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Iquitos, Loreto/Maynas , Peru
- Nací en el departamento Ica, Provincia Palpa, Distrito Río Grande, Caserío "San Jacinto", 1941. Egresado de la UNM "SAN MARCOS", Facultad Educación, especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, Docente Facultad Ciencias de la Educación y Humanidades-UNAP. Colaboro en: - Diversas revistas que se publican en Iquitos DISTINCIONES •PALMAS MAGISTERIALES, Grado de Maestro •PREMIO NACIONAL DE EDUCACIÓN “HORACIO”, 1991, Derrama Magisterial. •PREMIO NACIONAL EDUCACIÓN, “HORACIO”, 1992, Reconocimiento Especial •DIPLOMA RECONOCIMIENTO DE LABOR POR PUEBLOS INDÍGENAS- AIDESEP •PREMIO NACIONAL I CONCURSO NACIONAL LIT. INFANTIL, ÁREA EXPR. POÉTICAS, MED •RECONOCIMIENTO MÉRITO A LA EXCELENCIA Y PRODUCCIÓN INTELECTUAL -UNAP. . Reconocimiento con la distinción "LA PERLITA DE IQUITOS", UNAP (2015), Reconocimiento por SEMANA DEL BOSQUE, Sub-Ger. Prom. Cultural, GORE LORETO., Condecorado con orden "CABALLERO DEL AMAZONAS" por el GORE LORETO (06.07.16), condecorado con la orden "FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS", Moyobamba, San Martín (24-09-2016). Palmas Magisteriales en grado AMAUTA (06-07-17) MINEDU. DIPLOMA DE HONOR, por Congreso de la República. 21-03-2019

domingo, 9 de diciembre de 2007

LOS IQUITOS VIVEN, PERO...




GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA

Don Gabriel Paima Peña, APU de la Comunidad Nativa “San Antonio de Pintuyacu”, confiesa que él ya no puede pronunciar algunas palabras de su idioma materno, pues ya no puede emitir los sonidos correctos. La señora Teresa Güímack Saboya, moradora, esposa del Apu y madre de familia, confiesa también que ella sólo entiende lo que dicen los mayores pero tiene muchas dificultades para hablar en su idioma y, más aún, agrega, los jóvenes y niños de nuestra comunidad ya casi no lo entienden. Pero, don Jaime Pacaya Inuma, Teniente Gobernador de San Antonio, nos saluda en su idioma y nos explica que, efectivamente, ya su idioma está por desaparecer, pues él es una de las diez únicas personas, por cierto que mayores, que hablan el idioma IQUITO. Le pedimos que lo hable y entonces, como si del bosque surgiera una melodía forestal, que sólo las tempestades saben hacer brotar de los árboles, sentimos que nos envuelve una atmósfera de sonidos ancestrales, que deleitan nuestros oídos, aunque no entendemos lo que significan. Capturados y envueltos en ese tejido de extrañas palabras, don Jaime, ante el deleite de quienes nos rodean, nos lleva en un viaje maravilloso a recorrer la historia de este Pueblo que hoy está al borde del colapso.

Nos dice que este Pueblo tuvo como territorio las cabeceras de los ríos Mazán, Nanay, Momón, Chambira, Pintuyacu, dentro del cual se movilizaban constantemente. Que acostumbraban a enterrar a sus muertos en sus propias casas, en donde continuaban viviendo los familiares; que no necesitaban cementerios. Es en ese momento que doña Agustina Yareja, la más anciana de la comunidad (estiman que tiene más de 85 años) y que sólo habla el Iquito, mas no el castellano, nos dice que ahora tendrá que ir al cementerio (señala el lugar en donde está ubicado) para quedarse sola y abandonada. Antes no era así, enfatiza.

Nos cuenta don Jaime aquello que le contaron a él sus ancestros, pues el idioma Iquito no tiene alfabeto, y todo cuanto guardan está en la memoria de quienes escucharon esos relatos, cada vez menos hoy, que expresan las peripecias de un pueblo que, por defender sus conquistas culturales logradas en un proceso creativo de miles de años, tuvo que huir hacia lugares hasta donde no pudiera llegar el “blanco”, ocultarse en áreas interfluviales para no ser víctimas de los “patrones”, aunque reconoce que no lo lograron, pues hoy en día queda muy poco de ellas.

Con la nostalgia de quien ve desfilar ante sus ojos a sus dioses antiguos, sigue su relato de aventuras de brujos y fuerzas mágicas que transfiguran entidades con la lógica propia de un mundo cultural que aprendió a ver su entorno a su manera; que creó todo un imaginario en el que cada cosa y fenómeno adquiría un sentido propio, inteligible sólo para quienes han hecho suya esa lógica. Y que, por cierto, nunca fue asumida por nuestra cultura mestiza, arrogante e impositiva, que ha hecho que se destruya lo fundamental de dicha estructura conceptual.

Es, entonces, cuando don Jaime se acuerda de la educación que él y muchos recibieron. Se acuerda de su profesor bilingüe, don Félix Cabral Cinchija, quien trabajó sólo hasta 1967, pues en aquel año, un maderero con muchas influencias en la ciudad y con un profundo afán civilizador, logró que se nombrara a un profesor mestizo, cuya preocupación fundamental fue la de alejarlos de su cultura, pues ésta era “propia de indios.

Los sucesivos profesores que llegaran a laborar allí, reforzaron y continuaron esta labor desestructuradora de su arquitectura axiológica y avanzaron hasta donde hoy los encontramos: nadando hacia el canto de una cultura que no comprenden, cuyo sentido les es ajeno pero que saben que deben aceptarla aunque sea superficialmente, en apariencia de ropaje externo, pues en lo profundo de su ser colectivo laten pulsaciones que se nutren de fuerzas que les vienen desde muy atrás, de tiempos inmemoriales y de las entrañas mismas del bosque, que no sólo es su escenario vital, sino también, su protector.

Refugiados en una de los hermosos meandros del alucinante río Pintuyacu, afluente del río Nanay ( Takarnak, según lo dicen en idioma Iquito), desde comienzos de este siglo, los IQUITOS hoy sobreviven a través de 250 personas, más o menos, en San Antonio, a los cuales deben agregarse 180 moradores de la comunidad de Atalaya, ubicada en una quebrada afluente del Pintuyacu, llamada Chambira.

Hasta hoy, ellos han visto la cara mala de la cultura mestiza, que los ha castigado duramente hasta ponerlos al borde de su destrucción; pero, algo en su interior colectivo, sobre todo en los mayores, les dice que aún puede haber tiempo para desandar el mal camino por el que fueron empujados a discurrir los últimos años de su existencia.

Alguna convicción, oculta en los pliegues de su siquismo, alimentada por sus dioses forestales, les da fuerzas para decirle a esta cultura arrogante, acosadora, que los mire de otra manera, que comprenda que son portadores de una ancestral cultura que costó muchos miles de años construir, y por lo tanto valiosa, de un idioma hermoso que hoy sólo diez personas pueden hablar en la plenitud fonética que sus creadores originales quisieron darle. Que debe ser más respetuosa y valorarlos como son. Que allí radica la base de nuestro desarrollo regional: el aceptar nuestra maravillosa diversidad cultural y, a partir de ella, construir nuestro destino colectivo. Sin interferirnos, sin menospreciarnos.

Este llamado es evidente para quienes valoramos las diferencias culturales. Para quienes hemos hecho de la defensa de las culturas amazónicas el único río por donde navegar. La única trocha por recorrer, para penetrar al sentido más trascendente del bosque amazónico, manantial prodigioso (y, ojalá que eterno) no sólo de vida, sino también de culturas.

En estos momentos cruciales para una cultura nacida en la noche de los tiempos amazónicos, que forma parte de ese hermoso y rico mosaico de creaciones que nuestro bosque nos ha dado y que constituyen nuestra riqueza espiritual regional, que vivió un período de independencia creativa, pero que luego al entrar en contacto con la cultura que hoy es dominante se vio afectada por las ambiciones mercantilistas de quienes los invadieron, diezmada por pestes, correrías y otras lacras; cultura de la que hemos heredado su nombre y muchos de sus valores; a la que hemos castigado despiadadamente en nombre de causas, que deben merecer una nueva reflexión de nuestra parte, y que de hecho muchas de ellas ya fueron cuestionadas profundamente, es cuando debemos coordinar nuestros esfuerzos para acercarnos a los IQUITOS, sin compasiones ni mesianismos; sólo con la convicción de que tenemos una deuda que pagar a un pueblo que no tuvo más culpa que ser diferente, que haber creado un mundo propio, incomprensible para nosotros.

Mostremos, pues, la cara buena de nuestra cultura mestiza. Que también la tiene, por cierto.