Prof. Gabel Daniel Sotil García
Las
cifras de depredación forestal, que cada cierto tiempo nos hacen conocer los
organismos concernidos, son realmente conmocionantes, sobrecogedoras, por la
magnitud de la destrucción que ellas implican. Aunque parece que este impacto
no llega a los profesionales cuyo campo de acción tiene que ver con los
diversos aspectos de nuestro bosque, pues su sonoro silencio en las fuentes de
información social de nuestra ciudad y región no revela sino eso.
Por
ello considero que, con fines pedagógicos, y aceptando mis grandes limitaciones
al respecto, para la población en general, hablemos de esta agresión, que
parece no tener fin en nuestra región, pero sí muchos cómplices.
La
deforestación es el fenómeno que se produce por la tala o corte
indiscriminado, irracional, de la
vegetación de un lugar.
Pero,
allí no queda la cosa, pues al cortarse los árboles, se quita la protección al
suelo y las fuertes, torrenciales, lluvias arrastran los nutrientes, haciendo
que el suelo se defertilice, es decir, se empobrezca rápidamente,
brindando muy pocas cosechas buenas para el caso de uso agrícola. Por lo tanto,
la agricultura en limpio (cortando árboles), así como la ganadería extensiva
(pastoreo libre), que requieren deforestar grandes extensiones de bosque,
finalmente impactan en forma negativa en nuestra región, originando el llamado
fenómeno de la desertificación o desertización (conversión del bosque en
desierto). Fenómeno que ya está predicho, como ineludible, en los modelos de
simulación elaborados para el caso de seguir incrementándose la deforestación:
en pocos años la Amazonía no será más tal, sino un extenso desierto verde-gris.
Entonces, queda claro que, cuando
deforestamos un área de bosque, atentamos contra la fertilidad del suelo de
dicha área; pero, eso no es todo. También
propiciamos la erosión del suelo, facilitando con ello la colmatación o llenado del lecho de los ríos con la tierra
arrastrada por las aguas de las lluvias, sobre todo cuando se tala en los
declives de las colinas adyacentes a los ríos y cochas, que, a su vez, va a
producir mayores alagamientos o inundaciones, alteraciones del hábitat de los
animales, pérdida de potencial turístico, recreacional y cuanto hoy es característico
de “esta maravilla natural”, que no estamos aprendiendo a conocer y, menos, cuidar.
Pero, además, la deforestación es
negativa porque implica la destrucción de la diversidad natural del bosque, es
decir que nuestro bosque amazónico, que hoy está conformado por diversas especies de plantas
que se protegen mutuamente contra el ataque de plagas, simple y llanamente
queda destruida. Por ello es que no es nada coherente con las características de
nuestro bosque el desarrollo extenso de actividades de monocultivo.
Es decir, que cuando deforestamos,
destruimos esta diversidad que, muy difícilmente lograremos reproducir, aun con
el programa más exigente de reforestación. Es decir que el bosque inicial que
destruimos, ya no podremos restituirlo en las condiciones originarias.
Las
implicancias destructivas de la deforestación, son pues catastróficas para
nuestra Amazonía y sorprende que hasta el momento no se enfatice programas de
reforestación, pese a reconocerse la existencia de varios millones de hectáreas
deforestadas y todo un proceso agresivo de actividades extractivas, cuyas
repercusiones se evidenciarán en mayor destrucción del bosque.
Por todo
ello es que se hace perentorio incorporar la educación forestal en el
desarrollo curricular del proceso educativo formal de nuestra región; dándole
características concordantes con la gravedad de nuestra situación, con lo cual
formaríamos a las futuras generaciones con un equipamiento psicológico apto
para la defensa y conservación de nuestro prodigioso bosque. Educación que debe
ser priorizada en todo el espectro longitudinal del sistema educativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario