Atardecer en el río Napo, belleza que enriquece el espíritu. |
Tenemos que tener muy
presente que la MADRE NATURALEZA no es algo puesto como al descuido en el
camino de la especie humana; algo pasivo y a la espera de las ocurrencias
comportamentales de los hombres y mujeres que conforman los diversos Pueblos
del planeta.
La naturaleza está
regida por leyes que fueron establecidas mucho, muchísimo antes que nuestra
especie y todas las otras especies fueran apareciendo como consecuencia,
precisamente, de esas leyes.
Por lo tanto, nada en
ella es improvisado, ni ocurrencia caprichosa, ni veleidosa imprevisión. Su
dinámica obedece a un patrón inexorable, de curso obligatorio en sus diversas
manifestaciones, por ser parte de la maravilla cósmica.
Naturaleza mostrando su excelsa belleza. |
Los humanos,
inteligentes como somos, debemos justificar esa capacidad, de la que la misma
naturaleza nos ha dotado seguramente que pensando en que debemos usarla para el
bien de ella también, expresando en nuestros comportamientos un respetuoso
reconocimiento a su dinámica, sin llegar a los límites del violentamiento.
Para quienes vivimos
en esta parte de la región amazónica llamada selva baja o región OMAGUA
(“región de las aguas dulces”), esta verdad debería tener un carácter
axiomático, es decir, de un principio inviolable en lo referente a nuestra
actuación social frente a las leyes de la dinámica de las aguas. Su no
observancia, el olvidarnos de su invariabilidad, sea por ignorancia o sea por
irresponsable capricho, nos acarrea graves consecuencias, entre las cuales se
incluyen el dolor, las pérdidas de vidas, la intranquilidad familiar, el
malestar social, las pérdidas económicas, la insalubridad ambiental, etc., tal
y como lo acabamos de constatar contundente, aunque dolorosamente, en todo este
gran sector del llano amazónico.
Por ello es que es
necesario que dediquemos más que algunos momentos a la reflexión sobre este
asunto, pues, al parecer, la falta de respeto a la naturaleza se viene
profundizando y las consecuencias sociales a causa de ello, van a ser cada vez
más graves.
Canoas en deleite contemplativo frente al río. |
Por más que lleguemos
con ayuda material, consistente en medicinas, alimentos o implementos de
necesidad inmediata, ello no nos lleva a la solución del problema, pues uno o
más años después, el drama se hará presente, de repente multiplicado en sus
consecuencias. Entonces, no habrá ayuda material que sea suficiente para paliar
el dolor y la desgracia, pues la política de respuestas inmediatistas es
onerosa a largo plazo, aunque en el presente nos brinde éxitos aparentes.
Entonces, se hace
necesario que afrontemos responsablemente esta situación desde el único ángulo
que, a nuestro entender, nos podría
permitir una solución duradera: la educación, es decir, la formación
actitudinal y valorativa de la población amazónica, por cierto que la mestiza,
en el pleno respeto a la naturaleza. Respeto que lo hemos perdido desde el
momento mismo en que la tradicional escala de valores creada por los Pueblos
Indígenas de esta región, fuera desplazada
y remplazada por un universo axiológico muy ajeno a nuestro mundo
ecológico.
Balsero mostrando habilidades propias de un ribereño. |
Aceptar esta forma de
solucionar tales problemas implica abandonar viejos y sólidos paradigmas que
han imperado en el campo educacional de nuestro país y región, que nos llevaron
a dar vida a una educación indiferente a nuestros problemas, marginal a nuestra
realidad, descontextuada para todo efecto formativo de la niñez y juventud
amazónicas. Implica, por lo tanto,
replantear nuestra educación para darle pleno significado de servicio a
nuestra región, es decir, retomar aquellos valores que tradicionalmente nos
permitieron adoptar comportamientos sociales e individuales en plena consonancia
con nuestra forestalidad.
Pero, no tenemos otro camino que tomar, desde
nuestro punto de vista. Tenemos que reconocer que, si parte grande del problema
involucra a la educación, gran parte de la solución también pasa por el terreno de la educación. Es desde ella que
tenemos que abocarnos a inducir en las nuevas generaciones actitudes de respeto
y valoración de la naturaleza en sus diversas manifestaciones, para saber los
límites dentro de los cuales podemos movernos sin atentar contra nuestra propia
integridad individual y social.
Requerimos, pues,
educarnos para saber establecer relaciones armoniosas con nuestra bella y
pródiga naturaleza, que también sabe ser muy severa cuando sobrepasamos esos
límites.
Aprendamos a
respetarla para que ella nos respete.
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