Rodrigo Montoya Rojas (*)
Carátula del libro ESCUELA ÁRBOL |
"El bosque se está yendo" dicen los nativos de los grupos étnicos de la selva, indignados por el maltrato de los depredadores que se acercan a él para explotar su riqueza. La escuela es también una depredadora de las culturas nativas, una fábrica de exportación de migrantes y una de las responsables de un grave conflicto entre los padres considerados "ciegos" e ignorantes, y los hijos escolarizados que se sienten "superiores".
Una escuela separada de la vida, del bosque, del trabajo y de los problemas de la comunidad, es sólo una "escuela esmeralda", es decir una escuela ornamental. Esta es una de las tesis centrales del libro Escuela Árbol: una propuesta de educación para la selva, del profesor Tuqui Tuqui (**).
¿Qué hay en las escuelas de la selva? "Libros grises, sin el verde intenso de su flora ni el azul profundo de su cielo, sin colores. Libros sin trinos de la selva, sin el calor de su clima. Fríos, muertos. Sin nada de bosque. Sin vida", responde el maestro Tuqui Tuqui. "¿Cómo aceptar en la selva, nuestra selva, una escuela donde uno de los grandes ausentes es el bosque, donde no hay una historia regional, donde se ignora el patrimonio cultural nativo?" En estas sencillas frases se expresa una tesis profunda: la falta del Perú en la educación oficial.
Una escuela así no la quieren los nativos, pese a su profundo interés para aprender el castellano como un arma de defensa. El profesor Moisés Rengifo Vásquez contó que un nativo −Don Gumercindo Manuyama− no envió a su cuarto hijo a la escuela porque los tres primeros −luego de acabar sus estudios primarios− se negaron a trabajar en el monte y en el río, y prefirieron tender sus hamacas en la casa convencidos que lo aprendido en la escuela era superior al trabajo de sus padres.
¿Qué hacer? El maestro Tuqui Tuqui propone buscar una Escuela Árbol "que hunda sus raíces en nuestro suelo cultural y se nutra de nuestras conquistas milenarias para dar frutos nuevos". Propone "inscribir a la escuela en el registro cultural amazónico" y que la escuela sea parte del bosque. No más una esmeralda de adorno, sino una institución útil y eficiente. Él habla de un principio esencial el "respeto a la direccionalidad histórica de cada cultura" en la selva y que se "reconozca el absoluto derecho que tienen a aspirar a su propio desarrollo social coherente con su personalidad histórica". En suma, "una escuela que ponga las bases de nuestra propia modernidad".
Los hombres y mujeres de los 56 grupos étnicos de la selva, conocen el bosque mejor que nadie en el Perú. Tienen una cultura milenaria, literalmente milenaria. Lo que saben no lo aprendieron de Europa sino de los abuelos. El saber acumulado les permite estar seguros que la selva no es el lugar apropiado para la agricultura y la ganadería intensivas.
Esta verdad elemental es, sin embargo, ignorada por los depredadores, que tratan de imponer grandes plantaciones de caña de azúcar y arroz y crianzas intensivas de ganado cebú. Los ingenieros que se acercan con respeto al bosque saben muy bien que la política de explotación indiscriminada de los recursos de la selva produce su desertificación. Es suficiente ver la selva central para tomar conciencia del desastre ecológico que será más grave con el tiempo. (Recuerdo que hace pocos años vi a un asháninka de la selva central comprar chonta y paiche seco en el mercado de Iquitos porque en su tierra ya no se encuentran).
Si la educación oficial fuera peruana, sería pensada en función de la diversidad y la pluriculturalidad del país y valoraría el saber que nació aquí, en el suelo americano y dejaría de ser una permanente repetición de modelos exteriores. Hay en la selva peruana una conciencia creciente de estas carencias y un sentimiento de orgullo étnico que valora sus lenguas y sus culturas. El Congreso Aguaruna- Huambisa abrió el camino negándose a aceptar los maestros mestizos que saben hablar castellano pero que no saben enseñarlo y que son los extirpadores contemporáneos de idolatrías. Ganaron una primera batalla al nombrar a sus propios hijos para asumir la educación bilingüe en sus escuelas.
Las ideas contenidas en el libro del maestro Tuqui Tuqui, no son todas propias de él. Están ahí, circulando en los aires nuevos que se respira en la selva. El liderazgo nativo forjado en los últimos veinte años, las movilizaciones de nuevas organizaciones sociales por reivindicaciones étnicas y la labor paciente de un número creciente de antropólogas y antropólogos han ido creando este aire nuevo, fresco, fuerte, original. Hubiera sido muy útil que el profesor citara sus fuentes. Prefirió resumir a su modo la propuesta del movimiento étnico que aparece en el Perú como un claro nuevo sujeto social.
El trabajo se habría enriquecido mucho si el autor hubiera incluido un capítulo sobre la necesidad de una educación bilingüe e intercultural, como modo específico de pensar la educación en términos propiamente peruanos. Él está bien situado para hacerlo.
En conclusión, saludo con entusiasmo la publicación de este libro.
Lima, septiembre de 1991.
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(*) Rodrigo Montoya Rojas, distinguido antropólogo peruano. Trabaja en la UNMSM.(**) Tuqui tuqui, seudónimo con el que participó el profesor Gabel Sotil García en el concurso de la Derrama Magisterial y que le permitió ganar el Premio Nacional de Educación “Horacio” - 1991- Derrama Magisteril.
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