Gabel Daniel Sotil García
LA ESCUELA Y LA REALIDAD COMUNAL (*)
Los alumnos requieren ser educados en la plenitud de su cultura, no al margen de ella. Acuarela del artista José Morey Ríos |
Todos
sabemos, menos la Escuela, por cierto, que nuestros núcleos poblacionales
afrontan, en diferentes niveles de intensidad, variados problemas para cuya
solución no vienen siendo preparados realistamente nuestros educandos.
Al
respecto, una anécdota nos servirá para explicar mejor lo que queremos.
Cuenta
el Prof. Moisés Rengifo Vásquez que, en una de sus visitas a un caserío
ribereño, encontró a Dn. Gumercindo Manuyama, un viejo amigo suyo, muy preocupado
por el comportamiento de sus hijos. Cuando el primero de ellos terminó sus
estudios primarios, ya no quería hacer ninguna labor de campo, prefería pasar
el día meciéndose en su hamaca, que la había templado junto a la que su padre
usaba para descansar, luego de sus labores campestres. Cuando su segundo hijo
culminó su Primaria, tampoco quería ir a cultivar ni pescar como cuando era más
pequeño, y también prefería pasar el día echado en su hamaca, que la había colocado
al lado de la de su hermano mayor. Por cierto que en la sala de la casa ya no
quedaba mucho espacio cuando el tercero de sus hijos culminó su Primaria y
templó, también, una cuarta hamaca. Fue entonces cuando Dn. Gumercindo tomó una
drástica decisión: no mandar a la Escuela a su cuarto hijo porque ya no había
donde colocar una hamaca más.
Vivenciar la cotidianeidad comunal en el seno de la escuela debe ser parte de sus tareas formativas. Acuarela del artista José Morey Ríos |
Cuando
deberíamos inducir en nuestros estudiantes la conciencia de la necesidad de su
participación activa en el desarrollo de sus comunidades, de su profundo compromiso
con el destino histórico comunal, la escuela actual los forma fríos, indiferentes,
ignorantes y marginales.
Y es que la Escuela misma funciona así. Es una Escuela Marginal.
¿Qué
dice y qué hace frente al niñito de vientre abultado, somnoliento, escuálido y
retraído que llega a ocupar un banquito en el salón de clase?.
¿Sabe
que muchas de las muertes de niños por diarreas, enfermedades bronquiales,
etc., pueden ser evitadas con sólo enseñar determinados comportamientos a los
vivientes de la comunidad?
¿Sabe,
acaso, que muchos de los problemas comunales podrían ser solucionados con sólo
promover un mínimo de organización de los pobladores?
¿No
sabe que muchos de los problemas de desnutrición que presentan la infancia y
niñez de las comunidades podrían solucionarse con sólo introducir algunos
comportamientos alimentario-nutricionales, así como mejorar el nivel
cualitativo de sus actividades laborales en su entorno físico?.
Dedicada
a preparar a los niños y jóvenes para el ejercicio de "elevadas" funciones intelectuales, la Escuela
actual ha olvidado que su compromiso de mayor transcendencia es con la
solución de los problemas comunales.
No
es inexplicable pues, que termine formando jóvenes que crean que, por haber
egresado de ella, deben ahora mirar a sus comunidades meciéndose holgada y
apaciblemente en la hamaca de su indiferencia
y pasividad.
LA ESCUELA Y LA FORMACIÓN PSICOLÓGICA
La formación de una sólida personalidad psico-cultural es función de la educación formal, complementando a la labor comunal. |
Por
cierto que esta actitud es el producto de un largo acondicionamiento al que es
sometido el alumno desde que traspasa el umbral de la Escuela;
acondicionamiento que lo logramos por diversas vías demostrativas y vivenciales
por las que transita el alumno durante su permanencia en las aulas.
Una
de esas vías, tal vez la más convincente y de consecuencias más duraderas, es
la vivencia cotidiana de ver a la Escuela, "su escuelita", sin
ninguna iniciativa, sin ningún rol promotor en la solución de su hambre, sus enfermedades,
su desnutrición, etc.
Cuántas
escuelas funcionan por diez, veinte, treinta y más años en caseríos que vienen
sufriendo los mismos problemas en todo ese lapso. En dicho tiempo la Escuela
sólo ha servido para embellecer a la comunidad o enorgullecer a sus pobladores.
Nada más.
Ese
rol pasivo, marginal, de la escuela es captado y aprendido inconscientemente
por los alumnos y demás pobladores y pasa a incorporarse
a su manera de ser.
Otra
vía que obligamos a recorrer y que inevitablemente lleva a nuestros educandos
a la dependencia y carencia de iniciativa es la de la Metodología de Enseñanza.
Al
respecto recordemos que C. Chadwick ha dicho que todo lo que aprendamos es posible que en algún momento de nuestra vida
lo olvidemos, pero, lo que jamás olvidaremos es la forma en que lo aprendimos.
Es
que la Metodología que usamos los
maestros para conducir el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos, tiene
tanta importancia como el contenido
en sí que enseñamos y mediante el cual educamos.
Acostumbrados como estamos a preocuparnos sólo por los aprendizajes conscientes,
no prestamos atención a nuestra metodología
que, en última instancia, se incorpora también como un contenido más, a los
aprendizajes del educando, pero, en este caso, como un aprendizaje
inconsciente. Podemos decir que la metodología
de enseñanza viene a ser algo así como la atmósfera, el ambiente pedagógico dentro del cual el niño va logrando sus
aprendizajes, atmósfera que, desde los niveles inconscientes irá condicionando
el comportamiento de los infantes, niños y adolescentes.
En
general, podemos decir que, a riesgo de cometer falsa generalización, la
metodología vigente en la escuela actual parte de la preconcepción (prejuicio)
de que el docente es el único responsable
del aprendizaje, de la educación, del alumno. Por tanto, el rol de éste es el
de dejares guiar por los caminos por los que lo lleve el profesor. Esto, por
cierto, implica asignarle un papel pasivo al educando, pasividad que lo exime
de la responsabilidad de educarse.
Y
esto es lo que viene sucediendo en nuestros alumnos. Al no ejercitar todas sus
capacidades psicológicas estructurantes y energizantes de su conducta, se van
atrofiando y su ejercicio cada vez se hace más dificultoso en la vida comunal.
Nuestra
atención, podemos decirlo con el mismo riesgo ya mencionado anteriormente, está
dirigida a cultivar, ejercitar mejor dicho, las capacidades psico-organizativas
de nuestra conducta más elementales como la atención, la memoria y primarios
niveles de los procesos imaginantes y cognitivos. Entre las capacidades psico -
energéticas de nuestra conducta, tampoco tenemos un espectro muy amplio en la
práctica escolar.
Entonces,
¿cómo lograr jóvenes y adultos comprometidos con la solución de los problemas
que afectan a sus comunidades? ¿cómo apelar a las reservas psico-sociales de nuestras
comunidades para autogenerar soluciones
a sus respectivos y graves problemas?.
No
es inexplicable, pues, que siempre estemos a la espera de alguien o algo que venga
a sacarnos de nuestra agobiante situación.
Una
tercera vía por la cual hacemos caminar a nuestros educandos directamente
hacia la dependencia psicológica está constituida por la metodología de evaluación.
Concebida
la Escuela como una entidad aparentemente al
servicio de sí misma y para el ejercicio exclusivo de las menores capacidades intelectuales, la evaluación del educando ha devenido una
tarea rutinaria, parcial, aislada, sin sentido trascendente y de responsabilidad
exclusiva del profesor, quien es el
que se encarga, cada fin de año y sobre la base de sencillas operaciones aritméticas,
de determinar la situación pedagógica de cada uno de sus alumnos.
En
la Escuela actual pareciera que la evaluación no es parte del proceso de enseñanza - aprendizaje. Ha adquirido,
y así se la ejerce, la condición de una acción autónoma, aislada. Sin conexión interna con dicho proceso.
Es así como el profesor ha caído en falsos dilemas, como por ejemplo, si
hacerla cualitativa o cuantitativamente, o el de expresarla con letras o con
números, o el de hacerla permanente o periódica (quinta nota, períodos de
recuperación en marzo, etc.), olvidando que son otros los problemas fundamentales
de la evaluación.
Formar a las nuevas generaciones en el compromiso con la mejora de sus condiciones ambientales tiene que ser un logro educativo. |
Por
otro lado, a la evaluación del educando también se la ha desprovisto de su finalidad social, al igual que la
Escuela en la cual es ejercida. Esta desconexión respecto al entorno
socio-cultural ha llevado a los docentes a olvidar una cuestión fundamental del
quehacer evaluativo: el para qué evaluar;
es decir, la trascendencia extra - pedagógica y extraescolar de la
evaluación. Es este olvido, por decir lo menos, lo que explicaría que en el
Escuela actual exista un solo sistema de
evaluación, válido para todos los entornos socio-culturales (incluso a
nivel nacional).
Y
por decir lo más, la explicación verdadera de esta homogeneidad y unicidad del
Sistema Evaluativo vigente en nuestra Escuela es la función ideológico-política
encubierta que le venimos dando y que es ejecutada por todos los profesores.
Nos explicamos mejor: si bien es verdad que la evaluación aparece desconectada
del entorno socio-cultural inmediato, también es verdad que esta desconexión es
ex profesa, por cuanto sirve para ocultar el verdadero rol ideo-político de la
evaluación, como integrante de la educación sistemática y de ésta dentro del
sistema político imperante: sirve para la imposición cultural, que es otra
manera de referirnos a la destrucción de las culturas no oficiales (nativas).
Bien
sabemos que una de las características fundamentales de nuestra Región es su pluriculturalidad, adquirida como consecuencia
de leyes y factores histórico - sociales que han tenido lugar en este ámbito
geográfico. Esta pluriculturalidad sencilla y llanamente significa que en el
ámbito de la Región Amazonas(*) hay varios sistemas de valores, cada uno propio de cada cultura
vigente. Por otro lado, también sabemos que en toda Educación está en juego,
tanto en su origen como en su finalidad, un conjunto determinado de valores,
propio del grupo social que la organiza. Es, precisamente, la Evaluación el
mecanismo que tiene la finalidad de determinar cuánto de esos valores éticos,
estéticos, sociales, operativos, religiosos, económicos, teóricos, etc. van
siendo adquiridos en su proceso de educación sistemática por el alumno.
Diversos mecanismos para sensibilizar a los niños y jóvenes en la dinámica social deben ser activados en el proceso formativo |
¿No
sería, acaso, más coherente con nuestra realidad regional el contar con
sistemas diversificados, o sub-sistemas, evaluativos, si se quiere, propios
para cada uno de los escenarios humanos diferenciables?
Se
hace imperativa, pues, la vigencia de una Escuela en la cual la autoevaluación, individual y grupal, así
como una evaluación en íntimo contacto
con su entorno sociocultural, sean parte de los sucesos pedagógicos cotidianos
que tengan lugar en su seno.
* Hoy Región Loreto.
(*)Texto tomado de: Escuela Árbol, una propuesta de educación para la selva. Editora Magisterial. Lima. 1991.
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