En la introducción del libro “Panorama histórico de la
Amazonia Peruana, una visión desde la Amazonía”, que escribiéramos con el
historiador y periodista Humberto Morey Alejo, hemos expresado lo siguiente: “Cuando
repasamos cualquier libro de Historia del Perú, actual o antiguo, de los que
son usados en ambientes escolares, universitarios o generales, es casi nula o
muy escueta la información relacionada
con la región amazónica que podemos encontrar” (1).
Por su parte, el profesor e historiador José Barletti Pasquale, en
la presentación del libro anteriormente citado, expresa “Hace poco se ha publicado un voluminoso libro sobre la historia del
Perú, escrito por destacados historiadores nacionales. Al revisarlo, uno
encuentra con tristeza, vacíos en lo que se refiere a los acontecimientos y
procesos históricos que han tenido lugar en la Amazonía. De esta manera, una
vez más, constatamos que la nuestra es considerada una región sin historia”. (2)
Por
mi parte agrego, que no sólo los de historia carecen de información sobre
nuestra región, sino todos los
utilizados en la educación formal, incluidos los que son elaborados y
distribuidos por el propio Ministerio de Educación.
Para
mayor abundancia de certificación, hemos revisado muchos libros en los cuales
se aborda, por ejemplo, el tema de los primigenios pobladores peruanos, o el de
las culturas prehispánicas, pero hemos encontrado que en su desarrollo, en el
mejor de los casos, apenas se hace mención tangencial y deslucida a la
existencia de los pueblos y las culturas de la Amazonía.
A
partir de esta constatación, podríamos ensayar las siguientes hipótesis
explicativas:
- en primer lugar, quienes los escribieron no
disponían de la información necesaria o no le dieron mayor importancia o,
- en segundo lugar, simple y llanamente en sus
esquemas mentales la Amazonía es inexistente.
Pero,
en todo caso, de lo que sí estamos seguros es que, inevitablemente, los alumnos
peruanos se forman con una total ausencia de la selva como escenario real,
actual e histórico.
Entonces,
no es sorprendente que los peruanos, en cualquiera de nuestros roles sociales,
políticos, administrativos, académicos, etc. ignoremos a esta región; es decir, la tengamos como “no
existente” en nuestro imaginario y, por lo tanto, no sea un referente de
importancia en y para nuestras decisiones.
Salvo
referencias a su exotismo, a sus peligros, al salvajismo de sus pobladores, al
atraso de sus comunidades, a su aislamiento, etc. la selva, al parecer, no
ofrece más motivos para ocuparse de ella. Y quienes vivimos en ella, incluso,
no nos escapamos de esta parcialización y tergiversación de percepción de
nuestra propia región. Por ello, el Dr. Marc Dourojeanni, en su libro
“Amazonía, ¿Qué hacer?” Dice: “La selva
es apenas conocida por la mayoría de los peruanos a consecuencia de la pobreza,
de las deficiencias de la educación pública y del bajo nivel cultural en
general. A esta realidad no escapan ni aquellos de las clases sociales más
pudientes, que se educan en colegios privados y que alguna vez han visitado
Iquitos o algún otro lugar de la
Amazonía. Más aún, la ignorancia sobre el tema alcanza inclusive a los que radican
en las rápidamente crecientes urbes de la propia selva, los que en su mayoría,
jamás han puesto un pié en el monte. Es así como la Amazonía continúa siendo,
hoy como en el pasado, inspiración para las más disparatadas opiniones y fantasías”. (3)
A despecho de nuestros mapas, que
colocamos en aulas, colegios, oficinas, etc., en donde la selva aparece ocupando los dos tercios de la superficie de
nuestro país y pintada generalmente con
un imponente color verde, en nuestros esquemas mentales sólo existen la
costa y la sierra como escenarios de hechos históricos y actuales, como ya lo
expresáramos.
Es decir, todo un caudal de
acontecimientos, tan grande como el mismo río Amazonas, queda fuera del
conocimiento, análisis, reflexión y preocupaciones de los peruanos, a causa del
centralismo y de la obnubilación de la casta conformada por quienes tienen el
poder, en sus diversas formas, en nuestro país y que se han formado con una
visión obsoleta del mismo, de la cual son, finalmente, sus víctimas.
Una información de calidad tan
deficitaria, con vacíos tan amplios y profundos, es evidente que no nos
capacita socialmente para tomar adecuadas decisiones a fin de elaborar
proyectos factibles que nos permitan superar las actuales situaciones de
incomprensible pobreza y extrema pobreza en nuestra región, muy a despecho de
la abundancia de recursos naturales que
poseemos y de nuestros logros históricos, germinados en la intimidad más
profunda de nuestra propia realidad amazónica.
Para
encontrar explicaciones a nuestra actual situación regional, tenemos que
atrevernos a dar una mirada crítica y reflexiva a nuestra historia vivida en
los últimos quinientos años, para determinar lo que hemos heredado del tiempo
anterior así como para precisar nuestra contribución colectiva, si es que la
hemos tenido, en tiempos que estuvieron aparentemente bajo nuestro pleno
control.
En este
sentido, es necesario que seamos conscientes de que en nuestra región amazónica
hemos tenido un muy extenso período multimilenario, de total autonomía
creativa, mientras los pueblos indígenas fueron hegemónicos, periodo al cual le
ha seguido un corto lapso de casi quinientos años, en el que se han
desarrollado las fases colonial y republicana, bajo un esquema de imposición de
modelos socioculturales, que aún seguimos sufriendo.
En
verdad, entre Colonia y República nunca se produjo un cambio sustancial para
nuestra Amazonía en la condición general dentro de nuestro país, aunque la fase
republicana haya sido calificada como de nuestra independencia nacional.
Ambas
fases históricas han tenido una connotación impositiva en nuestra dinámica
interna, tanto que bien pudiéramos denominar a la primera como época de la
colonización franca, desembozada, y a la segunda, que llega hasta el presente,
como la época de la colonización encubierta, velada, pues durante ésta nuestra
condición general no fue impactada en forma diferente a la que tenía en la
anterior. Salvo cambio de nombres, designaciones, declaraciones nuevas, pero
nada sustancial que revelara una nueva forma de percibirnos por parte de la
sociedad nacional y su dirigencia.
Si algo
hubo de diferente para nosotros, recién desde mediados del Siglo XIX, en plena
época republicana, fue el inicio de una
presencia más impositiva, punitiva y amenazadora del poder central en nombre de
un estado peruano que recién empezaba a tomar conciencia (y que, dicho sea de
paso, aún no termina de hacerlo) de las dimensiones geográficas, sociales,
culturales, etc. y de la complejidad de nuestra región, a través de
instituciones carentes de sentido para la nueva realidad en la que se
instalaban; ellas mismas desorientadas en cuanto a su rol, por su condición de
foráneas, que lo percibían sólo muy difusamente en las nuevas condiciones, pues
el escenario era muy diferente respecto al
contexto nacional.
Deviene
así nuestra selva en escenario del
ejercicio de un poder caracterizado por la inercia de sus representantes,
indolencia que tiene su mayor expresión en las sucesivas pérdidas de territorio
amazónico peruano sufridas desde mediados del Siglo XIX, sin el costo siquiera
de una lágrima de los demás peruanos, pues siempre les fueron encubiertas o
escondidas, ocultamiento que aún se empeña en mantener.
Víctima
de esquemas mentales coloniales, heredados de un régimen que duró trescientos
años, la población mestiza, de reciente llegada a estas tierras, es decir
emergente, avizora su futuro sólo preocupada por consolidar su hegemonía dentro
de la región, sobre todo en el dominio sobre las poblaciones originarias o
indígenas y en el aprovechamiento de sus recursos naturales, pero, sin mayores preocupaciones por las
consecuencias de su actuar en el entorno cultural y ecológico, actitud que
hasta hoy, infelizmente, persiste.
Pero,
también, comienza a tomar forma, aunque difusamente, un sentimiento que, con el
paso del tiempo y acontecimientos, se haría cada vez más nítido, fuerte y
trascendente: el sentimiento de abandono, el sentimiento de ser considerada una
región sin mayor importancia para los destinos del país. Comienza la toma de
conciencia, por parte de los amazónicos, de la mirada lejana, sin interés,
indiferente del resto de nuestra nación. Este sentimiento sería, en gran parte,
el responsable de muchos acontecimientos de esta época (movimientos separatistas,
federalistas, regionalistas y de
protesta civiles de parte de los indígenas y mestizos) y cada vez más
reforzado por las actitudes y decisiones
de una clase política nacional ignorante de nuestras características, sin
capacidad auto crítica y sólo abrazada a su interés por centralizar el poder y
gozar de sus prebendas. Como lo sigue siendo hasta hoy.
Por
todo ello es que hacia la mitad del Siglo XX algunas definiciones se producen
en la conciencia social amazónica:
- Que, en el consenso
nacional, no hay conciencia de nuestra existencia, salvo que somos una región
exótica, con gente que debe ser conquistada y civilizada;
- Que el poder central
es, además, centralista y prisionero de una visión equívoca sobre nosotros;
- Que somos una región desconectada del resto
del país;
- Que aún somos
considerados un freno para el desarrollo del país, a menos que cambiemos
radicalmente, dejando de ser lo que somos;
-
Que no inspiramos confianza en nuestras
capacidades sociales para encontrar solución a nuestros propios problemas;
-
Que se nos percibe como si sólo servimos
para ser gobernados y que, por lo tanto, debemos obedecer todo lo que se
disponga sobre nosotros desde el centro del poder nacional.
Este
proceso de toma de conciencia, trabajado en la intimidad del hogar y en los
ambientes sociales que, además, ha
recibido el aporte de sucesos políticos, culturales, económicos,
administrativos, etc., regionales, nacionales y mundiales, es el que ha
contribuido a que en nuestra región hayamos venido adoptando actitudes muy poco
comprendidas por el resto del país: gobernantes y sociedad civil.
Pues,
vista la región en su conjunto desde la perspectiva de los prejuicios
geográficos, raciales, culturales, etc., vigentes y frutos de la ignorancia
sobre nuestra realidad, la Amazonía aún no logra ser percibida como lo que es
sino como se cree que es.
Y esto
lleva a que se tomen decisiones absolutamente erradas respecto a sus actuales
condiciones, como lo podemos comprobar en
los más recientes periodos gubernamentales nacionales, durante los
cuales la mayoría de decisiones tomadas ha terminado siendo instrumento para
ampliar y profundizar nuestros problemas ecológicos, psicosociales, económicos,
socio-culturales, etc., evidencias de las cuales están a nuestra disposición en
estos precisos momentos en el acontecer nacional.
Es
decir, nuestra Amazonía no deja de ser percibida con los iniciales mitos
ideológicos generados por el conquistador europeo, a los cuales se han
adicionado otros creados por sus herederos políticos, a los que ya hemos hecho
referencia
En el
marco de este racismo formalizado en nuestro país, nuestra región no deja de
ser un escenario de conquistas, en el cual se viene experimentando
sucesivamente la extrapolación de modelos alienígenas, foráneos, incompatibles
con nuestra realidad, en un vano intento por forzar su realidad para adecuarla
a tales esquemas. Por lo tanto, siempre signados por el fracaso.
Racismo
que también se expresa en la desconfianza que nosotros, los mismos amazónicos,
tenemos en las capacidades de los pueblos y personas de esta región para buscar
y encontrar soluciones a nuestros propios problemas.
La
visión del conquistador europeo aún
perdura tanto en los agentes del
gobierno central como en las personas e instituciones que se acercan a la
Amazonía, víctimas de engaños o prejuicios con los cuales justifican sus
agresiones y ansias de dominación.
En vez
de acercarse a ella para tener un mejor conocimiento y comprensión de su
realidad y potencialidades, se ha optado, en el ámbito nacional, oficial y no
oficial, por imaginarla atribuyéndole características que no tiene, pero que
sirven de referentes a la hora de tomar decisiones con respecto a ella. Una de las cuales es,
precisamente, el considerar un absoluto ignorante al poblador nativo, carente
de todo conocimiento válido, a quien hay
que enseñar a vivir en su ambiente, desconociendo el valor de sus grandes y
milenarias conquistas como, por ejemplo, la relación armoniosa, de equilibrio,
que supo establecer con la naturaleza, el percibirse como parte consustancial
de ella, su cosmovisión forestal, la consideración del bosque como un valor, la
curación de enfermedades a partir del uso de infinidad de plantas, la
domesticación de animales y plantas, el descubrimiento de técnicas agrícolas
(policultivo, rotación en el uso del suelo, etc.), el conocimiento de las
propiedades de las plantas (alimenticias, medicinales, psicotrópicas,
ornamentales, etc.), uso agrícola
adecuado de los suelos de acuerdo a sus propiedades (en lo que pudiéramos
calificar de uso práctico de la zonificación económica ecológica, de reciente
descubrimiento en la ciencia occidental), uso racional de los recursos
forestales (en lo que podríamos denominar uso sustentable de nuestros
recursos), etc., que, de ser valorados, tendríamos allí todo el universo de
conocimientos, ya validados pues por ellos ha sobrevivido miles de años.
Conocimientos
que requerimos para construir un modelo de desarrollo coherente con nuestras
características regionales, acervo que, enriquecido con los aportes científicos
y tecnológicos actuales, nos permitiría una mayor eficacia y eficiencia sociales para construir nuestro futuro con la
más sólida fundamentación factual, en el marco doctrinal del desarrollo
sostenible e intercultural.
Nosotros
los amazónicos mismos hemos caído en la trampa de la falsa percepción y, hoy,
el actuar colectivo de los mestizos, no traduce sino el más profundo desprecio
de aquel acervo cognoscitivo ancestral que yace en las comunidades indígenas y
ribereñas y también un profundo desconocimiento de nuestro escenario
existencial, que se manifiesta a través de las incompatibilidades y efectos
negativos evidenciados en esa actuación individual y social.
Pruebas
de ello son las sucesivas épocas de falsas ilusiones sociales generadas en los
encuentros de recursos de duración pasajera que, más que soluciones, han
significado la profundización de nuestros problemas o la creación de nuevos
problemas (boom del caucho, de la madera, de las resinas, del oro, del petróleo).
Lo prueba el extractivismo mercantilista, que nos empeñamos en practicar, pese
a sus efectos negativos. Lo prueba, también, el protagonismo excluyente que la
sociedad mestiza viene desempeñando al margen de los diversos grupos
socioculturales presentes en este escenario, cuyo núcleo de dominación tiene
como principal propósito centralizar el poder y aprovechar los recursos
naturales, al margen de consideraciones de carácter ético y axiológico, tales
como la equidad, el respeto, la democracia intercultural, etc.
Nos
encontramos, pues, en una región esencialmente
considerada, en la percepción nacional y regional, sólo como proveedora
de materia prima, en la cual el estado se hace presente sólo en forma
controlista y punitiva, como protector de los bienes que le significan divisas,
provenientes de las exportaciones, para las arcas nacionales. El rol promotor,
organizador, estimulante que debería asumir para crear condiciones endógenas
para nuestro desarrollo, se ve sobrepasado por la presencia impositiva que cada
gobierno central se empeña en ejercer
para demostrarnos su poder, a través de representantes que sólo esperan cumplir
las órdenes que les imparten sin importarles sus consecuencias
Por todo ello es que podemos afirmar
que lo más ausente en todo este panorama relacional entre el país y esta región
es la necesidad de conocerla y de promover su conocimiento certero, real, más
allá de perjudiciales fantasías, que no hacen sino tergiversar nuestra
realidad, y, por ende, generar incorrectas decisiones.
Bien podemos afirmar que en estos
momentos la Amazonía es la gran desconocida en nuestro país. Y también dentro
de nuestra propia región.
Por
ello es que no nos extraña que todos los gobiernos centrales se hayan propuesto
“desarrollar la Amazonía”. Es decir, actuar en ella para mejorar sus
condiciones; pero, ¿qué condiciones? Si no las conocen, mal pueden mejorarlas.
Las personas e instituciones que los representaban por casi quinientos años
siempre han sido pasajeras; duraban lo que duraba, y a veces mucho menos, la
intención de los gobiernos de turno. Quienes venían, con pocas excepciones, lo
hacían para ejecutar órdenes, es decir, con un libreto a cumplir para poner en
vigencia disposiciones adoptadas muy lejos de la región por gente que la
ignoraba en sus peculiaridades, y que no tenía más compromiso que el de cumplir
con su encargo burocrático, con agenda pre-establecida, en la cual no cabía ni la más remota posibilidad
de buscar respuestas, de crear soluciones a los problemas regionales, pues el
guión venía escrito, luego de lo cual se regresarían seguramente que sin haber
visto un solo problema de gran importancia.
Hasta
hoy, el país no ha diseñado un plan de acercamiento para conocerla,
comprenderla y comprometerse con su desarrollo. Ha preferido mantenerse en el
marco conceptual y actitudinal coherente con
los prejuicios y esa falsa imagen generada sobre ella a partir de la
ignorancia. Por ello es que sólo la viene usando como fuente de recursos (lo
más fácil, por cierto), a los que aprovecha explotándolos hasta su extinción.
Las pruebas las tenemos en recientes decisiones del más alto nivel
gubernamental, todas ellas lesivas para los intereses de esta región.
Hasta
hoy, también, muchas instituciones se acercan a ella sólo para conquistarla, es
decir, para incorporarla a sus dominios unas veces conceptuales, otras veces
axiológicos y, algunas otras, prácticos; pero siempre para servirse de ella,
nunca para servirla en sus más altos intereses. Para muchas instituciones y
personas, todavía, a la selva se debe llegar con armas de conquista, de
imposición, como serían los arcabuces en su tiempo.
El
“atraso” de su gente no amerita otra actitud, según esta equívoca, falsa,
percepción.
Parecería,
por lo tanto, que nuestra región está condenada a sufrir un avasallamiento tras
otro. Primero, la evangelización y la castellanización de los “indios” por
parte de los conquistadores; más tarde, las acciones de civilización de los
“salvajes” por parte de los programas estatales; luego serían los programas de
colonización de este “inmenso territorio deshabitado”; hoy, la “modernización”
de nuestras formas de vivir mediante las concesiones petroleras, madereras,
auríferas, que no son sino mecanismos para viabilizar la europeización de
nuestras formas de vida. Los partidos políticos, las organizaciones religiosas
a través de sus muy diversas confesiones, las
empresas nacionales y trasnacionales, etc. vienen con esa misión: conquistar
nuestra región, enseñorearse en ella.
Es
decir, siempre objeto de imposición; nunca de conocimiento y comprensión.
Nunca
de respeto.
Las consecuencias de esta actitud no
sólo las sufre nuestra región sino todo nuestro país, pues hoy nos percibimos,
para fines de políticas de desarrollo pertinentes, sólo como un país andino y costeño;
mejor dicho, nos hemos formado
sin considerar nuestro inmenso e importante
componente forestal.
Esta percepción excluyente ha tenido
graves consecuencias para nuestro país, pues las clases dominantes han tomado decisiones
siempre en el marco de esta perspectiva.
Las diversas políticas de los gobiernos que han asumido el poder político,
han expresado esta forma de percibirnos y es así como, parte central de
nuestras preocupaciones, es nuestro crecimiento agrario o el desarrollo de
nuestra minería, por lo cual tenemos
ministerios de agricultura y de minería;
pero carecemos de instituciones ministeriales encargadas de nuestro
patrimonio forestal, salvo la tardía y muy reciente creación del ministerio del
ambiente, que tangencialmente tiene que ver con nuestro bosque.
El centralismo omnímodo, predominante en nuestro país, nos ha impuesto
una visión equívoca, falsa, de nuestra realidad nacional y, por lo tanto, las
decisiones políticas que tomamos son también equívocas, pues no nos permiten
afrontar nuestra realidad, con la riqueza de su diversidad ecológica y sociocultural, sino un falso
supuesto sustitutorio de ella. Como consecuencia, tenemos la persistencia, y
agravamiento en muchos casos, de nuestros problemas nacionales.
Es decir, no sólo es nuestra región
sino todo el Perú el que se perjudica con esta visión equívoca que tenemos al
haber marginado a la Amazonía de la intencionalidad formativa de la educación
peruana.
Es por todo ello que requerimos que la
educación peruana promueva un
acercamiento de todos los peruanos a las reales circunstancias de esta región, para
superar los prejuicios que hasta hoy han condicionado las relaciones del resto
del país con esta selva, aprendiendo a vernos, también, como un país amazónico,
predominantemente forestal, pues las dos terceras partes del mismo están
cubiertas por esa unidad ecológica que llamamos Amazonía peruana.
Sólo entonces la mirada de los gobernantes costeños logrará
ver más acá de los andes, y valorar a nuestra región como un verdadero
potencial para nuestro desarrollo nacional en el marco de una estrategia
adecuada a sus características, superando la tradicional actitud de percibirla
como un simple reservorio de materias primas y pueblos a sojuzgar, pues, a
estar por los efectos que individual y colectivamente venimos causando en este
grandioso escenario, podemos afirmar que no estamos equipados convenientemente
para desarrollar una dinámica social positiva respecto a su conservación, al
mantenimiento de sus potencialidades, a la defensa de sus intereses, para que
siga siendo una región forestal generadora de diversidad biológica, social y
cultural, como lo viene siendo hasta ahora.
Realidad trágica ésta que ha llevado
al Dr. Antonio Brack Egg, insigne ecologista peruano, hoy Ministro del
Ambiente, a decir que “la mayor estupidez
que estamos haciendo los peruanos es talar nuestra riqueza forestal para realizar actividades agropecuarias y ganaderas”
(4), queriendo con ello trastocar la natural vocación de nuestro bosque,
que es la de seguir siendo bosque. Estupidez producto de la ignorancia acerca
de nuestra realidad.
La actuación destructiva de los
últimos siglos, desplegada por quienes pertenecemos a la cultura mestiza, en
toda su diversidad, evidencia que lo que hemos aprendido de ella no es lo que
deberíamos haber aprendido; que lo que sabemos de ella, en toda su complejidad,
no corresponde a su realidad. Es decir, nunca la hemos tomado como referente de
aprendizaje.
Por ello es que hoy, en que nos es
indispensable pensar nuestro futuro colectivamente (no por unos cuantos) y
diseñar nuestro desarrollo para beneficio de todos los pueblos y personas que
habitamos esta región (no para unos cuantos), nos encontramos con que carecemos de los
conocimientos básicos, de los valores y actitudes indispensables, de las
destrezas intelectuales apropiadas para abordar tan trascendente tarea social.
En verdad, aprendemos mucho en las
instituciones educativas de nuestro país, sabemos bastante, casi
enciclopédicamente; pero, lo que hemos aprendido y sabemos ya no nos es útil, en estas
circunstancias, para pensar y pensarnos
de manera distinta, si es que queremos ser autores de nuestros destinos colectivos,
único camino para superar nuestra pobreza, nuestro subdesarrollo, los graves
problemas que nos afectan socialmente, ambientalmente y culturalmente.
Y es que casi todo lo que hemos
aprendido y venimos aprendiendo no tiene como referente a nuestra realidad; con
ello, no nos capacitamos ni para conocerla y amarla y menos para transformarla constructivamente,
respetando su raigal pluriculturalidad y su esencial forestalidad.
Hoy vemos, con mucho dolor, cómo se
deforestan extensas superficies de bosque para extender la frontera agrícola y
ganadera bajo el supuesto de que tumbar bosque es generar riqueza; cómo se
contaminan nuestros ríos y cochas, cómo se extinguen nuestras especies
florísticas y faunísticas.
Extensas superficies forestales que
sólo brindarán frutos pocos, muy pocos años, luego de los cuales serán
abandonadas por la irrecuperable pérdida de su fertilidad, pasando a engrosar
los suelos en proceso de desertificación, que ya llegan a millones de
hectáreas. Con ello no sólo perdemos árboles, sino suelos, biodiversidad, agua
en los ríos y cochas, evaporación, lluvias, regularidad climática, belleza
paisajística, atractivos turísticos y cuanto servicio forestal nos puede
brindar el bosque, servicios a los que en la actual educación no les brindamos
ninguna importancia.
Las
instituciones que podrían generar profundos cambios en esta percepción, sobre todo las educacionales, vienen siendo
prisioneras de la inercia, del anquilosamiento. Su falta de agresividad las
hace cómplices de esta situación tan negativa para los intereses regionales,
pues con la ignorancia sólo se busca acondicionarnos para la venta de nuestras
materias primas.
Hasta el momento, como bien sabemos,
el Ministerio de Educación viene elaborando y distribuyendo, excluyentemente,
un material que responde a su visión homogeneizadora a nivel nacional (el mismo
material para todos), en el cual las referencias a nuestra región son escasas o tergiversadas,
que no permiten que los educandos de todo el país, y menos los de nuestra
región, tengan apropiados conocimientos, en calidad y diversidad, y desarrollen
actitudes positivas respecto a la Amazonía.
Ello a pesar de que en nuestra propia
región hay ya una vasta producción bibliográfica, tanto científica como
literaria, referida a ella en sus diversos aspectos que es minusvalorada o
ignorada por dicho ministerio, prisionero del centralismo y víctima de su
impertinencia; con lo cual ratifica su falta de idoneidad para gerenciar la
heterogeneidad sociocultural y ecológica nacional, que viene demostrando en
estos últimos ciento ochentaisiete años.
Por su parte, los gobiernos y
autoridades regionales amazónicas, más allá de meras declaraciones, en su actuar revelan no estar comprometidos con
la defensa de nuestra región en lo ambiental, en lo cultural, en lo social, en
lo político, pues no están haciendo todo cuanto pudieran hacer. No han asumido
a la Amazonía en sus múltiples connotaciones en y para nuestro país, pues, además de ser una región, la más extensa,
con un imponente bosque con ingentes recursos naturales y una invalorable
biodiversidad, la Amazonía es la región con mayor diversidad cultural y
lingüística, es decir, toda una reserva de riqueza espiritual; es un conjunto
de mitos encubridores tejidos acerca de ella que requieren ser conocidos para
ser develados mediante una educación pertinente; también es un inmenso y
profundo vacío en la mente de los peruanos que no debemos permitir que se
amplíe; un referente de sueños, ambiciones, ilusiones y fantasías que hoy moviliza
a un gran contingente de peruanos que llegan a ella con falsedades mentales.
Es,
pues, un reto para los gobernantes de turno,
nacionales y regionales, que aún no lo asumen como tal y una esperanza y un desafío para quienes
vivimos en ella, que estamos en la obligación de hacerla un escenario hermoso y
promisorio para nuestras vidas individuales y sociales y la de quienes nos han
de suceder, más allá de engaños, olvidos, falsedades y frustraciones.
Y en
esta situación de tragedia espiritual nacional, que condena a esta región
amazónica a una clandestinidad formal, nos urge tomar decisiones.
Para ello debemos empezar por
reconocer que la calidad de actuación tanto individual como
social en nuestro entorno ecológico y sociocultural, nuestro ambiente en suma,
depende de la calidad del equipamiento cognoscitivo y axiológico – actitudinal proporcionado por
la educación, tanto espontánea como institucionalizada, el mismo que se
conforma a lo largo de nuestra vida en las diversas circunstancias a las que
nos enfrentamos en la dinámica social.
En consecuencia, para la superación de
estas deficiencias del sistema educativo nacional, será necesario que las
autoridades regionales y el magisterio tomemos las medidas adecuadas, para que
en el nivel interno se enfatice y priorice el estudio de nuestra región y en el
externo exigir al Ministerio de
Educación que, en el currículo nacional, la selva merezca un sitial relevante,
pues, con toda seguridad, a las instituciones educativas de las demás regiones
no llegan mensajes de la realidad amazónica, con lo cual se fortalece y
profundiza el más grande vacío de los peruanos respecto a la realidad nacional,
pues hemos construido y estamos construyendo un Perú sin la verdadera Amazonía,
cuya historia, cuya diversidad cultural, cuya riqueza espiritual, cuya realidad
ecológica profundas, quedan fuera de las instituciones educativas nacionales.
Más aún cuando hoy sabemos que las
agresiones que inferimos al bosque
amazónico tienen un efecto desencadenante de muy graves consecuencias en el
sistema climático de nuestro planeta, contribuyendo a ese fenómeno global
llamado calentamiento global, cuyas consecuencias se evidencian en el actual
cambio climático que, si no lo afrontamos con estrategias apropiadas y la urgencia
pertinente, va a causarnos gravísimos, catastróficos, problemas, como que ya lo viene haciendo.
En consecuencia, estamos en
condiciones de afirmar:
· Que nuestra región tiene una presencia
clandestina en nuestro país,
· Que para las actuales autoridades educativas
nacionales el conocimiento de la
Amazonía no tiene ninguna potencialidad formativa,
· Que los peruanos tenemos una falsa imagen de
la región amazónica debido a su ausencia en la intencionalidad del sistema
educativo.
Considerando que dichas deficiencias
formativas nacionales sólo pueden ser superadas a partir de una nueva
educación, que tenga como propósito la
formación de una nueva imagen de nuestra región que responda plenamente a su
realidad, y que nos posibilite una mejor defensa de sus intereses supremos como
unidad sociocultural y ecológicamente diversa, es indispensable que los
actuales gobiernos regionales amazónicos prioricen, en sus respectivos ámbitos
jurisdiccionales, el conocimiento extenso e intenso de la realidad amazónica en
toda su complejidad, como base para desarrollar actitudes de valoración,
respeto y preservación de su patrimonio material y espiritual, al igual que el propio
Ministerio de Educación que debe disponer, con carácter prioritario, que el currículo nacional comprenda la formación de toda la niñez y
juventud peruanas en el conocimiento de la realidad amazónica, como requisito
para lograr una nueva y sólida identidad nacional, en el marco de un futuro
concebido para hacer nuestras vidas bajo la sombra protectora de los árboles
del bosque y no sobre sus quirumas y escombros.
Notas bibliográficas:
(1) Morey Alejo, Humberto y Gabel Sotil García;
“Panorama histórico de la Amazonía Peruana, una visión desde la Amazonía”.
Iquitos, imp. La región, 2000.
(2) Idem
(3)
Dourojeanni, Marc J.; “Amazonía,
¿qué hacer?”. Iquitos, CETA, 1990.
(4) Brack Egg, Antonio; entrevista concedida a
Patricia Del Río Labarthe “Hay cinco mapas de pobreza y ninguno de las
potencialidades”
(*) Art. publicado en revista “Conocimiento Amazónico”, Volumen 2 - número 1, enero - junio 2011, UNAP, Iquitos.
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