, para el caso, quiere decir que no merece mayores preocupaciones de parte de quienes vienen luchando por hacerse del poder político en nuestro país.
En realidad, esta ausencia del “tema” AMAZONÍA, en la mente y el discurso de la clase política de nuestro país nos tiene que preocupar profundamente, no sólo a quienes vivimos en este espacio, que lo sabemos merecedor de las más serias preocupaciones y planteamientos, sino a todo el país, pues revela una gravísima patología mental que sufren quienes han aprendido a percibir al Perú conformado sólo por Costa y Sierra, visión heredada desde las épocas coloniales en las que el ámbito de acción de las clases dominantes fue, precisamente, dichas regiones
En la Costa estuvo y sigue estando la sede del centro del poder político; es obligatorio pensar en ella; en la Sierra, los asientos mineros que, desde antaño, dieron renombre al Perú; por lo tanto, es ineludible pensar en ella. Desde entonces, Perú quería decir costa y sierra. Costa para la agricultura y Sierra para la minería. La Selva, extensísima e ignorada para fines de aprovechamiento económico y objetivo de planteamientos de política, no pasó de ser un fuerte color verde en los mapas.
Salvo el aprovechamiento de algunos de sus recursos, desde la segunda mitad del S. XIX, para fines de exportación, nuestra región aún no merece atención política de primera por su insignificancia para propósitos agrícolas y mineros, propósitos que, de concretarse, significarían su total destrucción.
Y seguirá siendo así mientras no aprendamos a vernos como un país forestal, con ingentes recursos provenientes de un bosque prodigioso pletórico de potencialidades renovables, si es que logramos superar nuestra actual agresividad social incentivada por una educación de donde emanan “las órdenes” para destruir nuestra naturaleza.
Aprender a vernos como país forestal es una de las mayores prioridades nacionales, pues como ya se dijo, más de las dos terceras partes de nuestro territorio están comprendidas dentro de lo que se denomina Amazonía; es decir, somos un país AMAZÓNICO.
Y vernos como país forestal y amazónico exige nuevas estrategias político - económicas, muy diferentes a las que exige la visión agro – minera.
Es el cambio de este paradigma el que aún no se produce en nuestra clase política. Asumir esa nueva realidad nacional nos exige aprendizaje de nuevas estrategias para promover su desarrollo, aprendizaje que aún, también, no lo abordamos.
Aun cuando, hasta hoy, las estrategias de desarrollo agrario y minero han fracasado en nuestro país por su impertinencia, pues la pobreza y su secuela, el subdesarrollo socio - económico, se siguen profundizando, son las que más conocemos y se nos han transformado en los únicos referentes para dinamizar nuestros recursos nacionales.
Nuestra clase política, por lo tanto, ”elude” el tema Amazonía por su ignorancia acerca de su realidad, es decir, no conoce sus características, las leyes que gobiernan sus componentes, sus potencialidades materiales, culturales y espirituales, su historia, sus perspectivas, la idiosincrasia de sus Pueblos, etc. Y, por lo tanto, carece de propuestas para un trabajo político en un territorio que le representa una gran interrogante.
La propia clase política regional viene jugando un papel cómplice por no haber sabido enseñar “Amazonía” y “Forestalidad” a los partidos y movimientos políticos nacionales, habiendo preferido la comodidad de la adhesión a propuestas políticas incongruentes con nuestra realidad.
Sin embargo, la experiencia nos lo dice, dicha clase política va a seguir atreviéndose a dar leyes de vigencia nacional que colisionarán con nuestra región, pues no serán elaboradas teniendo en cuenta sus características. Una cosa es pensar, aunque malamente, en un país sólo agrario y minero, y otra, muy distinta, es pensar en un país también forestal.
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