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Iquitos, Loreto/Maynas , Peru
- Nací en el departamento Ica, Provincia Palpa, Distrito Río Grande, Caserío "San Jacinto", 1941. Egresado de la UNM "SAN MARCOS", Facultad Educación, especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, Docente Facultad Ciencias de la Educación y Humanidades-UNAP. Colaboro en: - Diversas revistas que se publican en Iquitos DISTINCIONES •PALMAS MAGISTERIALES, Grado de Maestro •PREMIO NACIONAL DE EDUCACIÓN “HORACIO”, 1991, Derrama Magisterial. •PREMIO NACIONAL EDUCACIÓN, “HORACIO”, 1992, Reconocimiento Especial •DIPLOMA RECONOCIMIENTO DE LABOR POR PUEBLOS INDÍGENAS- AIDESEP •PREMIO NACIONAL I CONCURSO NACIONAL LIT. INFANTIL, ÁREA EXPR. POÉTICAS, MED •RECONOCIMIENTO MÉRITO A LA EXCELENCIA Y PRODUCCIÓN INTELECTUAL -UNAP. . Reconocimiento con la distinción "LA PERLITA DE IQUITOS", UNAP (2015), Reconocimiento por SEMANA DEL BOSQUE, Sub-Ger. Prom. Cultural, GORE LORETO., Condecorado con orden "CABALLERO DEL AMAZONAS" por el GORE LORETO (06.07.16), condecorado con la orden "FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS", Moyobamba, San Martín (24-09-2016). Palmas Magisteriales en grado AMAUTA (06-07-17) MINEDU. DIPLOMA DE HONOR, por Congreso de la República. 21-03-2019

domingo, 11 de diciembre de 2011

EL REGALO DEL BOSQUE


Prof. Gabel Daniel Sotil García, FCEH - UNAP



Para todos los árboles de la Amazonía
 El amanecer de aquel día me encontró aún despierto.

De los árboles cercanos se elevaba ya la melodía silvestre que cada mañana tejían con sus trinos las avecillas escondidas en el ramaje forestal.

El bosque se despertaba, pero aún el cántico ondulante de un urcututu agorero se expandía entre el boscaje  orlando el cielo matinal.

Al poco tiempo el Sol se elevó alagándolo de luz y color.

En verdad, no había podido dormir.

Pensando en la actividad que tendríamos esa noche, me había desvelado, escuchando de rato en rato el lejano y misterioso croar de anónimos hualos que hacían de la oscuridad el momento propicio para entonar las graves notas de su himno al Creador.

Caserío ribereño
Era víspera de Navidad y en la escuela estaríamos celebrando la Nochebuena con un programa que habíamos elaborado para ocasión tan especial.

Llegado el momento, nos congregamos todos para iniciar los actos que habíamos preparado.

La noche era apacible. Un límpido cielo dejaba ver una infinidad de estrellas titilantes que habían salido a gozar del frescor sideral.

En el poblado, puertas y ventanas arrojaban borbotones de una luz rojiza que se diluía a corta distancia.

Nuestra escuela, que se elevaba enhiesta casi en el centro del caserío y al borde del campo de fútbol, tenía al frente un frondoso árbol de pomarrosa que se ubicaba en el centro mismo del amplio patio y allí nos brindaba su fresca sombra en las horas de calor y nos protegía de los fuertes vientos en los días de tempestad. Verde y añoso, su fronda prodigiosa se elevaba en forma oval casi perfecta, invitando a las avecillas a disfrutar de su ramaje protector.

Esa noche lucía solitario y silencioso.

El programa comenzó: palabras de ofrecimiento, cantos, poesías, cuadros cómicos y más cantos y bailes.

Todo aconteció como estaba previsto.

Reíamos, aplaudíamos.

La hora de las humitas, los refrescos, los tamalitos, el masato. Todo lo degustamos hasta acabar.

Nuestra alegría llegaba a su fin. Tendríamos que retornar a nuestras casas; pero, aún no era medianoche. ¿Cómo irnos sin saludarnos por Navidad?

Decidimos entonces conversar un rato para hacer hora y, mientras, los niños jugarían alrededor de la pomarrosa.

Así lo hicimos.

Chistes, anécdotas, recuerdos.

Que el tunchi. Que el chullachaqui. Que la runamula. Que el yacuruna.

Que doña Mishi. Que doña Ashuca.

La conversación se alargó.

Ya casi era medianoche y el ambiente estaba muy animado.

El juego de los niños. Sus gritos, sus alegrías.

Y de pronto:

-¡Profesor! ¡Mire por allá!

Todos volteamos la mirada hacia donde indicaban los niños.

Vimos entonces que, por sobre el sector del bosque que daba frente a la escuela, una extraña luminosidad se desplazaba hacia arriba.

Todos nos sorprendimos, pues se hacía cada vez más intensa.

Era una masa luminosa que se desplazaba permitiéndonos ver con nitidez la copa de los árboles por donde pasaba.

Era evidente ya que venía hacia nosotros.

Niños y adultos, instintivamente, nos juntamos cerca a la pomarrosa, en un acto de mutua protección ante el peligro sospechado.

Nadie hablaba, pues ya la luz llegaba a las casas por donde  pasaba en su desplazamiento y nos tenía pasmados.

Árbol de pomarrosa
-¡Son añañahuis!- gritó un niño-¡Sí, son luciérnagas!- fue el grito casi general.

Ya estaban sobre nosotros y se detuvieron recubriendo el árbol que adquirió, así, el aspecto de un shupihui gigantesco que irradiaba una blanca e intensa luz, que se prodigaba por todo nuestro caserío, iluminándolo con una claridad deslumbrante.

Silenciosa, una infinita cantidad de añañahuis luminiscentes evolucionaba alrededor de la pomarrosa, en cuya copa se había posado un grupo compacto que permanecía casi inmóvil, dando la impresión que de él se desprendía una cascada luminosa que caía siguiendo las sinuosidades de las ramas.

Todos permanecíamos callados, deslumbrados, en estado de admiración suprema.

La intensa fosforescencia nos encandilaba.

El arrobamiento era general.

Entonces, recién la comprensión se abrió paso en nuestras mentes y el mensaje se hizo patente. El encantamiento en que habíamos caído se rompió. El rapto de pronto terminó y todos estallamos en gritos y exclamaciones de alegría.

¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!

Todos, casi al unísono, adultos y niños, padres e hijos exclamamos, abrazándonos, 
¡Feliz Nochebuena! ¡Feliz Navidad!

En un supremo acto de amor entre nosotros, permanecimos así abrazados con las miradas dirigidas hacia lo alto de aquel árbol maravilloso que nos prodigaba su blanca luz fosforescente nacida en el vientre luminoso de aquellos añañahuis portentosos.

Por nuestros rostros se deslizaban cristalinas y brillantes lágrimas de alegría y emoción, reflejando la intensa luz que emanaba de aquella fuente prodigiosa.

Todos llorábamos embargados por la más sublime emoción.

Sí, habíamos recibido un regalo.

El regalo más maravilloso que el bosque nos había hecho aquella Nochebuena, noche de Navidad.                    


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